Cuando murió, a mediados de 2012, en la mayoría de los obituarios se la recordó como “la reina de la comedia romántica”. Y si bien había motivos de sobra para adjudicarle esa corona -escribió el guión de una de las mejores películas del género, Cuando Harry conoció a Sally, y dirigió y coescribió otros tantos títulos entrañables, como Sintonía de amor y Tienes un e-mail-, lo cierto es que Nora Ephron fue también una de las columnistas más afiladas que tuvo el periodismo estadounidense. Nacida en Nueva York en 1941, se inició en los años sesenta como “mailgirl”, la chica que repartía el correo, en Newsweek, donde el hombre que la tomó le dijo, cuando ella le manifestó su deseo de ser escritora, que las mujeres jamás llegaban a serlo en esa revista. Sin embargo, poco después desembarcó en el diario New York Post y luego en la revista Esquire, donde aprovechó los espacios que le abría su pluma para dar cuenta de uno de los grandes temas de la época, el movimiento feminista. Y lo hizo con honestidad, naturalidad y, sobre todo, mucho humor. Para dimensionar la leyenda de Nora Ephron como columnista, basta con googlear la ilustración de tapa con la que Esquire –cuyo subtítulo era “una revista para hombres”- festejó su 40 aniversario en 1973. Allí están retratadas las grandes firmas que formaron parte de la historia de la publicación, desde Ernest Hemingway y James Baldwin hasta Tom Wolfe y William Faulkner, entre otros. La única mujer que se ve en tapa, rodeada de hombres, es ella.
Sin embargo, hasta ahora era imposible conseguir sus libros traducidos al español en nuestro país, algo que por suerte cambió en la segunda mitad del año pasado cuando desembarcó en las librerías su último libro de crónicas, No me acuerdo de nada (Libros del Asteroide), al que le siguieron en diciembre dos títulos editados por Anagrama, la colección de crónicas Ensalada loca (publicada en inglés en 1975) y la novela Se acabó el pastel (editada en inglés en 1983). De esta forma, quienes llevaban años disfrutando de su filmografía pueden sumergirse ahora en la deliciosa escritura de esta neoyorquina de pura cepa, que llegó a ser comparada con otra de las grandes cronistas que dio la Gran Manzana, Dorothy Parker (1893-1967).
La cáscara de banana
Si bien Ephron era una neoyorquina a ultranza, se crió en Beverly Hills, a donde sus padres, Henry and Phoebe Ephron, se habían mudado para trabajar como guionistas en Hollywood. Durante un tiempo les fue bastante bien: tuvieron éxitos como Papaíto piernas largas, con Fred Astaire y Leslie Caron, y Cosas de mujeres, con Spencer Tracy y Katherine Hepburn. Sin embargo, Ephron solía aclarar que la de ella no había sido una infancia glamorosa en la que recibían a diario la visita de estrellas, sino que ella y sus hermanas Hallie, Delia y Amy –también escritoras- habían crecido en una casa con las paredes tapizadas de libros. Los padres de las Ephron eran alcohólicos y no terminaron nada bien. Pero tener una madre que trabajaba, y nada menos que en el corazón de la industria del cine, marcó a la mayor, Nora, para siempre: desde muy temprana edad, supo que una mujer podía ambicionar más que ser madre y ama de casa. Su madre también le dio otra lección que selló su destino cuando le explicó que, cuando uno se resbala con una cáscara de banana, la gente se ríe. Pero si es uno quien cuenta cómo se resbaló con una cáscara de banana, deja de ser el hazmerreír para convertirse en el héroe de su propia historia.
Eso es exactamente lo que hizo Ephron en 1983, cuando publicó su primera y única novela, Se acabó el pastel, en la que contó de manera bastante apegada a la realidad la traumática separación de su segundo esposo, Carl Bernstein, uno de los dos periodistas que destaparon el famoso caso Watergate.
