Pasados más de dos tercios del Festival de Cine de Berlín, la reputada Berlinale que este año llegó a su edición 68°, puede decirse que la selección de cine argentino que realizada sus curadores tiene un nivel más que aceptable, que alcanza un pico alto en algunas de las diez películas que forman parte de la delegación nacional. Películas emparentadas directamente con la estética y la factura del cine de producción independiente, aquel que no tiene al mercado como primer objetivo, sino que explora en la posibilidad que ofrecen las formas de narración alternativas al relato clásico, aquel que encuentra en la cinematografía estadounidense a su principal exponente. Y mientras algunas navegan entre esas dos aguas, otras van en busca de dar un paso más radical. La cama, opera prima como directora de la actriz Mónica Lairana, se ubica más bien sobre ese extremo.
La historia que en ella se cuenta no es complicada para nada. Se trata de un matrimonio de muchos años, con hijos ya crecidos que hace rato dejaron el nido, que debe enfrentar el último día previo a la separación. La película tiene a los integrantes de la pareja como únicos personajes, al que se le debe sumar otro, tan importante como ellos: la casa que están a punto de abandonar. Tanto es así que Lairana le dedica el primer minuto de la película a presentarla, recorriendo algunos de sus rincones para dar una idea cabal de todo lo que por ellos ha pasado y se ha ido acumulando a través del tiempo. Como la pareja, la casa también ofrece el aspecto entre caótico y desprolijo de quien todavía no ha asumido su destino y se aferra con desesperación al pasado. Los cambios que ella sufre en el camino que va del comienzo al final de la película se hace evidente el recorrido dramático habitual en el desarrollo de cualquier personaje.
Hay una gran valentía en la forma en que una cineasta novel como Lairana ha elegido y usado aquellos recursos que consideró serían los más apropiados para contar esta historia de dolor, sin importar la complejidad dramática que significaría ponerlos en escena. La cama empieza y termina con dos extensas escenas que se desarrollan en el lecho matrimonial de esta pareja en disolución, que incluyen sexo, frustración, histeria, amor, vergüenza, entre otras cosas. Realizadas en absoluta desnudez por los actores protagonistas, Alejo Mango y Sandra Sandrini (hija del icónico matrimonio que componían los actores Luis Sandrini y Malvina Pastorino), ambas fueron rodadas en una única toma y en ellas se condensa arco dramático de la película.
La cama retrata el dolor con pasión, ternura y sin resignarse a perder el humor, herramienta que maneja con precisión minimalista y que aunque cuando aparece lo hace mostrando su cara más amarga, así y todo funciona como una oportuna válvula de escape. También registra de forma delicada las esencias de lo masculino y lo femenino, encarnadas en esos dos personajes que atraviesan ese momento de emociones a flor de piel de maneras ligeramente distintas. Lairana registra esas diferencias a través de pequeños detalles que, siendo evidentes, requieren de la atención del espectador para ser notados. Un ejemplo: tras la crisis inicial en la que la pareja no consigue consumar el coito, ella termina en una crisis de nervios que la deja exhausta y hecha un ovillo sobre el colchón, mientras él deambula sin rumbo por los ambientes mudos de la vivienda. Pero al rato él vuelve y se acuesta junto a ella espalda con espalda, hasta que finalmente junta valor y la abraza por detrás. ¿Qué pasa entonces? Él se duerme y hasta ronca, mientras ella se queda con los ojos como platos, con la angustia dándole vueltas y vueltas en la cabeza.
Lairana se sirve de cada situación para hacer que la vulnerabilidad de sus personajes se manifieste. Y ellos se convierten en un dique roto por cuyas grietas se va escapando, de a gotas pero cada vez con mayor fuerza, lo que queda del amor.