Puede decirse que Isla Decepción (Seix Barral), de la joven escritora chilena Paulina Flores, es la historia de tres náufragos, aunque solo uno de ellos haya corrido el peligro de morir en el mar: Lee, un misterioso pescador coreano que trabajaba en un barco-factoría y que es recogido por un grupo de pescadores. Los otros dos, Miguel y su hija Marcela, son náufragos de tierra arrasados por el oleaje de una vida de silencios y frustraciones. Los tres convergen en Punta Arenas.
En torno a estos tres personajes y al áspero paisaje de Punta Arenas que es, en realidad, un personaje más, se desarrolla una historia que, inspirada en los marineros orientales que saltan al mar desde los barcos-factoría para huir de las inhumanas condiciones de explotación, excede en mucho su punto de partida y alcanza una dimensión mayor abordando de una manera singular los problemas más dolorosos de la existencia que nos convierten en sobrevivientes de nuestras propios errores y frustraciones.
La autora, que con su primer libro de relatos, Qué vergüenza, ganó, entre otros, el Premio Roberto Bolaño y se convirtió en un suceso editorial, con Isla Decepción debuta en el género novela. En la entrevista vía Zoom aparece en la pantalla distendida y comiendo una fruta, sin el atisbo de solemnidad que suele verse en ciertos escritores de larga trayectoria. Esa actitud juvenil contrasta con la madurez de su escritura, como si ambas hubieran tenido un crecimiento desparejo, a destiempo. O como si la autora hubiera comprendido muy tempranamente que detrás de la solemnidad del “escritor profesional” suele haber un dejo de impostura.
–Tu novela tiene como escenario principal el mar, que quizá sea algo más presente para los chilenos que para los argentinos, por lo menos para lo que vivimos lejos de él. ¿Cómo surgió ese escenario, que es la esencia de la novela?
–Creo que tiene que ver con eso, con la presencia del mar. Una de las cosas que yo pensaba mientras escribía y estaba insegura era que si la novela no quedaba bien escrita o resultaba un fiasco, por lo menos al corazón del chileno le iba a gustar porque habla del mar. Estoy viviendo en Barcelona desde enero y he descubierto la diferencia que existe entre un océano como el Pacífico y un mar como el Mediterráneo. La novela surge en gran parte de la obsesión romántica que tengo con el mar y lo naviero, con la luna sobre el mar y todos los clichés que me encantan referidos a lo marino. Cuando comencé a pensar en escribir esta novela recordé que había leído una noticia sobre un barco-factoría asiático y sobre tripulación asiática que escapaba tirándose al Estrecho de Magallanes. Sentí que ese hecho tenía una gran potencia narrativa o ficcional. Además, tenía que ver con los temas que yo quería trabajar. Supongo que en mi inconsciente también estaba el tema de la inmigración, de los refugiados. Todo iba hacia un mismo lado.
–La elección que hiciste implicaba un riesgo, el del panfleto. Sin embargo, esto no sucede, porque también ponés en escena lo íntimo. Lee es un náufrago, pero también lo son, a su manera, Marcela y Miguel. ¿Fue una elección consciente o algo que se fue dando en la escritura?
–Yo quería poner a interactuar a estos tres personajes, que se vincularan, que se comunicaran. Quería mostrar, además, desde diferentes perspectivas, cómo se decide una vida con el sistema neoliberal como fondo. Qué significa elegir una carrera, trabajar como obrero, si realmente eso se puede decidir o no. Marcela no sé si decide tanto como cree que decide. Lee, en contrapunto, es un trabajador que no puede tomar ninguna decisión. Marcela tiene un trabajo que no le gusta pero en el que le pagan bien y lo deja. Está abrumada por la idea de que hay que cumplir los sueños, ser exitoso, perseguir lo que a uno le gusta. También está escapando de esa idea de mundo que presiona desde las redes sociales. El problema de Miguel pasa más bien por temas con la familia. Quería poner a tres personajes muy distintos y tenía más preguntas que respuestas sobre ellos. Me preguntaba qué iba a pasar con ellos. Día a día, mientras escribía, los iba conociendo, jugando y conversando con ellos casi como si se tratara de esos juegos de rol. No sabía qué era lo que iba a pasar entre ellos hacia el futuro. Marcela es muy coqueta, por lo que supuse que podía coquetearle a Lee en algún momento, pero no sabía cómo iba a pasar. Eso lo fui descubriendo a medida que escribía.
–La novela también plantea el tema de la cultura. Lee es oriental. Proviene de Corea. ¿Por qué le diste esa nacionalidad?
–Elegí que fuera coreano porque desde que comenzó el cine coreano me obsesioné con el país y me fascina. Estuve en Corea y me pareció alucinante. Cuando vi Parasite, sentí que la película tenía mucha sintonía con lo que quería decir en la novela. Corea tiene un desarrollo tecnológico gigante. Ellos tienen Hyundai, Kia… Hyundai es una megaempresa de automóviles pero que también hace edificios, hace de todo. Si bien tiene un desarrollo de primer mundo, me interesaba mostrar que en todos los países hay pobres y desigualdad. Aunque lo que se ve sea un estándar de vida muy alto, en Corea hay desigualdad, pobreza y explotación.
–Tu novela tiene algo muy cinematográfico, uno ve los paisajes a través de las palabras. ¿Por qué elegiste Punta Arenas?
