A esta altura, en pleno siglo XXI, no debería ser noticia que una mujer sea noticia. Sin embargo, basta con repasar las notas de la mayoría de los medios tanto en soporte papel como digital, para comprobar que todavía no se ha naturalizado el protagonismo femenino en el área de la cultura, ni en ninguna otra.
La razón de este fenómeno es muy sencilla: la sociedad continúa siendo patriarcal a pesar del incremento de la participación femenina en todas las áreas. No sorprende que J.K. Rowling se haya vuelto multimillonaria ya que la saga que la consagró en todo el mundo está dirigida a niños y adolescentes, un universo que prejuiciosamente suele considerarse femenino. Sí resulta más llamativo que se convierta en un ícono cultural una mujer cuyas ideas resultan un poco incómodas como la escritora canadiense Margaret Atwood que este año visitó la Argentina.
Candidata al Nobel, defensora de los derechos femeninos, detractora de Donald Trump y multigalardonada, recibió el Premio de la Paz de los Libreros alemanes en el marco de la Feria del Libro de Frankfurt, la mayor del mundo. En la historia de esta distinción, por supuesto, abundan los hombres y figuran algunas mujeres destacadas como Susan Sontag o Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura 2015.
Hasta hace no mucho tiempo, en la Argentina el nombre de Margaret Atwood sólo era significativo para escritores, críticos, lectores especializados o docentes de literatura. Este año, sin embargo, se convirtió en un verdadero fenómeno como bien lo demostró su presentación en la Biblioteca Nacional a instancias de su director, Alberto Manguel. En ese marco la escritora se permitió frases irónicas como «Mi propuesta comienza con que las mujeres son personas, una idea bastante radical.»
Lo interesante de su postura frente a la mujer es que plantea su lugar en el mundo desde un punto de vista político, no como una mera guerra de géneros, una elemental batalla entre hombres y mujeres. Para muestra, como suele decirse, basta un botón: «Con el primer bebé de probeta dijo durante su visita al país- hubo gran revuelo y eso ahora no se cuestiona, pero ahora la derecha plantea que las mujeres vuelvan a tener muchos hijos porque si siguen sin nacer niños, en algún punto, se va a terminar la humanidad. Pero la discusión sobre cuántos bebés tienen que nacer o si se deben robar es tan vieja como la Biblia».
Puede decirse que fue con El cuento de la criada que Atwood recibió el reconocimiento masivo. Esta novela distópica plantea un mundo en que debido a la toxicidad del medio ambiente, la tasa de natalidad disminuye de manera drástica, razón por la cual los jerarcas políticos se ocupan de tener mujeres fértiles asignándolas como criadas. Esta novela fue traducida a más de cuarenta lenguas. En 1990 fue llevada al cine. Luego inspiró un ballet y una ópera y más tarde se convirtió en novela gráfica. Por último, terminó de consagrarse entre el gran público con una serie televisiva de MGM/Hulu. En ella, la autora tiene un pequeño cameo.
Sin duda, Atwood, de 78 años, se ha convertido en un fenómeno. Quizá parezca banal preguntarse por qué cuando las razones están a la vista: es una gran escritora, el tema de la novela que comenzó a escribir en 1984 tiene hoy una gran vigencia y supo de qué manera hablarle no sólo a un reducido grupo de lectores o especialistas, sino a una mayoría. Todas estas cosas son ciertas e indiscutibles: Atwood es muy talentosa, su talento fue reconocido y celebrar su creación es un acto de justicia.
Sin embargo, la conversión de un escritor en fenómeno siempre parece tener un costado sospechoso. Las sospechas, en este caso como también en otros, no tienen que ver con el escritor sino con los mecanismos consagratorios que se ponen en marcha con total independencia de su persona. En una nota escrita para el suplemento «Radar» de Página 12, Atwood escribió que entre las cepas que confluyen en la novela figura el robo de niños argentinos durante la dictadura. Por eso, a la luz de hechos como la decisión de la Justicia de que alguien que cometió crímenes de lesa humanidad como Etchecolatz tenga prisión domiciliaria cabe preguntarse por qué es invitada oficialmente al país alguien que, es obvio, no tendría una relación empática con ese hecho. El control de las mujeres y los bebés afirma la escritora en la nota mencionada- es un elemento de cada régimen represivo del planeta.
Tampoco la actitud de Atwood frente a las mujeres condice con la visión de un presidente que no duda en afirmar que a las mujeres les gusta que las piropeen incluso si el piropo es una grosería. En la misma nota, la escritora persiste en las afirmaciones incómodas: ¿El cuento de la criada está en contra de la religión? dice reproduciendo una pregunta que le hacen con frecuencia-. De nuevo, depende qué significa la pregunta. Cierto, un grupo de hombres autoritarios toman el control y tratan de restaurar una versión extrema del patriarcado, en el que las mujeres, como los esclavos del siglo XIX, tienen prohibido leer. Más aún, no pueden tener dinero ni empleos fuera de sus casas, como algunas mujeres de la Biblia. El régimen usa símbolos bíblicos, como lo haría cualquier régimen autoritario que se apropiara de Estados Unidos: no sería un régimen comunista o musulmán. Atwood concluye que su libro no es antirreligoso, sino que está en contra del uso de la religión como una fachada para la tiranía, que es algo completamente distinto.
La escritora no responde a un modelo de intelectual fácilmente vendible o convertible en fenómeno. Pero en la era de la comunicación los métodos de neutralización de los discursos disidentes se ha sofisticado hasta tal punto que parecer resultar más eficaz promover un libro que quemarlo. No hay nada nuevo en esto. Hasta el más reaccionario de los mortales sería capaz de vestir una remera del Che Guevara una vez que se han puesto en marcha los mecanismos de pasteurización ideológica correspondientes capaces de convertir a un revolucionario en un ícono de la moda. Esto no sucede sólo con políticos y revolucionarios sino con todo aquel que haga cuestionamientos molestos. ¿No se lo ha visto al mismísimo Macri jugando a ser peronista? La banalización es un arma política muy poderosa que consiste en apropiarse de los discursos disidentes y repetirlos hasta desactivarlos. El mecanismo no es argentino sino universal y no se pone en marcha sólo con los activistas políticos.
Quizá pueda entenderse en este marco parte de la moda Margaret Atwood tanto en Argentina como en todos los países en que se constituyó en un fenómeno. Y esto nada tiene que ver con su persona, sus ideas ni sus maravillosos textos, sino con un eficiente mecanismo triturador de ideologías que las esconde poniéndolas en la vidriera.
Dicho esto, hay que decir también que es altamente recomendable llevarse un libro de Margaret Atwood al sillón, a la cama o la playa, no porque figure entre los top ten del verano, sino porque es una escritora talentosa cuya lucidez puede ayudarnos a entender un poco más el mundo, si somos capaces de leerla no como un fenómeno de mercado, sino como una voz que se rebela ante lo instituido.