-Primero le pido que se presente para los lectores de Tiempo Argentino, quizá ajenos a su vasta obra literaria y su profuso trabajo editorial en el vecino Paraguay.

-Nací en Asunción en 1967. Vivo en Lambaré. Escribo reseñas en diarios capitalinos, organizo ciclos de charlas sobre literatura et alia en distintos lugares de la city, y changas innumerables en el ámbito de la edición. Tengo un hijo de 9 años. Escribo poesía y narrativa desde los 15 años cuando en plena era de Stroessner me fugué de casa con dos libros en mi mochila. Como decía en 1963 Hunter S. Thompson, después de su visita, rajarse de Paraguay es tan natural y no es necesario echarle la culpa por tal reacción a Stroessner. Mi último libro publicado es Iporakaka, que en realidad son dos libros en uno: El caraí, novelita distópica en torno a una droga biopolítica, e Iporakaka, nueve cuentos absurdos.

Cuénteme un poco cómo surge la idea de escribir Pindó Kuñakaraí, que repasando su obra es su primera novela, o mejor dicho no-vela, como he leído que la define.

-Surgió a partir del nombre. “Pindó Kuñakaraí”, la virgen del Pindó. Mis textos surgen a partir de una palabra más que de ideas. Así Pindó Kuñakaraí, Iporakaka, Puente Kaí (poesía), etcétera. No-vela porque más que novelar, narrar, contar una historia, es una vela, un wake (velorio, despertar) a lo Finnegans de Joyce, prendida, mantenida durante 160 páginas para iluminar unos fragmentos de palabras y delirios del imaginario sempiterno parawayensis. Es mi primera novela publicada -este año saqué otro, Iporakaka-, pero no la primera escrita, tengo más de un par de narrativas largas inéditas: Bic Bang, Filosofía del olvido y la caída, y semi-inéditas, por ejemplo, alguna novelita juvenil inconclusa colgada en internet nomás.

-¿Cómo puede presentar a Pindó Kuñakaraí, la figura femenina de leyenda que muta y atraviesa todos y cada uno de los apartados que tiene su libro?

-Pindó Kuñakaraí, la señora de las palmas, fue un tiempo, el tiempo de la pre-escritura. Una palabra mantra para mí, a partir de la cual se desplegó todo el libro.  Cuando lo terminé me di cuenta que estaba escrito con pedazos de la mitología guaraní muchas veces. Otras, las más interesantes, son plagiadas de seudo mitologías populares. Es primero, una parodia de la virgen hovy de Caacupé, la María católica, luego una broma contra la preeminencia masculina modelar una semidiosa femenina. La secta que la inventa o imagina en su delirio misticoide, tiene una base real, en una secta protestante delirante de mi infancia setentera estronista… Pueblo de dios, una secta lambareña. También es quizá un homenaje platónico, provenzal, a una mujer difusa que quizá amé sin saberlo y como arrepentimiento tardío la erigí hasta un estatus estelar, celestial, es decir, popular. En última instancia, es una figura fantasmática femenina que salió de mi cabeza como la Afrodita griega.

Más allá de esta figura femenina omnipresente, el libro construye una suerte de bestiario o catálogo de figuras imaginarias de la historia paraguaya. ¿Qué podría contarnos al respecto?

-Es un saqueo desvergonzado del acervo cultural, legendario, doxográfico, rumorológico de nuestra tierra guaraní. Todas esas figuras tienen un modelo en la realidad, en la historia o en el imaginario popular. Mi labor se concentró en elegir alguna de esas figuras que saturan nuestra vivencia desde niños. El conspirador, el revolucionario, el artista cooptado por el poder estatal o privado, mafioso, sectario, el paranoico, el contrabandista, el plagiador, el falsario, el colaboracionista del poder, el oculto, el vulnerable, el chivo expiatorio, la curandera, el totalitario sin poder, el  melancólico… Es una pluralidad de individualidades, criaturas únicas en sus delirios, en sus obsesiones, en sus fobias.

