Oscuros, nevados, brumosos, espectrales: a fuerza de precisar la mirada, los cielos se vuelven inciertos en el poemario de Louise Glück. Paisaje y lenguaje se encuentran para resquebrajar el horizonte despejado, la idea clara; hay una redención de la opacidad en el ejercicio de la duda. La visión, que se nubla, irradia al poema. Como dicen unos versos de “Cornualles”: “Una palabra cae en la neblina/ como la pelota de un niño entre la hierba/ donde se queda seductoramente/ centelleando y brillando” y su impacto se convierte en eco, en melodía que perdura, para revelar la propia escritura.
Los personajes de estas pequeñas historias, contadas en forma de poemas, se encuentran envueltos en escenarios difusos. Una adivina – vaya ironía – desatina y lee, en la mano de una mujer, un horizonte impreciso, ausente de verdades; más adelante, en el parque de una ciudad innominada, se recorren caminos circulares que conducen a una puerta sin espacio ni tiempo; un asistente melancólico renuncia a sus tareas para perseguir su tristeza bajo la nieve hostil de una noche fría; en “Cercanía del horizonte”, un pintor, al final de su vida, no tiene ya más nada que dejar, nada, salvo un poema. Noche fiel y virtuosa (Visor) trata entonces sobre la muerte y los finales abiertos, sobre la escritura y la percepción solitaria, sobre la presencia de lo que ya no está. A fin de cuentas, trata sobre el modo de hacer palpable lo invisible y recrear imágenes nítidas de lo que ya no vemos, pero que persiste todavía, insinuante, como un fantasma. Escenas de lectura, escenas de la memoria, escenas de la creación y de los sueños, una y otra vez el libro propone impresiones fugaces, teatros de un mundo que se escapa.
El primer poema, “Parábola”, actúa como presagio del libro. Allí, un grupo de peregrinos inicia un viaje que no conduce a ninguna parte. La incertidumbre, el misterio de lo que no se sabe y se comparte de algún modo, es un valor poético. Algo del pasado se suspende, no termina de ocurrir, y algo del futuro no termina de establecerse. Glück, con este libro, aligera a la poesía de falsos dogmatismos. Al final del poema, cuando el grupo de viajeros comprende que no se ha movido pero que sin embargo ha envejecido, dos lecturas sobreviven: “y quienes creían que/ debíamos tener un propósito/ creyeron que este era el propósito, y quienes sentían que debíamos seguir siendo libres/ a fin de conocer la verdad sintieron que esta había sido revelada”. La lectura, la interpretación de los peregrinos, procede en distintas direcciones, ampliando, de ese otro modo, el mundo.
Como dijo Piglia, “un lector es también el que lee mal, distorsiona, percibe confusamente. En la clínica del arte de leer, no siempre el que tiene mejor vista lee mejor” (El último lector). Sin ir más lejos, Noche fiel y virtuosa, el título del libro, encuentra su origen en un malentendido, una lectura equivocada. El poema homónimo cuenta la historia de dos hermanos; uno de ellos, el mayor, lee, antes de dormir, relatos de la mitología artúrica y confunde, en su somnolencia, “Knight”, caballero, con “Night”, noche. En ese malentendido, en esa mirada extraviada, se encuentra la virtud del poemario. Si la noche es ese espacio reservado a la poesía, es porque allí desbocan las poetas, como valientes jinetes, para encontrar, a tientas, en la oscuridad, donde no se ve bien, entre la niebla y las piedras, ya una espada, ya un poema.