–Hay cosas que no decidí yo. Casos como el de Lee sucedían en Punta Arenas. Aunque, pensándolo bien, también hubo una decisión mía, porque cuando viajé a Punta Arenas, me pareció un espacio superindicado para trabajar el tema que yo quería. La huida de Miguel, de Marcela y de Lee era una huida a un lugar que es como el fin del mundo, donde hay muchísimo viento y llanura, donde el sol se oculta tarde y sale temprano. Eso me permitía jugar con elementos naturales, paisajísticos, pero que también tienen un contenido simbólico. El viento da la sensación de que realmente es el fin del mundo. Huir a Punta Arenas te prepara para huir a cualquier lugar. Si puedes vivir ahí, puedes vivir en cualquier sitio. Y por eso la gente del lugar tiene el orgullo de haberse acostumbrado o de haber sobrevivido a ese lugar. Además, sentía el deseo de salir de la ciudad, de buscar un lugar con posibilidades de vivir una aventura. Un poco decidí como deciden los directores de cine el espacio donde filmar. Pensé mucho en las locaciones, dónde iba a suceder cada escena. Quizá sea algo un poco anticuado, pero sentía la necesidad del viaje, de la aventura.
–¿Por qué anticuado?
–Porque me da la sensación de que es algo clásico. Pero no lo digo en un mal sentido. Tuve el deseo de hacer salir a los personajes de su realidad, hacerlos viajar, apartarlos de lo cotidiano, de la universidad. Uno lee muchas novelas de gente que estudia, que trabaja en la ciudad. Yo quería un espacio en que los personajes estuvieran vacíos de sus vidas.
–Las escenas en el barco- factoría también se ven como si miraras una película. ¿Hubo un trabajo de investigación?
–Busqué en varios planos. Lo primero fue viajar a Punta Arenas, entrevistar a gente de la gobernación marítima, a prácticos, que son los que capitanean los barcos que pasan por el Estrecho de Magallanes porque la ruta es muy difícil. Luego leí muchos testimonios y reportajes sobre esta industria de la pesca en particular, sobre las industrias que funcionan con un sistema esclavista en la actualidad. Ese material lo encontré en universidades y en medios específicos. También entrevisté a muchos marinos mercantes y leí memorias de marineros mercantes. Entrevisté también a pescadores artesanales, investigué sobre la pesca de calamares a través de videos. Luego de tener toda esa información sentí que ya podía escribir la novela, dejar volar la fantasía. La información la necesitaba para sentirme segura, pero luego de que la tuve, me sentí libre de decir que el cielo era morado o verde. Pensé que ese era el momento de meter las manos en la poesía, de tratar de encontrar una voz.
–¿Los buques de los que hablás hacen pesca ilegal y por eso trabajan por la noche?
–Hacen pesca ilegal también. Pero se pesca de noche porque los calamares salen de noche. Más allá de que estén dentro del marco legal o no, estos barcos arrasan el mar, son depredadores. En 15 días sacan 15 toneladas de calamar. Eso afecta la cadena alimentaria de los océanos. Y no solo sucede con los calamares. Muchos de estos barcos se meten dentro de la plataforma marina de otros países y apagan los GPS para que no los detecten. Pero no son barcos piratas porque todos tienen bandera, aunque los barcos piratas también existen.
–Además, tiran basura.
–Sí, el mar es el gran basurero del mundo. No quería hacer algo panfletario, pero sí hablar de esa situación. La novela también plantea la imposibilidad de estar solos. Puedes estar en el último lugar del mundo y vas a tener una botella de Coca Cola flotando al lado porque el ser humano ha llegado a todas partes.
–¿Entre todo lo que leíste hubo algo que te impresionara particularmente?
–Sí, un reportaje de Rodrigo Fluxá. Me produjo el gesto medio naif de asombrarme de que esas cosas pasen en tu país, cuando en realidad en el país suceden cosas peores. Uno se mira en una espejo medio tramposo y dice “claro, vienen unos barcos del sudeste asiático con gente en pésimas condiciones de trabajo”, pero en Chile también pasan cosas terribles y es un país superdesigual. Hace unos años se encontró gente que venía de Bolivia a la que hacían dormir en containers. Es curioso, viviendo en el tercer mundo, uno se asusta del tercermundismo. Nadie se pregunta quién hace las botas que lleva puestas o quién produce lo que come, aunque es evidente que si puedes comer ceviche rico y barato es porque a alguien no le están pagando bien. Que el mundo es un lugar supercruel no debería ser una sorpresa para nadie. «
Las dos caras del éxito
–¿Tener éxito siendo tan joven es para vos una carga o, por el contrario, te alienta?
–Por suerte, soy una persona bien rebelde contra toda autoridad y suelo sacarme las presiones de encima. Pero eso no me pasa con la literatura. Yo misma me presiono. Quiero hacer muchas cosas, considero que soy muy lenta para escribir. Pero la escritura es un ejercicio solitario. Lo de las entrevistas dura un tiempo, pero luego vuelvo a estar a solas con el computador y el computador no me dice nada. No me dice, por ejemplo, “oye, te quedó buena esta oración”. Entonces, me paso mucho rato tratando de transmitir mi pensamiento al papel. La literatura es un oficio que todavía estoy aprendiendo, un desafío constante. Cuando estoy sola, no siento presión de afuera, la presión está vinculada al texto mismo. Con Isla Decepción pasaba el tiempo y no la terminaba y eso me ponía ansiosa. Yo misma me hacía el chiste: “¿pero qué estoy escribiendo?, ¿Madame Bovary?”. Sentía que habían pasado cuatro años y no quería crear expectativas, porque si el libro salía horrible esa sí iba a ser una Isla Decepción. Pero, en general, me siento muy agradecida de la repercusión, porque jamás me la hubiera imaginado. Yo estudiaba Literatura, trabajaba de camarera. Escribir y publicar me parecían sueños inalcanzables.