La novela tiene una estructura se puede percibir como “vanguardista”, conformada por fragmentos, retazos, que el montaje hace dialogar alla Burroughs. ¿Qué puede decirnos del tejido de esa estructura?

-El fragmento es ideal para expresar el mundo parawayensis según lo han definido con sadismo colonialista los jesuitas: son  “gente que vive al día”, que no planifican a largo plazo, no  creen en la dialéctica, el curso de la historia que busca su autorrealización o perfeccionamiento, el tekoha parawayensis es la entrega febril al instante, al presente, afincado con furor libidinal al retazo del big now, ese jirón de tiempo detenido que no se puede costurar a un proyecto totalizador, sintetizador, etcétera.

-¿Cómo se filtra la historia del Paraguay en su libro?

-El mito de Pindó posibilita hacer un contraste muy nítido con la historia del Paraguay, con la inclusión y comparecencia de sus capítulos centrales, trágicos la mayoría. Como si nuestra historia no fuera en fondo más que la machacona paráfrasis y la infinita glosa de ciertos mitos y ritos atávicos. Por eso esa omnipresencia y ubicuidad de Pindó en el mundo que describe el libro. Ella es prácticamente cada parte insustituible de la realidad que le sirve de fondo y no simple fantasma que recorre las cabezas trastornadas de sus personajes. Pero es la historia macerada en un mejunje sardónico, que resuelve sus verdades en risa.

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-Como en buena parte de la narrativa paraguaya contemporánea, la ciudad de Asunción asume en Pindó Kuñakaraí un rol destacado, ¿está de acuerdo?

-Es una Asunción acogotada entre la Chacarita y Cateura: las villas miserias hinchadas  de basuras y criaturas infrahumanas, zombies, miserables, que se extienden a lo largo del gran recodo del río Paraguay). Una Asunción del crack y los karaokes, de un país de los últimos días, apocalíptico, muy influenciada por una novela llamada Paranoia Paraguay, escrita por un socio holandés en 2010.  Una Asunción de putas, drogas y cumbias karaokeras. Una Asunción que según el mito de Pindó debe pasar por la ordalía del diluvio para renovarse. Una city de por sí ya bastante mitológica, cuya bahía, dicen las crónicas, es un cementerio de payaguaes, esa etnia anfibia. Según un informe de prospección arqueológica de las zonas del casco histórico, Asunción es una topología babélica y plural: “Asunción corrugado, Asunción unguicular, Asunción dígito unguicular, Asunción serrungulado, Asunción roletado, Asunción inciso lineal, Asunción grabado, Asunción cepillado, Asunción rojo 1, Asunción liso 1, Asunción inciso punteado, Asunción blanco, Asunción rojo/blanco, Asunción blanco/rojo, Asunción negro y rojo/blanco, Asunción negro”.  

-¿Dónde ubica a su novela en el mapa de la literatura paraguaya?

-Es parte de una petit escena que orbita alrededor de la escritura “aporouñolada”, una escritura que se despliega a partir de un choque de lenguas. Dentro de una tradición, a pesar de su vis experimental, bien concreta, sus hitos serían el portuñol salvaje de Douglas Diegues, la escritura asémica de Jorge Kanese; en Brasil dialogaría con el Mar paraguayo de Wilson Bueno; en Argentina, con Folisofía de Murena; en Europa, con La naranja mecánica de Burgess, etc. Pindó es una versión koygua de Joyce, un capítulo guarango de Murena, un fragmento yoparaizado de Burgess, un pito catalán de Leminski, una carcajada martimcerereiana. Otra fuente, en su vertiente mitológica, abreva en Revelación del Paraguay de Giménez Caballero, en la literatura llamada de nacionalismo indigenista, Natalicio González (supuestamente leído por Aira según su Diccionario de autores latinoamericanos), Rosicrán, Ayvu Rapyta, Bertoni, entre otros.

