¿De dónde nace la ficción? ¿Qué la origina? ¿Cuál es su fuente? Quizá puedan enumerarse diversas causas que empujen a escribir en clave ficcional, pero hay una que las abarca a todas: el origen es siempre la propia vida de quien escribe. En este sentido, puede decirse que toda ficción es autobiográfica aun cuando en ella sea imposible reconocer alguna referencia a la vida del escritor. Las experiencias, a veces, se procesan y se modifican de tal modo que parecen no haber dejado huella. Los disparadores a la hora de escribir pueden ser muchos, pero la experiencia propia está siempre en el fondo de lo que se escribe, incluso cuando el escritor no lo advierte.
En el caso de Natalia Zito (Buenos Aires, 1977) autora de cuentos, ensayos, artículos periodísticos y de tres novelas, Rara (Emecé, 2019), 27 Noches (2022) y Vos (Emecé, 2023), por lo menos en la primera y la tercera, la relación de su escritura con su vida es más explícita, aunque esto no significa en absoluto que se trate de una ficción de menor intensidad que, por ejemplo, la de una historia que, en apariencia, parezca fruto sólo de la imaginación. En 27 Noches, también recurre a hechos reales, aunque, en este caso, no están referidos a su vida, sino a la de Natalia Kohen, una mujer a la que sus hijas recluyeron y sobre la que la hizo una exhaustiva investigación.
Si en Rara, a partir de algunos hechos autobiográficos, contó la experiencia de una mujer que pierde un embarazo y que debe enfrentar una traumática mudanza tras su separación, en Vos, lo que narra es la historia de la muerte del padre y el entramado de vínculos familiares que rodea a esa situación dolorosa.
De todos modos, cualquier intento de narrar una novela está condenado al fracaso y este no es la excepción, porque a la pregunta acerca de qué habla una novela solo podría contestarse tautológicamente con la novela misma ya que el sentido de una ficción es irreductible. Sin embargo, resignándose por anticipado al previsible fracaso, es posible decir que Vos habla de la muerte, pero también de la vida, de la literatura como experiencia vital pero, sobre todo, del corazón o el centro del dolor, de ese duro carozo que da frutas únicas e intransferibles porque el dolor es distinto según quien lo padezca y, además, no se puede compartir.
-Toda escritura es autobiográfica y, al mismo tiempo, no lo es. Sin embargo en Vos, me parece que la narración de la muerte de un ser querido tan próximo, en este caso el padre, no se puede contar si no se vivió, y tuve la sensación de que sabías muy bien de lo que estabas hablando. Entonces, en este sentido, te pregunto si se trata de una novela autobiográfica.
-Se me ocurren dos respuestas para contestar a tu pregunta. La primera es que, al igual que en mi novela Rara no podría haber escrito nunca sobre el parto de ese bebé muerto de no haberlo vivido, tampoco podría haber escrito sobre la muerte de un padre antes de que muriera mi papá. Esta última novela está escrita, además, en base a un diario que llevé durante los últimos meses de vida de él. Sí, sin duda, sabía de lo que estaba hablando. En cuanto a lo autobiográfico, creo que la mejor respuesta que encontré a esto es la de André Serge, un psiconanalista y escritor mexicano, autor de una novela muy difícil que se llama Flac. Detrás de esa novela hay un gran ensayo cuyo nombre es Donde el psicoanálisis termina empieza la escritura. Es el ensayo que a mí me hubiera gustado escribir.
–¿Y qué es lo que dice ese autor sobre la ficción y la experiencia personal?
–Él dice que su novela es ciento por ciento autobiográfica y 900% ficción (risas). A mí esa respuesta me parece genial, por eso se la robo y te digo que mi novela es ciento por ciento autobiográfica y novecientos por ciento ficción.
-Creo que en Vos, además, también está latente la pregunta acerca de cómo se narra la muerte de un ser querido. Todo el tiempo aparece la referencia a un libro de Kertész. ¿Vos lo ves así?
