Hay en el sonido una cualidad que lo distingue de la imagen: es inevitable. Resulta fácil dejar de ver algo, alcanza con cerrar los ojos o apenas con girar la cabeza para otra parte para conseguirlo. Pero no es tan sencillo dejar de escuchar. Ese apartar la mirada que carga con el peso concreto de la negación es imposible en términos auditivos. El sonido, entonces, es una representación innegable de la materialidad de la existencia, del mundo y de sus circunstancias. A pesar de ello, el valor de lo sonoro a la hora de “construir” el paisaje de lo real suele quedar sometido al impacto de la mirada, un sentido con mucha mejor prensa pero que, como queda expresado, también resulta muy fácil de manipular.
“Podemos cerrar los ojos y no ver. Pero el oído carece de párpados: nunca puede ser ciego. No puede protegerse”, afirma el escritor, músico y periodista argentino Abel Gilbert en su libro Satisfaction en la ESMA. Música y sonido durante la dictadura (1976-1983), que acaba de ser publicado por Gourmet Musical Ediciones en coincidencia con la conmemoración del 45° aniversario del último golpe de Estado en la Argentina. En sus páginas, el autor reconstruye el panorama sonoro de aquellos siete años atroces, buscando completar a través de lo oído y, sobre todo, de lo escuchado, las figuras mutiladas que dejó una época en la que el colectivo social hizo un culto del mirar para otro lado.
El libro de Gilbert parte de esa certeza –la calidad inevitable del sonido— para poner en duda una afirmación recurrente en quienes atravesaron aquel tiempo escondidos tras el escudo de la ignorancia: nadie vio nada. ¿Pero es posible que nadie haya escuchado nada? De ese modo, Satisfaction en la ESMA va montando con afán enciclopédico un escenario hecho de canciones, jingles publicitarios, eventos deportivos, emisiones radiales y televisivas o discursos públicos. Pero también de gritos, de golpes, de estruendos, de los zumbidos de la electricidad y de la estática. Un universo de onomatopeyas que (las leyes físicas y la anatomía no mienten) era imposible no escuchar.
Satisfaction en la ESMA está organizado a partir de tópicos que reúnen dentro de sí una variedad de manifestaciones sonoras. Algunos pueden resultar inesperados a pesar de la obviedad de su presencia. Como el primer capítulo, dedicado a las marchas militares y a la forma en que este género musical se convirtió en la banda sonora de la dictadura. La elección está justificada: una marcha militar sonando en la radio fue el hecho que marcó el comienzo de la dictadura, la primera acción de los golpistas. La marcha Avenida de las camelias fue la cortina elegida para que el locutor Juan Vicente Mentesana, quien se convertiría en la voz oficial del régimen, anunciara el derrocamiento de la presidente María Estela Martínez de Perón la madrugada del 24 de marzo de 1976 a las 3:21. En otras palabras: el terror comenzó con música.
Los capítulos sucesivos abordan distintos ejes. Puede ser el canto, que aquí se asocia no solo con su manifestación más sensible, sino con el aberrante acto de arrancarle información a una persona a través del tormento (“hacer cantar” a alguien). O la utilización de la música como instrumento de tortura y que Gilbert relaciona con el “Método Ludovico”, imaginado por el británico Anthony Burguess en su célebre novela La naranja mecánica. Gracias a los detenidos que consiguieron salvar su vida se sabe que los torturadores tenían una playlist, que hacían sonar a todo volumen con el doble objetivo de amedrentar a sus víctimas y al mismo tiempo esconder sus gritos. Entre las favoritas estaba justamente “Satisfaction”, la popular canción de los Rolling Stones, cuyo título adquiere en estas circunstancias un monstruoso peso simbólico.
Gilbert también analiza el contenido de algunas canciones de Charly García o Spinetta, entre otros artistas, para ilustrar la forma oblicua en que los mensajes se movían por el tejido social. Y, por supuesto, el abominable sonido de la tortura, que atravesaba las paredes, las casas y los barrios, imposible de ocultar. Tal es el nivel de detalle y profundidad del trabajo del autor, que es imposible no avanzar en su lectura entre el asombro y el estupor. De esa forma, Satisfaction en la ESMA consigue plasmar uno de los abordajes más lúcidos y completos escritos hasta ahora sobre la vida en dictadura.