Descendiente de una familia de sangre irlandesa, Rodolfo Walsh asistió entre 1937 y 1940 a varios colegios de pupilos dedicados a recibir a los huérfanos y los hijos de las familias más pobres de dicha colectividad. Ya grande Walsh recuperó la experiencia de aquellos años en tres cuentos, hoy célebres, a los que se suele agrupar bajo el rótulo informal de Serie de los Irlandeses. En ellos cuenta la vida y supervivencia de aquellos chicos parcos en el ambiente hostil de una escuela católica conservadora, rígida, muchas veces cruel, en donde los vínculos de agresión suelen signar sus relaciones, pero también las que los adultos, sobre todo los celadores, establecen con ellos.
Narrados con un tono épico, dichos relatos recrean el sentimiento casi de exiliados que compartían esos alumnos condenados a vivir en la escuela. Basta hacer memoria e imaginar la propia infancia para entender que no es posible atravesar una experiencia semejante sino como un castigo desmedido, aunque no necesariamente lo sea. Así lo certifican los cuentos Irlandeses detrás de un gato, Los oficios terrestres y Un oscuro día de justicia, publicados por Walsh entre 1967 y 1970.
Los tres relatos están ambientados en el Instituto Fahy, una de esas escuelas a las que el escritor asistió como alumno, fundada por la comunidad irlandesa en la ciudad de Moreno, que por entonces era el medio del campo y hoy representa el confín oeste del conurbano. Su construcción monumental se presenta como una especie de laberinto abierto para los niños que protagonizan los cuentos, de donde podrían salir cuando quisieran, pero simplemente no pueden. Uno de esos cuentos, «Los oficios terrestres», aborda justamente el sentimiento de reclusión y la ansias de libertad a través de uno de esos chicos, que siente a la vida en el internado como una instancia de opresión y tristeza. El colegio es percibido como un espacio casi gótico, incluso como anterior al tiempo histórico en el que se supone que los hechos relatados tienen lugar.
«Un oscuro día de justicia» es el último de los tres cuentos de la serie. Ahí un celador psicótico al borde del delirio místico manipula a los alumnos para organizar peleas en el dormitorio, antes de irse a dormir. Su objetivo es claro: maltratar de manera indirecta, a través de los puños de otro, a uno de los chicos que están a su cargo. Pero luego de varias palizas, que recibe con valentía y sin dejarse intimidar, el niño le escribe a su tío en busca de ayuda y este promete ir hasta el colegio un domingo, para poner al celador en su lugar. A través de la pluma de Walsh, esa promesa equivale a la liberación del yugo de poderoso. Los chicos comienzan a imaginar la llegada del tío, hasta convertirlo en héroe. Pero si en algo coinciden los tres textos que conforman esta serie es en el fondo de amargura que, como pus encapsulado, siempre acaba supurando al final de cada texto.