Cuéntenos un poco sobre el mix de lenguas que se cruzan en la novela.

-El mix de lenguas bautizado como “porounhol”: mix de porou, comer y coger en guaraní, y el español, es un intento de las nuevas escrituras que circulan por Paraguay que pretende resolver esa esquizofrenia de los purismos tanto del español y el guaraní, en realidad es un “no-español” y un “no-guaraní”, traiciona a las dos lenguas oficiales, es un bombardeo masivo y alegre sobre el habla, un cavar en su magma ontopoética, popular, sin rubor. Busca tejer un escritura sabrosa, suculenta, densa y rica pero usando la lengua popular, de la calle.  Escritura carcajeante, cuyo fin secreto es el plan candoroso  de matar de risa a sus eventuales lectores.

Podría definir qué es el jopará para usted. 

Ferenczi dice que “toda lengua tiene su lengua onírica”. Ergo, ¡el jopará -mix de guaraní y español- es la lengua onírica, la élan(ava)langue, del español parawayensis! El jopará se nos presenta como una zona de interferencia de borrosos límites, difícil de captar y de describir, entre el guaraní paraguayo (cuyo perfil nos servirá de base para explicar algunos rasgos del jopara) y el español paraguayo, que también ha integrado muchos rasgos —incluso estructurales— del guaraní.Además del tema del límite incierto que va en paralelo con las fronteras dudosas, el jopará tiene otro ítem, el alimento, en la línea del macarrónico renacentista.

Usted impulsó los proyectos de editoriales cartoneras en Paraguay. ¿Cómo fue esa experiencia?

-¡Las editoriales cartoneras paraguayas fueron una fiesta de jugo loco! Usar el cartón que envolvía los vinos en cartón mendocino para armar y cutterear libritos de circulación handmade, casi casera. El corte zen de la realidad acartonada. Fue una  fructífera desauratización del cuco llamado libro, materia siempre pendiente de nuestro país semi analfabeto, de eminente cultural oral, sin bibliotecas públicas o publicaciones estatales o universitarias. Creo fue el último proyecto colectivo de  edición de libros que no pasaba por el tamiz burocrático tradicional.

-Luego de la experiencia fallida de Lugo y el regreso del Partido Colorado al poder, ¿cómo está la situación política en el Paraguay?

-Paraguay es un país sándwich entre el subimperialismo brasileño y la potente industria cultural-mediática argentina… Lugo fue un engendro tardío del gran «guignol sudaka» de otras épocas: la época de las luchas comunistas, revolucionarias, específicamente de la teología de la liberación… Su ingenuidad política, que le hizo sucumbir precozmente del poder, queda en evidencia durante su impeachment, parodia de juicio político, donde solo dos parlamentarios le fueron fieles. Estadística lamentable que nos mostró su incapacidad negociadora para consolidar un nuevo frente para renovar la esfera política nativa.

-¿Por qué cree que los lectores de Argentina tendrían que leer Pindó Kuñakaraí?

-La no-vela descree de esos límites tan marcados llamados Argentina y Paraguay. La frontera es una especie de ventosa bifronte, que un mismo movimiento succiona a uno y expele al otro. Un ejemplo, paraguayos conspirando desde Argentina, legionarios incansables en su cavilaciones golpistas, y argentinos muriendo (civilizando) en Paraguay (como Sarmiento). Si se esboza una especie de neo identidad  a partir de ciertos mitos fundamentales que pespuntan la historia de los pueblos, Pindó sería uno de esos intentos de nueva mitología identitaria, medio irónica, medio trágica, posnacional. Los lectores argentinos de mi edad les costará menos su lectura, los jóvenes, los millennial de la era del WhatsApp, tendrán que tener más estoicismo y paciencia, pero al final acaso comprendan que imaginar nuevas mitologías es una forma en que abrimos mundo, aireamos nuestro presente subcontinental enrarecido, sombrío y mutilado de esperanzas.