El divorcio fue escandaloso. Ella estaba embarazada de siete meses cuando descubrió que su marido tenía un affaire que llevaba gestándose casi el mismo tiempo que su segundo hijo. Sin embargo, lejos de convertirla en un descargo repleto de amargura, Ephron concibió una novela sincera, valiente y divertida sobre la dinámica de los matrimonios –incluyendo la que los une a otros matrimonios- y los vaivenes del amor de pareja. Cuando, por ejemplo, el marido le confiesa a la protagonista que está enamorado de otra mujer (un momento dramático), pero le aclara que no tiene relaciones con ella, ésta reflexiona: “Una parte de mí quería creer que era cierto, aunque sabía que no lo era: los hombres son capaces de practicar el coito con una persiana”.
A Bernstein, tanta exposición no le causó ninguna gracia, más aún cuando Ephron también adaptó el libro al cine, cuyo resultado fue la película El difícil arte de amar (1986), dirigida por Mike Nichols, con Meryl Streep y Jack Nicholson.
Ephron fue muy criticada por hacer público el derrumbe de su matrimonio, aunque tenía en claro el sexismo que había detrás de estas críticas. “Si sos mujer te criticarán por casi todo. Muchas personas creen que no debería haber escrito ese libro. Pero no recuerdo que hayan criticado a Philip Roth cuando escribió sobre el final de su matrimonio”, señaló en 2011 en una entrevista para la Kunhardt Film Foundation de Estados Unidos.
Una gran observadora
En el documental de HBO Todo es una copia, dirigido por su hijo Jacob Bernstein, el director de Cuando Harry conoció a Sally, Rob Reiner, asegura que Ephron era una gran observadora de hombres y mujeres. Esa capacidad de observación queda patente en las crónicas reunidas en Ensalada loca y No me acuerdo de nada, dos libros separados por 35 años de acuerdo con sus fechas de publicación en inglés. Por eso, si bien el olfato, la astucia y la capacidad de hacer reír a los demás parecen ser los mismos, el tono del primero es algo más cáustico y político, propio de una joven periodista que avanzaba en su profesión en las décadas del ’60 y ¿70, mientras que el del segundo es más amable, moldeado por las experiencias felices y no tanto que van imprimiendo los años y por la certeza de que la muerte se encontraba cerca (ver recuadro).
Ensalada loca abre con “Algunas observaciones sobre pechos”, texto de 1972 con el que Ephron logró llamar la atención en el coto periodístico. En él, explicaba por qué tener unos pechos grandes había sido considerado durante mucho tiempo el único pase directo a la femineidad por una chica de pechos pequeños como ella, “atlética, ambiciosa, expansiva, competitiva, ruidosa, alborotadora”, atributos que por ese entonces se consideraban masculinos. En “Fantasías”, en tanto, se preguntaba qué pasaría con el sexo tras la liberación femenina y reconocía que, si bien era feminista y sabía que su reacción estaba “culturalmente condicionada”, se ponía furiosa cada vez que su marido tenía problemas para parar un taxi o para conseguir que los atendiera un camarero. En “Política vaginal”, una crónica sobre los grupos de mujeres que se reunían en los ‘70 a examinarse los cuellos de útero para poder hacerse sus propios exámenes ginecológicos y abortos, comentaba irónica: “Resulta difícil no añorar los días en que una velada con las amigas significaba bridge”. También es imperdible la crónica de su encuentro con la actriz porno de Garganta profunda, Linda Lovelace, y de su reacción al ver la película en el cine.
Ejercicios de nostalgia
En No me acuerdo de nada, publicado en inglés en 2010, Ephron se permitió algunos ejercicios de nostalgia, pero también devaneos sobre temas más superficiales pero no por eso menos efectivos a la hora de provocar la carcajada. Prueba de lo segundo son textos como el que da título al libro, “No me acuerdo de nada”, en el que la autora confesaba que tenía una memoria endeble a la que le gustaba hacer foco en cuestiones secundarias. “Fui a muchos conciertos de rock legendarios y estuve todo el tiempo pensando cuándo terminarían y a dónde iríamos a cenar después, y si el restaurante seguiría abierto para entonces y qué pediría”, escribió. Y ojo que con conciertos legendarios se refería a cosas como la primera vez que los Beatles tocaron en el show de Ed Sullivan en Nueva York (de lo cual, por supuesto, no se acordaba de nada).
