La artista Nora Iniesta podría definirse como una alquimista del siglo XXI. Si en la Edad Media la alquimia buscaba transmutar cualquier metal en oro, ella logra convertir los objetos cotidianos en arte. Podrá comprobarlo fácilmente quien visite la megamuestra Abanderada que reúne una selección de su obra de los últimos 20 años y que se expone en el Museo del Bicentenario. Cuenta con la curaduría de Adriana Mare, guión curatorial de Mariela Beker, Walter Richardi, Marcela Pupo y Spencer y diseño de montaje de Javier Jusid, bajo la dirección de Andrea Rabolini, a cargo de Programas Culturales y Museo Casa Rosada.
Paneras de plástico, platos descartables, personajes diminutos, muñecas de plástico inyectado, figuritas y postales antiguas, baberos, textiles y otros elementos de uso diario son los materiales de que parte la artista para realizar su obra. La muestra, que surge de una propuesta del Museo del Bicentenario, Casa de Gobierno para 2020, se postergó debido a la pandemia.
“Los curadores del museo me convocaron conociendo que yo trabajaba el blanco y el celeste, los colores de la patria, de nuestra insignia creada por Manuel Belgrano”, dice Iniesta. “Me pareció muy bien porque yo no trabajé con esta temática específicamente para una muestra, sino que vengo trabajando en esto hace 20 años. Trabajamos dos años en esta exposición, por lo que estoy contenta de que luego de la interrupción debido a la pandemia Abanderada pudiera inaugurarse. Me sorprende la cantidad de gente que viene. Muchas familias con chicos, muchos turistas tanto del interior como del exterior. Esta es la primera muestra de una artista contemporánea que se hace en este espacio y también la primera muestra de arte. Este museo pertenece a Presidencia de la Nación y tiene un sentido federal y para mí eso es muy significativo.” Y agrega: “De las 78 obras expuestas más de 20 pertenecen a colecciones, y para mí es importante reencontrarme con obras que hace 15, 10 o cinco años que no veía. Reunirlas fue una tarea del arquitecto que trabaja en el museo Javier Jusid.
Cuando se le pregunta a la artista cómo definiría lo que hace, contesta: “No es fácil definir lo que hago porque forma parte de mi vida diaria. Creo que no tengo ninguna relación más identitaria que la que mantengo con mi creación artística. Yo voy, vengo, junto materiales. Eso puede llevarme mucho tiempo, pero en algún momento se da la conjunción de los elementos para armar una obra. Lo que hago es merodear lo cotidiano hasta que lo cotidiano se vuelve arte. ¿Por qué? Porque puedo sustraer los elementos del rol para los que fueron creados y ponerlos en una especie de limbo que, al aislarlos, los convierte en hecho artístico. Siempre trabajo con elementos de uso cotidiano, doméstico, con objetos muy reconocibles para todos, desde un escobillón a un plato descartable, jamás con objetos de lujo.”
En un intento de definirse con más exactitud, explica: “Lo que yo hago es una suma de partes. La bandera que da inicio a la muestra y que se llama La unión y la reunión de todos los argentinos está hecha con miles de piezas de Rasti que se van ensamblando unas con otras, muestra mi concepción de cómo se arma lo colectivo. Parto de un elemento y lo llevo al infinito, como sucede con la bandera hecha con porras o en Argentina en el marco regional, un textil que llevé representando a la Argentina en el bicentenario de Bolivia, que está formado por más de 20 mil cintitas anudadas a una red con los colores de todos los países que convergen en la región, pero, separado de ese contexto está el marco y una bandera argentina interior.”
