“Son las 10. Las balas de grueso calibre estallan sobre el batallón. ¡Salud mi madre!”. Son las últimas palabras que escribió Domingo Fidel Sarmiento. Fueron tatuadas en papel de carta el 22 de septiembre de 1866. Pocas horas después, Dominguito murió en el frente, durante la batalla de Curupaytí, combate sanguinario de la sanguinaria Guerra del Paraguay (1865-1870). Tenía sólo 21 años.
Paraguay, la “tierra sin mal” que buscaban reencontrar o reconstruir los jesuitas en la yvy marane’y de los tupi-guaraníes, combatió y sufrió en dos siglos más guerras externas e internas que sus vecinos sudamericanos. La Guerra Grande fue la génesis de esta historia devastadora. La Triple Alianza de argentinos, brasileños y uruguayos, o Cuádruple si se suma el auspicio de Gran Bretaña, tiñó de sangre las tierras coloradas en la segunda parte del siglo XIX. Más de un millón de paraguayos murieron en el conflicto, casi el 90% de la población masculina del país. Otras decenas de miles entregaron sus vidas en el bando aliado. En esta contienda fratricida murió Dominguito.
El joven era hijo de Benita Martínez Pastoriza y Domingo Castro Calvo. Fue adoptado por Domingo Faustino Sarmiento, su presunto padre biológico, con quien Benita tuvo una relación de amantes que luego sacó a la luz pública. Dominguito se formó en Chile, donde había nacido en 1845, y en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Antes de partir al frente con el ejército argentino, cursó estudios de Derecho y colaboró como periodista y escritor en El Nacional y La Tribuna. Un triste destino marcado por la pluma y por la espada.
Querida vieja. Correspondencia de la Guerra del Paraguay es el libro de la laboriosa editorial Omnívora que recupera las cartas entre Dominguito y su mamá Benita durante el conflicto armado. Un libro sobre la guerra y lo que no se puede decir sobre el dolor, las páginas en blanco del dolor. Escribe Lara Segade en el brillante prólogo que presenta la obra: “el blanco de las palabras borradas, las hojas rotas, las cartas que perdió el correo o se perdieron con el tiempo, los apuntes desparpajados, los cuadernos vacíos, el blanco de lo que quienes participaron del combate no pudieron percibir, o percibieron fragmentariamente, el blanco de lo que el trauma no permite recordar, las imágenes que los caídos se llevaron con ellos, aquello de lo que las palabras con que normalmente se narrar la historia, los viajes y las vidas no pueden dar cuenta”.
No muy lejos de un alucinante despacho de guerra, más cerca del diario íntimo de un combatiente y las lúcidas y amorosas recomendaciones de su madre, las cartas narran la novela familiar de un soldado. Escribe Benita: “No me ocultes nada nunca”. Contesta Dominguito antes del final: “Me has puesto en la más difícil alternativa: entre tú y mi país. ¿Has dudado de mi elección? Opto por ti, madre mía; y muy pronto, estaré de tu lado para verte, para curarte. Porque voy yo, tu mejor remedio”.
Los escritos permiten entrar, traslucir, descifrar el clima político y social de la Argentina que nace con las manos manchadas de sangre. La espera infinita en Buenos Aires empapada por el entusiasmo mitrista –“en quince días en Asunción”-, frente a las carencias y el hambre de los soldados rasos en las trincheras cerca del Paraná. Dominguito pinta frescos dignos de Cándido Lopez, el pintor manco sobreviviente del desastre de Curupaytí. Mención destacada merecen las xilografías que atavían el libro, obras delicadas de Delfina Estrada y Victoria Volpini de Fábrica de Estampas.
Manual de supervivencia y algo de trágico manifiesto antibélico. Eso también es Querida vieja. Escribe Dominguito: “Alégrate, pues; y redobla la confianza que debes tener en mi estrella. Pronto acabará esta época de luchas. Volveré entonces a ti y a mis libros. Déjame por ahora dar a mi país una contribución que le debo”.
A 20 años de la muerte de su hijo adoptivo, Sarmiento escribió La vida de Dominguito. En el capítulo dedicado a la batalla de Curupaytí, habla de dos cuadernos del joven. El que llevaba en el bolsillo en la trinchera para anotar sus impresiones al batirse frente al enemigo y el que usó en su infancia, garabatos de sus primeras palabras junto al padre del aula, quien le enseñó a escribir: “Ay! el un librito estuvo al lado de la cuna, el otro quedó al lado de la tumba!”. Vida y muerto, los dos extremos de la existencia. En el medio, unas pocas palabras y el dolor. Demasiadas páginas en blanco.