Walsh no dudaba en definir a «Un oscuro día de justicia»como el más político de los tres cuentos. En una entrevista realizada por Ricardo Piglia en 1970 y que hoy forma parte del libro Un oscuro día de justicia / Zugzwang, publicado como la totalidad de su obra por Ediciones de la Flor, Walsh reflexiona acerca de su propio texto:
En este cuento se empieza a hablar del pueblo y de sus expectativas de salvación representadas por un héroe, es un héroe externo, es decir, no deposita sus expectativas en sí mismo, sino en algo que es externo, por admirable que pueda ser… creo que la clave de la iluminación, de la comprensión sobre la relación política de este caso entre el pueblo, por un lado, y sus héroes, por el otro, está en el final, cuando dice ‘…mientras Malcolm se doblaba tras una mueca de sorpresa y de dolor, el pueblo aprendió…’, y después, más adelante, cuando dice ‘…el pueblo aprendió que estaba solo…’, y más adelante ‘…el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza…’. Creo que ese es el pronunciamiento más político de toda la serie de los cuentos y muy aplicable a situaciones muy concretas nuestras: concretamente al peronismo e inclusive a las expectativas revolucionarias que aquí se despertaban o se despertaron con respecto a los héroes revolucionarios, inclusive con respecto al Che Guevara, que murió en esos días, te das cuenta, la agente que te decía: ‘si el Che Guevara estuviera aquí entonces yo me meto y todos nos metemos y hacemos la revolución…’. Concepto totalmente místico, es decir, el mito, la persona, el héroe haciendo la revolución en vez de ser el conjunto del pueblo cuya mejor expresión es sin duda el héroe, en este caso el Che Guevara, pero que ningún tipo aislado por grande que sea puede absolutamente hacer nada, es decir, cuando se delega en él lo que es una cosa de todos no se da el proceso, no se puede dar. Creo que ésa es la lección que ellos aprenden ese día; no es un tipo venido de afuera porque no hay ninguna connotación peyorativa para el tipo que viene de afuera, que pelea, se juega y es un héroe. No deja de ser un héroe por el hecho de que el otro lo cague a patadas, pero lo que ellos aprenden es que ellos, en una segunda instancia, si es que ellos se la quieren cobrar con respecto al celador, se tienen que combinar entre ellos y ellos cagarlo a patadas entre todos. Esa es la lección.»
El Instituto Fahy sigue activo, pero ya no como escuela de pupilos exclusiva para varones. Esta modalidad se mantuvo hasta mediados de la década de 1990, cuando el colegio se reconvirtió en escuela mixta para alumnos externos del nivel primario y un secundario con especialización agraria. Los cuentos de Walsh no solamente recrean de manera vívida y detallada la vida dentro del colegio, sino también su arquitectura, que es descripta por él con sumo detalle a través de sus narradores. Esta producción gráfica de Tiempo Argentino busca ilustrar aquellos relatos con estas postales que sirven como avatar fotográfico de varios de los espacios aludidos en los textos de Walsh.
Él mismo confesó en su momento que la idea era forjar a partir de esos tres cuentos, a los que luego le sumaría por lo menos otros dos, una novela fragmentaria que respondiera a ese formato primitivo en el que una serie de textos unitarios, pero organizados en torno de un eje que los atraviesa a todos, acaba convirtiéndose en una unidad narrativa con vida propia. Aunque su militancia y su trágica muerte nunca le permitieron concretar ese objetivo, los tres cuentos bien pueden ser leídos de forma independiente o como capítulos de una breve novela inconclusa. Así se refería a su proyecto en aquella misma entrevista firmada por Piglia:
En la Serie de los Irlandeses, que por ahora son estos tres cuentos, evidentemente hay una recreación autobiográfica pero, quizá, no tan estrecha como podría parecer. Lo autobiográfico es nada más que un punto de partida, una anécdota y a veces ni siquiera una anécdota entera sino media anécdota. Porque yo estuve en dos colegios irlandeses, uno en Capilla del Señor, que era un colegio de monjas irlandesas en el año 37 y después en el 38, 39 y 40 estuve en este otro, el Instituto Fahy de Moreno, que era un colegio de curas irlandeses. En este sentido hay una realidad mixta, ¿no es cierto?, porque hay un mundo de irlandeses pero al mismo tiempo es la Argentina, y es indudablemente en la Argentina, es decir, hay una burla acerca de uno de los personajes, no sé si en este cuento o en cuál de los cuentos, que dice que uno de los personajes pretendía ser descendiente de reyes y no de humildes chacareros de Suipacha. Cada tanto eso está, está porque estaba, el mundo se vivía así, doblemente…
Hace no mucho la biblioteca del Instituto Fahy fue bautizada con el nombre de Rodolfo Walsh y está ubicada en lo que antiguamente era uno de los dormitorios descriptos en sus cuentos. Sin dudas en esa decisión habita un modesto acto de justicia, luminoso, para nada oscuro.
Diseño de postales: Pablo de los Santos y Julio Jiménez