Estamos en Inglaterra. Faltan veinte minutos para las siete de la tarde. Una mujer de unos cuarenta y cuatro años mira por la ventana, sin demasiada concentración. Su rostro presenta una anomalía: sobre la frente tiene una pequeña cicatriz en forma de estrella. Alrededor de ese detalle, se organiza su belleza. Lo singular construye relato, deviene marca identitaria. Myrna Savage, la protagonista de Sesión en una tarde de lluvia (reeditado de la mano de La Bestia Equilátera, con traducción de Teresa Arijón), es una médium con poderes extrasensoriales. Atiende a los vecinos del barrio en su casa de los suburbios de Londres y aparenta comunicarse con los muertos. Si bien nunca afirma establecer contacto real con ellos, el don de la telepatía -la capacidad para percibir lo que piensan sus clientes y acceder a información que sólo tienen ellos y la persona fallecida- estimula un malentendido que jamás va a ser desalentado.
Las primeras referencias a sus poderes extrasensoriales provienen de su infancia: con ese rostro, decían las viejas matronas del barrio, es innegable que Myrna nació con el don de la clarividencia. Su madre esperaba con ansias el acontecimiento sobrenatural, pero pasaron muchos años hasta que Myrna dio indicios de sus poderes y pudo predecir en sueños el incendio de un colectivo. Luego de ese fenómeno, vendrían más. En la ambición permanente por comprobar su talento sobrenatural, se construye el destino de la protagonista de esta historia. La novela de Mark McShane habla sobre los discursos como forma íntima de la experiencia: cuenta cómo lo que nos dicen que somos marca nuestra vida. En efecto: Myrna Savage se aventura en una peligrosa empresa para repetir ese reconocimiento inicial. Y lo hace en los dos sentidos del término: como búsqueda de distinción y como acto recursivo (volver a conocerse, a habitar esos relatos de su infancia).
Toda búsqueda parte de un descubrimiento encubierto que la antecede. Se elige una dirección porque se sabe, aunque sea a tientas, que a través de ella se cifra un deseo oculto. El camino hacia la trascendencia que recorre Myrna sigue los pasos de esta idea. Ella sospecha que tiene la capacidad, implícita todavía, de hablar con los muertos. Con este hallazgo secreto como motor narrativo, inventa un plan: junto a su marido Bill, secuestrará a la hija del millonario Charles Clayton. Una vez que la niña estuviera encerrada en su casa, contactarían a la familia y pedirían un rescate. Hasta acá, lo usual en estos casos. Pero Mark McShane le imprime a la historia una apariencia sobrenatural: Myrna ofrecería a la familia Clayton sus servicios de espiritista para “encontrar” a la niña y lograr así el reconocimiento de la prensa (“toda gloria es una acumulación de malentendidos”, decía Borges). Conseguir masividad, en este intrincado plan, es la mejor manera para entrar en contacto con médiums talentosos, que la ayudarían a atravesar esa puerta al final del pasillo, la que percibe en sus sesiones y nunca logra alcanzar: “muchas mentes piensan mejor que una”, se repite nuestra (anti)heroína. La búsqueda de (re)conocimiento esconde una paradoja: conquistarla implica salir de sí, trascender en cuerpo y espacio para acceder a la comunicación con el más allá.
Hay una frase: “Myrna tenía una fe tácita e inquebrantable en su sueño de inmunidad”, dice el narrador, casi al final de la novela. Por el contrario, Bill parece estar “más acá” de los sueños de su esposa, en un plano terrenal en donde el peligro se vislumbra con mayor facilidad. Mientras ella se muestra firme y decisiva, él duda, se obsesiona y paraliza. Se trata de dos maneras diferentes de diagramar un semblante, construir un carácter, hacer del personaje un estilo vital. Y todo eso se logra a través de una prosa sutil, que no establece juicios de valor ni grandes máximas psicológicas. No dice, muestra. No enuncia, da a ver.
Tal vez eso explique la cantidad de adaptaciones al cine que ha tenido Sesión en una tarde de lluvia. Once años después de la publicación del libro, en 1972 Bryan Forbes dirigió Seance on a wet afternoon, una versión libre de la obra de McShane. Si bien la película no tuvo gran éxito en el momento del estreno, con el tiempo terminó convirtiéndose de culto. En 2000, Kiyozi Kurosawa filmó Sesión en Japón. Por último, en 2021, el director noruego Tomás Alfredson compró de nuevo los derechos: Rachel Weisz (La momia y Desobediencia, entre otras) interpretará a Myrna Savage.
Sucede que determinadas historias parecen haber sido diagramadas para levantar vuelo, así sea en la ficción, como la de Myrna, en busca de traspasar los límites de la naturaleza humana; o en la vida real, como la novela de McShane, que trascendió su propia obra.