Hasta el próximo viernes se realiza en la ciudad de Rosario la segunda Quincena del Arte, evento cultural que busca trasladar el arte a ámbitos no convencionales, para intentar acercarlo a un público mayor. Haciendo centro en la idea de lo Queer, término con el que se identifica a distintas manifestaciones dentro de las comunidades homosexuales, este año la Quincena contará con una serie de intervenciones que trabajan a partir de una multiplicidad de géneros, como el teatro, la música o la fotografía, en relación a diferentes espacios.
Dentro de las propuestas más desafiantes que tendrán lugar en esta segunda edición se encuentra una que ha recibido el título de Paisaje Humano | Fuga. Llevada adelante por David Santarelli, María Luján González, Marco Zampieron y Juan Pablo García, esta performance artística consiste la proyección cromáticamente intervenida de la que se supone es la película porno más antigua que se conserva. Se trata de El Sartorio, que se estima fue rodada en 1907 en escenarios naturales que algunos ubican en la ribera quilmeña del Río de la Plata y otros en las selváticas márgenes del Río Paraná, cerca de la ciudad de Rosario. Las proyecciones de este particular material se realizará sobre la fachada del ex Cine Imperial (Corrientes 425, Rosario).
La película muestra a un grupo de mujeres desnudas bailando libremente en un bosquecito, mientras son observadas por un hombre disfrazado de sátiro, aquellas criaturas de la mitología griega con barba larga y cuernos en la frente, asociadas con frecuencia al goce sexual. En un momento este sátiro comienza a perseguir a las jóvenes, que al verlo huyen, hasta que el perseguidor logra capturar a una y la somete sexualmente. Claro que el sometimiento en este caso dura poco, porque la joven acaba entregándose al intercambio sexual. Sin embargo, cuando la pareja cae exhausta tras haber realizado varias posiciones amatorias, las compañeras de la víctima llegan a su rescate y, atacado por ellas, el sátiro huye entre los matorrales. El film completo dura poco más de cuatro minutos.
Aunque no es posible confirmarlo con seguridad, existen indicios que le permiten a muchos investigadores e historiadores del cine afirmar que esta película pornográfica es la más antigua que se conserva en la actualidad y que fue filmada en la Argentina. Sin embargo no hay documentos que lo confirmen y el contexto histórico en el que la misma se produjo permite entender por qué su origen sigue siendo un misterio. El periodista Hernán Panessi, uno de los mayores especialistas locales en el tema, le dedica un capítulo entero a El Sartorio en su libro Porno Argento: Historia del cine nacional triple X.
Allí se explica que los diferentes nombres con los que se conoce a la película (El Sartorio, El Satario o El Satorio) son en realidad deformaciones que parecen ser malas transcripciones de un nombre que originalmente pudo haber sido El Sátiro. Según afirma Panessi, distintas versiones sugieren que la película fue filmada entre 1907 y 1912, aunque hay quienes creen que por las características técnicas que la misma exhibe se encuentra más cerca de haber sido producida en la década de 1920.
Lejos de ser un producto atípico de la cultura porteña de aquella época, el autor demuestra en su libro que en realidad se trata del exponente visible de una verdadera industria que se desarrolló en Buenos Aires durante las primeras décadas del siglo pasado. “Esta película y muchas otras, realizadas por la misma época en Buenos Aires y Rosario, no estaban destinadas al consumo local ni popular”, afirma Panessi, sino que “se trataba de un entretenimiento de circulación restringida para la clase más acomodada, aristócratas y burgueses”, no solo en el ámbito local sino “fundamentalmente, del viejo continente”. Incluso existen personajes de la más alta alcurnia europea, como el Rey Alfonso XIII de España, que no solo se convirtieron en ávidos consumidores de pornografía, sino que llegaron incluso a solventar económicamente la producción de varias películas, entre ellas El Confesor (1920). De hecho Alfonso XIII, bisabuelo del actual monarca español, Felipe VI, ha pasado a la historia como el Rey Pornógrafo.
Si el cine fue la gran novedad tecnológica de la época en el rubro del entretenimiento por las posibilidades que este ofrecía en materia de reproducción verosímil de lo real, no es raro que no tardara en expandirse al terreno de las pulsiones sexuales. Y si lo erótico nació como género ya en el primer año de existencia oficial del cine, lo pornográfico apenas se demoró un par de años más. Pero debido a las estrictas leyes y códigos morales que regían en la Europa victoriana, la producción de este tipo de material debió ser escondida “bajo la alfombra”. Y que mejor y más oportuna alfombra que Buenos Aires, una ciudad que por su altísima tasa de inmigración permitía conseguir protagonistas de aspecto europeo para estos primeros ensayos pornográficos.
Cuenta Panessi: “Desde finales del Siglo XX y hasta 1912 Buenos Aires fue un puerto importantísimo para toda la región, conocida internacionalmente como la Ciudad del Pecado”. La denominación no resulta demasiado familiar, como si se hubiera tratado de borrar de la historia oficial la vinculación de la capital argentina con la prostitución y la trata de personas, dos actividades que el texto de Panessi liga directamente a la producción del cine porno. Tales actividades estaban manejadas «por dos organizaciones mafiosas: una, la ZwigMigdal, red mundial de trabajo sexual forzado que operó entre 1906 y 1930; y otra, la Varsovia, quienes brindaban cobertura a la ZwigMigdal dentro de la ‘Sociedad de Socorros Mutuos’, ubicada en un palacete de la calle Córdoba al 3200”, amplía el autor para ilustrar el volumen de aquellos negocios turbios.
“Bajo ese contexto histórico”, dice Panessi, “se hace aún más viable la escenificación de la teoría alimentada por muchos investigadores que señalan a El Satario como el primer antecedente argentino que ha sembrado el porno en el mundo”. Es que los cortos pornográficos rodados en Buenos Aires eran sobre todo un producto de exportación. Panessi cita en su libro un artículo que el periodista Ariel Sartori publicó en el diario Página 12: “Entre 1907 y 1910 se vendía pornografía a prostíbulos de Inglaterra, Francia, los Balcanes y Rusia. Y prueba de eso es que Eugene O’Neill, el dramaturgo norteamericano, en sus memorias dice que cuando vino [a Buenos Aires], en 1920, lo llevaron a ver películas pornográficas a cines de Barracas y de La Boca. Ese cine porno era amateur porque las actrices eran bataclanas o prostitutas, no tenían ningún conocimiento sobre actuación”. Quien luego se convertiría en premio Nobel de Literatura pasó por esta capital como marinero en agosto de 1910. Todos indicios que permiten aventurar que El Sartorio, y decenas de películas como esta, bien pudieron haberse filmado mucho antes de esa fecha.
Sin embargo, por tratarse de una actividad completamente clandestina, no existe documentación alguna que permita confirmar una fecha puntual. Es por eso que de forma oficial se considera como la película pornográfica más antigua que se conserva a la francesa A L’Ecud’Orou la bonne auberge (El Buen Albergue), producida en Francia en 1908. Sin embargo Panessi concluye que a pesar de eso, “lo cierto es que entre 1910 y 1920, Argentina fue la primera potencia del porno en el mundo”. Coincidentemente, el cine argentino también había alcanzado para ese entonces un alto grado de desarrollo y “producía más de doscientos largometrajes argumentales, una cantidad indefinida de documentales cortos y largos y una inmensa cantidad de noticieros”, informa el mismo autor. Visto de ese modo, resulta lógico que en una sociedad de grandes desigualdades, donde se combinaba el alto desarrollo técnico en las elites y la mano de obra barata, surgiera un negocio como el de la pornografía.