Si algo demostró Fabián Polosecki, de cuya muerte se cumplieron ayer 20 años, es que los manuales de ortodoxia extrema suelen estar equivocados. En un medio como el televisivo en que todo es vértigo, saturación, movimiento, horror al vacío y al silencio, desfile incesante de «celebridades» efímeras y aturdimiento, él hizo un giro copernicano introduciendo elementos opuestos a las reglas de la TV.

Entre 1993 y 1994 irrumpió con El otro lado y en 1995, con El visitante, ambos programas emitidos por ATC. Era la década en que se agitaba la bandera de la frivolidad y los ricos –viejos y nuevos- abrían obscenamente las puertas de sus casas a las revistas del corazón. En ese marco, los programas de Polosecki constituyeron un verdadero fenómeno que mostró la cara oculta de la realidad y que influyó de manera decisiva en el periodismo televisivo argentino. Su impacto fue mucho más allá de la fecha en que se emitieron los programas porque el talento no tiene fecha de vencimiento. Aún hoy continúa siendo un personaje de culto para periodistas y estudiantes de periodismo que, por su juventud, vieron su trabajo en un contexto muy diferente de aquel en que fue producido.

«La aparición de El otro lado a principios de la década de 1990 –dicen Hugo Montero e Ignacio Portela, autores de la biografía Polo, el buscador, publicada en 2006- representó algo más que una bocanada de aire fresco, fue la definitiva imposición de un estilo inédito en la televisión argentina, abordando una temática original y atractiva.»

¿Por qué se convirtió en un periodista de culto? ¿Qué era lo que aportaba Polo de nuevo a la televisión? En primer lugar, se aportó a sí mismo devenido personaje: el joven entrevistador siempre vestido de campera negra, dispuesto a recorrer la ciudad para mostrar lo que los demás no ven, o no tienen la curiosidad necesaria para descubrir. Prostitutas, criminales, drogadictos, desocupados, artistas callejeros y todo tipo de personas que suelen agruparse bajo el genérico inespecífico de «gente común» desfilaron por el programa de Polo quien eludió cuidadosamente la nota de color, el pintoresquismo y la soberbia de quien se siente «del otro lado». Por el contrario, cuando hacía hablar a los personajes estaba inquiriendo sobre su propia vida. «No estoy ajeno al sentimiento de las personas que entrevisto, dijo en un reportaje. Hasta de un criminal llevamos algo. No somos totalmente distintas las personas. Vivimos las pasiones de forma distinta. Lo que asusta del otro es lo que uno tiene de él.»

Aportó también su calidad de entrevistador que demostró que, en ciertas oportunidades, el silencio vale más que mil palabras. Si tuvo un arma periodística que manejó con maestría fue precisamente esa, la de saber callar, condición imprescindible de la escucha. Polo fue, sobre todo, un gran «escuchador», valga el neologismo. Cuando se sabe escuchar con la hondura con que él lo hacía, las grandes historias se encuentran a la vuelta de la esquina, porque la «gente común» de común no tiene nada y vista de cerca con una actitud de intentar comprender sin juzgar, siempre revela algo inesperado. Él sabía bien que todos estamos amasados con barro y misterio.

En el homenaje organizado por periodistas que el año pasado se le tributó en este diario, Ricardo Ragendorfer, quien trabajó con él en El otro lado y en el diario Sur (ver recuadro) dijo al respecto que al ver trabajar a Polo se dio cuenta de que «no hay nada más vano que un periodista inquisitivo. Fabián arrancaba grandes declaraciones a través de pequeñas interjecciones o desde el silencio».