-Creo que más que una pregunta sobre cómo narrar la muerte, lo que me pasó en esta novela y lo que me pasa, en general, con todo lo que escribo, sobre todo cuando escribo sobre cosas que están basadas en experiencias propias, es que siento que escribo para salvarme de la muerte. Es como si estuviera frente a un precipicio que cada vez se abre más y más y que me puede tragar. La escritura es mi manera de poner los ganchos en la tierra, de amarrarme al lado vital. Siento que así me voy a salvar, que así la muerte no me va a tragar. En las experiencias cercanas que tuve con la muerte, la de mi primer hijo, la de mi padre y, a los cuatro años, la de mi madre, mi sensación es que lo que ocurre es tan grande que, como dije, podría tragarme. Entonces, para defenderme, escribo y, sobre todo, leo. Todo lo que digo en la novela sobre la lectura de Kertész es cierto, encontrar ese libro fue algo muy importante. Acerca de lo que significa para mí la lectura, me sale decir cosas cursis, pero reales, como que me ayuda a vivir. La vivo de esa manera y no puedo decirlo de otra forma. En este momento estoy escribiendo sobre la muerte de mi madre y creo que esa próxima novela va a completar una trilogía sobre el duelo o sobre las tres muertes que viví, eso aún lo sé.
-Quizá porque además de escritora sos psicoanalista y porque la vida es, en definitiva, el relato que nos hacemos de ella, al leer tu novela no pude dejar de pensar en lo que Freud llama “la novela familiar del neurótico”.
-Sí, definitivamente, es un poco eso. La semana pasada, alguien que leyó la novela me hizo una devolución muy linda y muy generosa. Resaltó, sobre todo, la escena del crucero en que el padre está mal, están por llevárselo en un helicóptero y la hija le toma la mano. Leo lo que me escribe esta persona y me emociono al punto de llegar a las lágrimas y, de pronto, se me viene el recuerdo encima y me pongo a llorar largamente, porque extraño a mi padre que murió en 2017. Pero, a los pocos minutos, me digo a mí misma, “pero, Natalia, si esa escena que está en la novela, no ocurrió en la vida real, no sucedió nunca”. Estaba llorando por una escena que no había tenido lugar jamás. Era casi un momento de locura, porque esa escena que me mencionaba la persona que había hecho esa devolución, era ficción pura. La novela familiar de Freud tiene que ver con reconstruir la familia de acuerdo con la novela propia y yo estaba llorando, precisamente, por mi propia novela. Lloraba por una historia que no había ocurrido, sino que construí yo misma.
–Es que la ficción incide en nuestros sentimientos, porque, aunque la mayor parte de la gente separa la lectura de la vida, la lectura es una experiencia vital muy importante para quienes somos lectores. La ficción también «sucede» en nosotros.
-Sí, estoy totalmente de acuerdo con eso. Ahora que lo decís, quizá en la decisión de incluir escenas de lectura, en el hecho de que la protagonista esté tan amarrada a los libros tenga que ver con eso, con que la lectura es una experiencia. Todo el diálogo que mantiene la protagonista con el libro de Kertész no es muy distinto del diálogo que tiene y, a la vez, no tiene, con el padre. Son dos personajes equivalentes.
–Al igual que sucede en Rara, los objetos son importantes en esta novela, como si estuvieran impregnados de nuestra historia y poseyeran cierto poder que, en realidad, es uno el que se los atribuye. En esta novela, el objeto que está más trabajado es la máquina de escribir del padre, como si heredar su máquina de escribir propiciara la escritura. Y aquí, la escritura aparece otra vez.
-Es interesante lo que decís. Quizá yo no lo había pensado así, no había pensado que un objeto podía estar impregnado de literatura, pero escuchándote pienso que es así. Los objetos son algo de lo que yo no me desprendo. Quizá pienso sobre ellos algo similar a lo que me pasa con el cuerpo, que también está muy presente en ambas novelas o en todo lo que escribo. Los objetos son algo concreto y, al mismo tiempo, simbólico. Pero, a su vez, los simbólico, por ejemplo, escribir, no es posible sin lo concreto. No es que el objeto en sí le otorgue a ella un poder, pero para ejercer ese poder, para heredar y hacer propia su posibilidad de escribir necesita el objeto. Por eso mismo, a lo largo de la novela ella se va guardando pequeñas cositas del padre. Eso se me ocurrió cuando me preguntaba acerca de qué es el duelo, de qué se trata, en qué consiste.
-¿Y qué te coantestaste?