“Solo quiero decir: la tortilla de clara de huevo” es un alegato en contra de la tortilla sin yemas a la que se habían vuelto afectos los promotores de la vida sana (“No quiero que esto se confunda con algo importante de verdad, como la guerra en Afganistán, que también va siendo hora de que acabe, pero no parece que yo pueda hacer nada para acabar con la guerra, mientras que sí puedo intentar que se reduzca el consumo de tortillas de clara de huevo”). En tanto, “Mi vida como pastel de carne” es un desopilante relato sobre la humillación que sintió Ephron –una aficionada a la cocina cuya última película fue Julie & Julia, acerca de la Doña Petrona estadounidense, Julia Child- cuando descubrió que un pastel de carne que llevaba su nombre en un restaurante de Nueva York iba perdiendo calidad y preferencia entre los clientes.
Sin embargo, esa aparente facilidad para hacer reír no debe llevar a la confusión: si Ephron dejó huella fue porque supo combinar risa y corazón, lo cual demuestran fragmentos como éste de Se acabó el pastel: “Unas veces creo que el amor muere pero la esperanza resurge siempre. Otras, que la esperanza muere pero el amor resurge siempre. En ocasiones creo que la sexualidad más la culpa es igual al amor, pero otras veces creo que la sexualidad más la culpa equivale a sexualidad satisfactoria. Unas veces creo que el amor es tan natural como las mareas, y otras me parece que el amor es un acto de voluntad. En ocasiones creo que hay personas a quienes el amor se les da mejor que a otras, y a veces creo que todo el mundo lo finge. En ocasiones creo que el amor es esencial, y a veces me parece que la única razón por la que el amor es fundamental, es que si no lo tienes te pasas la vida buscándolo”. «
Un acto privado en el mundo del espectáculo
La muerte de Nora Ephron, a los 71 años, sacudió al mundo del espectáculo por lo inesperado. Pero la conmoción no se ciñó a la esfera pública. Para muchos allegados, su deceso fue un baldazo de agua fría.
Esto se debe a que muy pocas personas –su último marido, el escritor Nicholas Pileggi, sus hijos, sus hermanas- sabían que Nora tenía leucemia. Y esto fue así porque ella decidió mantenerlo en secreto hasta último momento.
La mujer que había hablado de su sexualidad, de su divorcio, de la crianza de sus hijos y de su trabajo en público y que incluso había escrito profusamente sobre todo esto, decidió morir con pudor después de luchar durante seis años contra el cáncer. “Logró un acto privado en un mundo donde eso es casi imposible”, resumió en el documental Todo es una copia Meryl Streep, protagonista de varias películas dirigidas o escritas por Ephron.
Sin embargo, en No me acuerdo de nada, su último libro, es posible dar con varias pistas. Por empezar, está dedicado a sus médicos, entre otros. Pero también es un libro que habla sin tapujos de la vejez y de las pérdidas (“Una vez a la semana llega una mala noticia. Una vez al mes hay un funeral. Pierdes a amigos cercanos y descubres una de las peores verdades de la vejez: que son irremplazables”).
Hacia el final, incluye dos listas breves y demoledoras: “Cosas que no extrañaré” y “Cosas que extrañaré”. Mientras que en la primera mencionó la piel seca, el corpiño, la tecnología en general y “las encuestas que demuestran que el 32 por ciento de los estadounidenses creen en el creacionismo”, en la segunda incluyó a sus hijos, a su marido Nick, los waffles, leer en la cama, las risas y, por supuesto, “cruzar el puente hacia Manhattan”.