Otro de sus aportes fundamentales fue la mezcla heterodoxa de técnicas y géneros. En sus programas confluyeron algo del cine documental y del cine de ficción, algo del policial negro y de la crónica periodística y de la historieta. Pero quizá su mayor hallazgo es haber volcado toda su formación de periodista gráfico en el medio televisivo, una decisión a contracorriente, si se tiene en cuenta que, lamentablemente, hace ya tiempo que los periodistas gráficos, perdida su fe en la palabra, se dedican a la imposible tarea de imitar a la televisión a través de textos desdoblados en fragmentos en un afán de lograr una suerte de zapping gráfico. Como siempre, también en este aspecto Polo actuó a contrapelo. Quizá no sea mera casualidad o una cuestión de amistad que en su equipo hubiera dos escritores de ficción, Marcelo Birmajer y Pablo De Santis. Tampoco parece un hecho casual que del conflicto que desató el cierre del diario Sur en el que actuó como delegado sindical, se llevara como trofeo de guerra la Olivetti, un mastodonte de hierro que fue emblema de la escritura periodística, en la que se lo veía teclear en sus apariciones televisivas. José Luis Meirás quien desde hace quince años milita de manera muy comprometida en la difusión de la obra de Polo, considera que su mayor influencia proviene del periodismo gráfico. «Muchos de sus investigadores periodísticos –dice- venían de allí, desde «Patán» Ragendorfer a Pablo de Santis. Varias de sus investigaciones pasaron primero por la gráfica y luego fueron el tema inspirador para la televisión. El programa dedicado a la vaca, por ejemplo, está muy relacionado con un artículo de Ragendorfer que había salido el año anterior en El Porteño. Polo tuvo una militancia bastante conocida en la Federación Juvenil Comunista, incluso fue un referente de estudiantes secundarios a finales de la dictadura. Venía de una familia con cierto debate interno político y cultural. Estudió Sociología aunque no terminó la carrera. Antes de hacer sus programas televisivos escribió en la revista de historietas Fierro y en el diario Sur donde hacía notas de cine y de música y algunas lindantes con lo policial como fue el seguimiento del caso Bulacio. La escuela de entrevistar gente mediática fue Radiolandia y el después aprovechó eso para entrevistar a gente común. Sus programas estaban relacionados con lo que pasaba en la sociedad argentina y tenían mucho trabajo de equipo, investigación periodística previa y un trabajo de campo hecho por gente que buscaba a los entrevistados. Luego, claro, está el mérito propio de Polo como entrevistador, su capacidad de hacer que el otro se sintiera como hablando en la intimidad.»

En este momento, Meirás comenzó a subir a un canal de Youtube la totalidad de sus programas, tanto El otro lado como El visitante que hasta el momento sólo estaban accesibles en el Núcleo Audiovisual de Buenos Aires que funciona en el Centro Cultural San Martín y que sólo se podían consultar ahí. «Hay algunas limitaciones con la banda de sonido –explica- porque Fabián usaba mucha música de creadores extranjeros. Además, los programas no se pueden ver aún desde los teléfonos celulares, pero estarán disponibles para todo el mundo desde un ordenador. Los emitidos son 80 y esta semana comenzamos a subirlos. Calculamos que completar la tarea nos va a llevar unos dos años.»

Rubén Viñoles fue amigo de Polo y luego se convirtió en su socio y productor ejecutivo del primer ciclo. Viñoles lo describe como alguien intenso, alegre, divertido y tan buen cocinero que no permitía que nadie se metiera en su cocina, donde la tapa de la heladera no se veía porque estaba cubierta por facturas impagas. «Recuerdo –dice- que el año en que hicimos El otro lado fue espectacular. Siempre jodíamos con que nos sentíamos más una banda de rock and roll que un equipo de producción haciendo un programa. Para hacer una nota de cinco minutos estábamos una hora. Él se ponía en la piel, se comía la película del otro y charlaba en profundidad con una mezcla de cirujano serio y profesional y a la vez de tipo que simplemente estaba con una persona que quería conocer, saber cómo era su vida. El desgaste que se comía era infernal y quedaba hecho mierda, no lo hacía de taquito. Era a la vez sensible e inteligente y tenía su «caractercito». Se vivía muy intensamente cada nota, como algo personal. Garassino, Beiza y yo veníamos del cine y nos sentíamos en Disneylandia porque antes de hacer esos programas prácticamente pagábamos por filmar. Antes de concretarlo fantaseamos durante un año. El tenía un sillón de barbero en su casa donde nos sentábamos a discutir cómo debía ser un programa si alguna vez hiciéramos televisión. A diferencia de cómo se vive el periodismo ahora, él era muy intenso y se tomaba lo que hacía como algo muy personal. Me gustaría saber qué opinaría hoy el amigo Polo, ahora que nos encontramos en la época de la posverdad. Nosotros creíamos que estábamos buscando alguna verdad aunque jodíamos con los off de ficción. Teníamos una pata en cada lado.»

Este año, al cumplirse 20º aniversario de su muerte, el colectivo La Nave de los sueños le rendirá homenaje en la Biblioteca Nacional el 13 de diciembre a las 18:30. «Desde la Nave –comunican sus integrantes- creemos que la figura de Polo merece esa visibilización, para mostrar una forma distinta de abordar el periodismo y la entrevista como género. Polo pudo dar una vuelta de 180 grados a los programas de investigación de la televisión.»

El legado de Polosecki se impone de manera contundente sobre las leyendas que produjo su suicidio y el morbo de quienes se regodean en ellas en el intento de convertirlo en un maldito, según palabras de Ragendorfer, en un «Arthur Rimbaud televisivo.»