-Muchas cosas, pero una de ellas es que de esas pequeñas pertenencias del padre que ella se queda la preparan para el duelo porque, en definitiva, lo que uno se queda del otro son también pequeñas cositas simbólicas que están encarnadas en algún tipo de cuerpo, ya sea el cuerpo propio o en los objetos.
-El cuerpo propio es también una ajenidad a la que le pasan cosas que no manejamos. Es loco pensar que no conocemos nuestra parte de atrás, sino es a través de un espejo. Vos trabajaste con gente con desórdenes alimentarios que perciben su cuerpo de manera distorsionada, es decir que la autopercepción no siempre es objetiva. En la novela hay un extrañamiento respecto del cuerpo. La única forma de apropiación parecería ser la literatura, porque lo único que podemos poseer son los relatos. La literatura, valga la redundancia, es a veces más real que la realidad.
-Qué hermoso que hayas leído eso. Definitivamente, yo pienso lo mismo, pero creo que no fui consciente al escribirlo. Es por eso que la narradora agarra a Kertész de una manera desesperada y eficaz. En las cositas del padre que se va quedando hay algo concreto pero inaprehensible, hay algo que se le escapa, como el propio cuerpo del padre que se le está por ir. Y como su propio cuerpo porque está embarazada y el embarazo es algo que la sorprende y ni siquiera sabe si quiere tener esa hija o no. Pero si hay algo sobre lo que uno puede poner los pies, es sobre las palabras. La experiencia de la lectura de Kertész, tanto en la novela como en mi experiencia personal –leía ese libro mientras acompañaba el final de mi papá-, era algo del orden de un placer muy profundo. El goce estético es algo rarísimo, sumamente extraño. Lo digo y me parece que no llego a transmitir lo que realmente sentí, porque ese placer profundo es algo que se vive o no.
–Es que la soledad ante la muerte de un ser querido es algo que nadie puede acompañar. Hay una vieja fórmula de pésame que creo que ya no se usa que dice “le acompaño el sentimiento”. Por supuesto es falsa, porque en ese sentimiento no es posible el acompañamiento.
-Sí, es mentira. La soledad a la que te referís es algo que he sentido a lo largo de la escritura de toda esta novela. Creo que cada uno vive en la soledad que se construye y por eso para mí vivir es traducir. Estamos todo el tiempo traduciendo la realidad en palabras y en imágenes y esa realidad en la que vivimos, construida por cada uno de nosotros, no puede ser habitada por otro o, tal vez, sólo pueda ser habitada por momentitos cortos, como flashes. Pero, en realidad, vivimos y morimos solos. No hay chance de compartir esa soledad.
El embarazo, la vida y la muerte
En la novela, la narradora, al mismo tiempo que acompaña a su padre en sus últimos días, está embarazada. Alguien podría verse tentado de pensar que eso es un canto a la vida que compensa la muerte. Sin embargo, no siempre un embarazo es sinónimo de felicidad. ¿La maternidad es, necesariamente, la contrapartida de la muerte?
–Quizá por mi experiencia, por lo que me pasó con mi primer hijo, diría que el embarazo es para mí vida y muerte. Yo lo siento de esa manera. Cuando una mujer está embarazada, el grado de vulnerabilidad es tan grande que, por lo menos en mi representación, una mujer embarazada no es la panacea, no es el paradigma de la vida. Por el contrario, creo que ahí están la vida y la muerte juntas. Me parece que esta novela es otra variante de eso, de que la vida y la muerte estén presentes al mismo tiempo. Mientras en la protagonista de Rara esos dos elementos estaban en un solo cuerpo, en Vos aparecen desglosados en dos cuerpos, el del padre y el de ella. En la primera escena de la novela, ella está visitando al padre en el hospital y sabe que está enfermo y se va a morir. Por otra parte, ella se acaba de enterar de que está embarazada. Esto tiene que ver con el cuerpo como ajenidad. Mientras escribía me pregunté cómo narrar eso, esa rareza sin caer en decir «él esta está enfermo, ella está embarazada». No hay una equivalencia entre la enfermedad, el bebé y la muerte. No creo que siempre una vida sea bienvenida ni que sea la mejor opción. Por eso, en el primer capítulo ella dice «(…) en mi familia vivir es lo que está bien, lo que la mayoría de la gente quiere aun cuando sea incapaz de hacerlo, lo que podemos pagar y lo que vamos a sostener hasta no dar más».