Con un excelente prólogo de Juan José Becerra Emecé acaba de publicar Cuentos completos de Haroldo Conti. Reúne sus tres libros de relatos Todos los veranos (1964), Con otra gente (1967) y La balada del álamo Carolina (1975). Pero la producción comienza en 1944.
Bajo el título “Otros cuentos” se incluyen, además, siete relatos que se publicaron en revistas y suplementos culturales y que no están comprendidos en ninguno de los tres libros mencionados. Cinco de ellos se publicaron en vida del autor y dos luego de su secuestro ocurrido a pocos minutos de comenzar el 5 de mayo de 1976, momento en que fue secuestrado por un grupo de tareas que encontró en su casa al regresar del cine junto con su mujer, Marta Scavac.
Ellos son, según consta en la Nota del Editor, “La Virgen de montaña” (revista estudiantil Palestra, Bs. As., 1944); “Marcado” (Baires, Bs.As., 1963/64; “Con gringo” (Casa de las Américas, Nº 71, La Habana, 1972); “La espera” (Revista Latinoamericana, Nº1, Buenos Aires, 1972); “Visita” (Cultura y Nación del diario Clarín, junio, 1974). La primera referencia bibliográfica de este relato apareció en el volumen Sudeste-Ligados, edición crítica coordinado por Eduardo Romano, Madrid, ALLCA XX, Archivos 34 1998. Federico von Baumbach, quien facilitó una copia de “Visitas” para la edición lo incluyó en el proceso de investigación del ensayo literario Haroldo Conti. Caminos al andar, Bs. As., Ediciones Godot, 2015); “A la diestra” (Casa de las Américas, Nº 107, La Habana, 1978) y “Rosas de picardía”, un relato de juventud hallado por Marcelo y Alejandra Conti en un cuaderno escolar de las pertenencias de su padre. (Crisis, Nº 50, Bs. As., Enero de 1987). Se incluyen, además, una nota de Andrés Cuervo quien fue responsable del hallazgo de la “Virgen de la montaña” y varias ilustraciones de Conti realizó para la revista estudiantil del monasterio de Villa Devoto, donde dicho cuento fue publicado por primera vez.
Como bien lo señala Becerra en el prólogo, los relatos de Conti orbitan en torno a Chacabuco, el lugar donde nació el autor, y los pueblos que lo rodean. La vida de sus pobladores es allí prácticamente inmóvil. Lo único que tiene movimiento es la naturaleza que va mutando de acuerdo con las estaciones del año. Si el pueblo no se abandona y persiste a través del tiempo la fidelidad a él no es por las posibilidades que les ofrece a sus habitantes, sino porque es la escenografía de la infancia, aquella en la que siempre parece haber sucedido lo sustancial de una vida. No es casual que en el acápite de “La balada del álamo carolina” Conti haya elegido un poema anónimo japonés que dice: “Ciruelo de mi puerta, / si no volviese yo, / la primavera siempre /volverá. Tú florece.”
El tono de Conti es casi siempre melancólico, tanto en sus cuentos como en los homenajes que se incluyen en el libro a sus amigos, por proximidad real o empatía ideológica y literaria, entre los que se cuenta Paco Urondo, Benedetti y Galeano.
Quizá el escritor mantuvo siempre su condición de “forastero”, de aquel que se va del pueblo en busca de nuevos horizontes pero que vive en Buenos Aires agobiado por la nostalgia de lo que ya no existe, porque el pueblo de su infancia no es el mismo pueblo, los personajes de su niñez han muerto, y solo queda una escenografía desolada a la que vuelve una y otra vez en la búsqueda inútil de lo que ha perdido. Regresar, se sabe, es siempre imposible. La ciudad o el pueblo que se añoran están en la infancia y la adultez implica necesariamente su pérdida.
Es así que por sus cuentos desfilan tías, tíos, personajes del pueblo, viejos caserones destinados a ser recuerdo, hombres atrapados en el lugar de nacimiento por una cadena invisible, como aquel que menciona en un cuento que, decidido a irse, hizo en sulky el camino hasta la estación de tren, se subió y como el tren debía desandar camino para salir del pueblo, cuando pasó nuevamente por él, se arrojó del vagón. Su viaje hacia la ciudad en busca de otro destino duró apenas unos pocos kilómetros y unos pocos minutos. “La historias –afirma Becerra- repiten, conservan y estimulan narrativamente su geografía en una zona precisa de la pampa húmeda: Chacabuco y sus pueblo satélites, con el silencio dominante de la cultura rural (y su antimateria: la verborragia) y las vías de un tren que se mueve entre las estaciones del pasado y el futuro.”
Conti expresa en sus cuentos y en sus homenajes la vivencia de un hombre que cabalga de manera permanente entre el pasado rural y el presente urbano sin poder afincarse nunca en ninguno de los dos. Dice en relación con este cabalgar entre dos mundos en uno de los homenajes, “Los caminos”:
“A veces pienso que los días de mi vida se parecen a las teclas de esta máquina. Son redondos y precisos y justamente porque no hacen otra cosa que escribir.”
“Paco Urondo me ha dicho quiero que escribas algo para el Diario de Mendoza. Y yo le dicho que bueno, que sí a esa voz precipitada que se dispara desde algún rincón de esta madre Baires y atraviesa una milla de paredes, y antes de colgar la voz me ha dicho uno de estos días tomamos un café y charlamos y yo le he dicho que sí, que bueno y le he pedido a mi vieja que me sirva un café y bebo en honor de Paco este solitario café que de otra manera se enfriaría en el pocillo esperando el día porque aquí no hay tiempo realmente para las ceremonias del ocio y todo se reduce a voces y urgencias y paredes y señales. Y ahora me siento a escribir y en el mismo momento, a seiscientos kilómetros de aquí, mi amigo Lirio Rocha se sienta en la puerta de su rancho, porque sus días son igualmente redondos, solo que en otro sentido (…)” Mas adelante dirá en el mismo texto que en la Gran Noche de Buenos Aires pone un disco de Jobim “para no morirme del todo”. Buenos Aires y Chacabuco tienen, cada una, sus propias rispideces. En la gran ciudad y en el pueblo, siempre hay una parte que está muerta porque el pasado no regresa y el presente, que quizá alguna vez fue un sueño, no conforma y entristece.
Si bien su escritura tiene valor por sí misma, es imposible leer a Conti sin recordar su trágico final. Desde ese aciago día de mayo del 1976, cuando la dictadura cívico-militar acababa de tomar el poder, no se supo nada más de él.
Gabriel García Márquez, de que quien Conti fue amigo, resume así las circunstancias en una nota aparecida en el diario El País de España, en abril de 1981: “A Haroldo Conti, que era un escritor argentino de los grandes, le advirtieron en octubre de 1975 que las fuerzas armadas lo tenían en una lista de agentes subversivos. La advertencia se repitió por distintos conductos en las semanas siguientes y, a principios de 1976, era ya de dominio público en Buenos Aires. Por esos días, me escribió una carta a Bogotá, en la cual era evidente su estado de tensión. `Marta y yo vivimos prácticamente como bandoleros´, decía, `ocultando nuestros movimientos, nuestros domicilios, hablando en clave`. Y terminaba: `Abajo va mi dirección, por si sigo vivo.`
El libro de Conti confirma, una vez más, que sigue vivo en su literatura melancólica, lo que de ninguna manera es un consuelo ni una reparación. Leerlo, por el contrario, aviva la herida de una infamia que no debe ser olvidada ni perdonada.