Entre las obras llama la atención una hecha con baberos, Futuro e identidad. “Esa obra –dice- estuvo en la muestra que hice en el Museo Evita en 2007. Si bien la temática se relacionaba con su figura, la última sala tenía que ver con el futuro. Allí, con perspectiva de futuro, creo esa bandera realizada con baberos. Los baberos son todos blancos y cada uno tiene el nombre de un chico. En la primera franja los nombres, que son los que nos dan identidad a cada uno de nosotros, son de varón y están bordados en celeste. En el centro, en blanco, están los nombres de mujer y en la tercera franja nuevamente los nombres de varón bordados en celeste. Todos me dijeron que esa bandera tenía que ver con los desaparecidos, la dictadura y los niños apropiados. Yo no lo había pensado así, sino como un futuro y creo que, de alguna manera, ese futuro quedó trunco. Pero ese pensamiento de la parte más negra de nuestra historia es constitutivo de todo argentino que, como yo, vivió ese momento histórico de sombra y de terror o que lo conoce a través de lo que le ha transmitido su familia.”
Es imposible no preguntarle por la cocina de su arte, por el origen de los objetos que consigue e interviene. Respecto de Futuro e identidad, responde: “Pasé un día por la vidriera de una casa muy tradicional de Buenos Aires y vi baberos bordados y, como suele pasarme, sentí como una ráfaga y me imaginé la bandera que quería hacer. Es algo insólito comprar 400 baberos con 400 nombres diferentes. Hoy, esa obra ya no es mía, la tiene una escuela y me da un gran orgullo. Volviendo a la temática de Manuel Belgrano, debo decir que él le daba gran importancia a la educación y crea la primera Escuela de Bellas Artes. Cuando terminé el primario pasé directamente a la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano. El blanco y celeste creo que hablan muchísimo de una elección de color que es parte de mi formación de pintora.”
“Encuentro el color –añade- en cosas muy distintas, de paneras a platos. Las paneras son ámbitos donde encontramos una figurita dentro, en las bandejas hay personajes que suben y bajan, que están en movimiento, porque el movimiento es la vida misma. La gran bandera hecha con porras, que realicé muchas veces, en distintas circunstancias y en diferentes tamaños, tiene que ver con el festejo. Las porras son para festejar, para sacudirlas, para mostrarlas. Los platos y las paneras tienen algo de convite al otro, hablan del alimento. Cuando trabajé la imagen de Evita, Daniel Santoro, que es para mí uno de los mayores artistas vivos, me dijo que mis Evitas eran proteicas. En este caso hablamos de banderas que también lo son porque nos dan un lugar de pertenencia, marcan nuestro territorio en el mundo globalizado de hoy.”
Si bien el eje principal de la muestra es la bandera, además hay un personaje, una muñeca de plástico inyectado que también se plasma en imágenes bidimensionales, que está muy presente y que es “la niña argentina”. “Esa niña –dice la artista- “es autorreferencial porque yo me identifico con esa niña de delantal blanco, escarapela al pecho, orgullosa de la escuela pública, el primer lugar donde se socializa, donde se hacen los primeros amigos. Esa misma niña argentina viaja por el mundo, lleva sus ilusiones con ella y mantiene su vigencia porque es la niña que todas llevamos dentro. Es la niña que hoy, como adulta, se empodera, reclama, quiere equidad. Niñas argentinas somos muchas, pero esta es la mía.”
Personajes diminutos se hacen presentes en algunas de sus obras. “Son los que dan la escala, aclara. Por ejemplo, en la obra que se llama Proyecto para un monumento esa figurita da la escala humana que creo que nunca tiene que faltar. En la obra Desencuentro, formada por tres pajareras, hay dos personas en cada pajarera que no se van a encontrar nunca y eso tiene mucho que ver con el quiebre, con la grieta que hoy vivimos y que está representada también en el banco de plaza partido en tres.”
Cuando se le dice que las figuritas presentes en varias de sus obras recuerdan a las de los chocolates Jack, afirma: “Es que todo te lleva a la infancia. Creo que no hay nada aquí que no me transporte a la mía, que es el acervo del que me nutro. Las técnicas que uso son las básicas: cortar, recortar, pegar, armar, componer, partir para volver a unir partes. Todo es memoria, todo es experiencia vivida. Por eso creo que la gene se identifica con lo que hago.”
Abanderada puede verse sábados y domingos de 10 a 17.30 hasta el 13 de marzo en el Museo del Bicentenario, Paseo Colón 100. Entrada libre y gratuita. «