Samuel Beckett (1906-1989) escribió una obra emblemática del teatro del absurdo, Esperando a Godot. Seguramente jamás imaginó que una de las muchas repercusiones que tendría más de medio siglo después sería que una editorial argentina, Ediciones Godot, llevara el nombre de ese esperado personaje que nunca llega.
En estos días difíciles en que la crisis económica heredada se agudiza a causa de la pandemia, esta joven editorial independiente se atreve a hacer una apuesta fuerte: publicar la trilogía del Premio Nobel de Literatura 1969 compuesta por las novelas Molloy (1951), Malone muere (1951) y El innombrable (1953). Y la publicación tiene un plus importante: esta es la primera vez que la trilogía es llevada al castellano por un solo traductor, Matías Battistón. No se trata de un dato menor porque los ecos y resonancias que hay entre las tres novelas se perdían al ser abordadas separadamente por distintos traductores.
“El mayor desafío que me planteó la traducción –dice Battistón, quien califica la trilogía como “una épica de la desintegración”– fue ver qué es lo que quedaba por hacer con ella, dónde estaba lo que faltaba. Había traducciones argentinas previas que eran las de Sur, aunque no de El innombrable que solo se tradujo en España, pero sí de Molloy, que la hizo Alberto Luis Bixio en 1960 y, antes de eso, la de José Bianco de 1958. Revisé esas traducciones de Sur, que se caracterizaba por tener eximios traductores y falta de revisores. Más allá de los estilos propios de la época, me encontré con varias falencias como falta de frases traducidas, tanteos, atribuciones equivocadas en los diálogos, lo que demostraba la falta de alguien que revisara y pudiera cotejar la traducción con el original. Otro punto ciego que también abarca a las traducciones españolas es que Beckett en realidad escribió la trilogía dos veces, porque la escribió en francés y la tradujo al inglés. Solo Molloy fue una cotraducción. Beckett era, por decirlo suavemente, muy neurótico, y tenía problemas para traducirse al inglés, que era su lengua materna, y quería desprenderse de la tarea asignándosela a otro. Consiguió finalmente un traductor, Patrick Bowles, un escritor sudafricano. Pero su trabajo con él resultó un fiasco. A veces pasaban ocho horas en un café leyendo en voz alta y corrigiendo. Beckett era muy educado y amable, pero también supercontrolador, por lo que insistía en estas revisiones eternas. Bowles se frustra, se va, las traducciones se retrasan y Beckett decide hacerlas él. A partir de esta experiencia, con algunas excepciones, eligió traducir él mismo su obra al inglés. Eso es lo que hace con Malone muere y con El innombrable”.
Otro de los desafíos que enfrentó la traducción completa de la trilogía fue el uso del monólogo interior (no por casualidad Beckett tuvo un contacto estrecho con James Joyce, por quien sentía una admiración absoluta) que al producirse dentro de un personaje difumina contextos y puntos de referencia. Pero aun este fluir interno que suele estar enmarcado en un solo personaje se va borrando, según explica Battistón. “En El innombrable –dice– no hay un interior solo, el innombrable no es un personaje, ni siquiera sabe quién es, ni dónde está. No sabe qué es. La voz va mutando y la novela salta de un fragmento de narración a otro y nunca se resuelve, está todo el tiempo modulando”.
Esta trilogía tiene una importancia fundamental en la obra de Beckett por dos razones. Por un lado, según lo señala el traductor, es una obra “bisagra” en su producción, ya que marca el momento en que deja de escribir en su lengua materna para hacerlo en francés. Si bien escribió, además de la trilogía, otra novela en francés, esta no se publicó en el momento, sino muchos años después. Por otro, la publicación de las tres novelas es próxima a la publicación de la obra que se convirtió en emblema de su producción teatral en el campo del absurdo, Esperando a Godot que, si bien fue escrita en la década del ’40, recién fue publicada en 1952, es decir, luego de la aparición de los dos primeros libros de la trilogía y antes de la edición del tercero.
Al tomar su trilogía novelística como un todo y no como textos autónomos tal como la concibió el autor, esta nueva traducción de Beckett seguramente le permitirá conocer al lector de habla hispana algo más de este gran clásico del siglo XX.
El carácter distintivo de un clásico es, precisamente, según Ítalo Calvino, su capacidad para ser leído en diferentes épocas de distintos modos. ¿Y qué es la traducción sino una forma superlativa de la lectura?