Se inauguró ayer en Santa Fe, en el marco del Año Saer, un coloquio internacional referido al escritor santafesino nacido en la localidad de Serondino el 28 de junio de 1937 y muerto en París en 2005. El coloquio, que fue inaugurado por el crítico y escritor Noé Jitrik, de larga y reconocida trayectoria, cuenta con la participación de destacados intelectuales y contempla la presentación de libros y la proyección de Toublanc, de Iván Fund, una película basada en la vida y la obra de Saer,en la que confluyen dos relatos: la preocupación de una profesora santafesina por un caballo abandonado en la puerta de su casa y un parisino que trabaja como investigador y tiene su hijo a su cuidado.
Analía Gerbaudo, Beatriz Sarlo, Alan Pauls, María Teresa Gramuglio, Raúl Beceyro, Nora Avaro, Daniel Balderston, Juan José Becerra, Analía Capdevila, Edgardo Dobry y Martín Kohan, entre otros, también disertarán a lo largo de las jornadas.
Voces a la distancia fue el título de la conferencia de Jitrik, quien disertó en el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez. Afirmó que le resulta «extraño» participar de un homenaje a Saer porque «su muerte no es algo que pueda aceptar tan fácilmente». La muerte de Saer, dijo el crítico, cortó «una conversación», como le llamó a su relación, iniciada en 1959 en la casa de Francisco «Paco» Urondo, donde irrumpió junto a Hugo Gola «vociferando contra Contorno, reivindicando a Borges», y cuestionándolo «vigorosamente por no sostener a Borges, pobrecita víctima de la despiadada furia de los Viñas».
Jitrik hizo un recorrido por la obra de Saer y señaló que dos años más tarde de ese suceso, lo encontró en Besancon, Francia, donde estaba exiliado por la dictadura de Onganía. «En ese momento dijo- comenzaron a tomar forma nuestras relaciones, salidas de descubrimientos, conversaciones, viajes y, sobre todo, la aproximación a lo que iba siendo su obra».
Consignó, además, que a la influencia de Borges, Saer sumó la lectura de los objetivistas franceses (Robbe-Grillet, Sarraute, Simon, Butor) y a su entender «lo suyo no era ‘su’ estilo sino una búsqueda de estilo a través del marcado estilo de esos otros».
La novela El limonero real, de 1974, constituyó un punto de inflexión en la obra del autor. El crítico señaló que en esa obra tomaba forma una muy personal investigación, no naturalista, no de referentes, sino de las incesantes posibilidades del lenguaje que, sometido a un filtro permanente, hacía de su tentativa una presencia novedosa y fuerte».
En lo personal lo caracterizó como alguien alguien «celoso, inquieto, disconforme», que «clamaba contra los autores del estrepitoso ‘boom’ latinoamericano, cuyo ruido lo espantaba», y contó que lo que le parecía más atractivo del santafesino por aquellos años «era considerar en cada nuevo libro que ya iba constituyendo un corpus, una semi saga a lo Faulkner, lo que podría llamar la materia de un destino, el propósito argentino de poseer una literatura».
Durante la disertación ubicó a Saer en la tradición de los Echeverría y los Sarmiento. Y concluyó: «Creo que eso es lo que puedo comprender de su tránsito por esta tierra y por esta literatura, a veces ardiente, a veces apagada».