«La experiencia de sentir que estuve muerta me hizo escritora», dice Natalia Zito, autora de Rara (Emecé), su primera novela publicada. La experiencia a la que se refiere es la pérdida de un embarazo que junto con una traumática mudanza es uno de los hechos autobiográficos que transforma en su novela en una poderosa ficción. Escritora hubiera sido de todos modos, porque escribía desde mucho antes y porque ningún hecho, por doloroso o dichoso que sea, puede generar espontáneamente escritura, si no se es escritor. Ella misma recuerda su temprana y placentera relación con las palabras y evoca escenas en las que aparecen las máquinas de escribir de su padre.

Rara es el monólogo de una mujer que se separa luego de 12 años de convivencia matrimonial durante los que hubo tratamientos de fertilidad, pérdida de un embarazo muy avanzado y el nacimiento de un nuevo hijo. Como consecuencia de la separación, prepara una mudanza desde una casa en las afueras a un departamento en Buenos Aires. Cada uno de los objetos que embala está impregnado de historias. Desde las cucharitas al acolchado le hablan de ese pasado en común al que le está poniendo un punto final.

Su monólogo rezuma bronca, desencanto y acaso la perplejidad de saber que quizá la maternidad, que tanto le costó lograr, no era una vocación irrenunciable como lo había creído.

Antes de esta novela, Zito había publicado un libro de cuentos, Agua del mismo caño, cinco de cuyos relatos se convirtieron en una obra teatral, El momento desnudo. Además de escritora, es también psicoanalista, dos vocaciones que no vive como una contraposición conflictiva, sino, por el contrario, como un complemento. El psicoanálisis también la llevó a escribir artículos, ponencias para congresos y otros textos fuera del ámbito de la ficción. Rara emergió con potencia y se le impuso mientras estaba escribiendo otra novela.



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–¿Qué fue Rara antes de tener su forma definitiva?

–Un vómito (risas). Sí, un desastre totalmente desorganizado. La mudanza fue un caos. Como tenía espacio, durante 12 años había juntado un montón de cosas. En los ratos en que no embalaba insistí en continuar con la otra novela que estaba escribiendo que era mucho más organizada. Era de esas novelas que uno escribe con calma, teniendo en cuenta los criterios literarios, tan organizada que terminan siendo una porquería. No me salía nada o me salían unos textos espantosos. Entonces empecé a escribir algo así como un diario, hacía descripciones de las cajas de mudanza, tipo Georges Perec, un escritor al que encontré después y que hasta ese momento no había leído.

–¿Y cuándo se organizó el caos que fue Rara?

–No lo recuerdo bien, pero fue mucho después de la mudanza. Sólo me acuerdo de algunas cosas, por ejemplo, que la escritura quedó parada por un tiempo porque no podía escribir el capítulo 8, que es el del parto del bebé muerto.  Cuando quedé embarazada de mi hija más chica, que hoy tiene 3 años y medio, me dije que tenía que terminar esa novela que hablaba de mi pasado. Me recuerdo en la cama, ya con mi panza, escribiendo en la computadora. Luego vinieron las lecturas de amigos que hicieron que muchas cosas de la novela cambiaran. La leyó José María Brindisi y luego de su lectura la trabajé un año más en su taller. A fines de 2016, sentí que la novela ya estaba lista. Aun así, luego de decirle a Mercedes Güiraldes, mi editora, que ya estaba terminada, le borré el primer párrafo por completo. El trabajo con ella fue muy lindo. Me iba marcando algunas cosas en papel, cambios que acepté en un 90 por ciento. Ella les dio suavidad a algunas partes que realmente la necesitaban porque es una novela que tiene momentos muy crudos. La sintaxis de la primera parte es muy diferente de la segunda, luego de la pérdida del embarazo de la protagonista, cuando todo se tiñe de tristeza.

–¿También la escribiste en el taller de Fernanda García Lao?

–Sólo el principio. Ella me sugirió que escribiera un objeto por capítulo. Era una idea hermosa, pero no la pude sostener. Me encantó la cuota de locura que ella aportaba porque la protagonista tiene cosas desencajadas y extrañas y yo pensaba que eso me podía ayudar. Ella me hacía preguntas loquísimas que en este momento no recuerdo. Pero sí me acuerdo del día en que dijo refiriéndose a la protagonista: «Pero esta chica no está bien» (risas).

–¿La reescritura del «vómito» fue torrencial?

–No, sólo escribo torrencialmente cuando hago catarsis. Si no, trabajo como si tuviera un cincel en la mano y lentamente fuera cortando pedacitos. Para mí es muy importante que las palabras no sobren. Como lectora tengo una gran intolerancia a que me digan las cosas cinco veces, por eso trato de no hacerlo cuando escribo.

–Sin embargo, en su economía de lenguaje, la novela es torrencial y por eso en la lectura, te arrastra, te atrapa.

–Bueno, me alegra. Yo quería transmitir la estructura del pensamiento que es a veces como una catarata. De otra forma me hubiera resultado inverosímil. Uno piensa de forma desorganizada pero tuve que encontrar un orden en esa desorganización para transformarla en escritura. Mi temor era que no se entendiera.

–Es una novela muy sensorial. Hay olores, tactos, sensaciones. Parece escrita desde el cuerpo. ¿Es así?

–Sí. El cuerpo es algo que me interesa mucho desde distintos aspectos. Como psicoanalista durante mucho tiempo me dediqué a tratar personas con desórdenes alimentarios. Pero ya antes me dediqué al estudio de enfermedades psicosomáticas. Vi chicas que con 35 o 40 kilos decían que se veían gordas. Eso me hizo pensar que el cuerpo es a la vez propio y ajeno. Lo portamos para existir, pero si realmente lo sintiéramos como propio, podríamos tener mayor poder de decisión sobre él. Estuve hace unos días con fiebre y tomara lo que tomara, no bajaba. Creo que de vez en cuando el cuerpo se nos impone para recordarnos esa ajenidad. Que la protagonista de Rara tenga el bebé muerto en la panza es la máxima expresión de la ajenidad. Tiene un cadáver, una muerte que también es un poco ella. Esa experiencia, que yo también viví, me hace pensar que en realidad el cuerpo es algo totalmente ajeno. No tiene ni la forma ni el tamaño que uno quiere, envejece a pesar de que uno quisiera que eso no sucediera.

Incluso hay partes de nuestro cuerpo que no conocemos de manera directa, sino a través del espejo. Un extraño ve más de nuestro cuerpo que nosotros mismos.

–Claro. Los objetos y los cuerpos están en la misma línea. Los objetos también son cuerpos y la protagonista es como un objeto más en la casa. La ropa le devuelve la forma que tuvo, la mujer que había sido. La ropa le plantea si ella puede volver a ser la que fue. El traje que usó cuando se recibió tiene una estética que es la de su madre. De esa forma la madre le transmitió algunas cosas de la feminidad y otras se las quedó para ella como, por ejemplo, la potencia. Ella se mide con una madre que siente que es mucho más potente que ella. Como su madre no se corre, ella no puede encontrar otro lugar de mujer que sea potente. Los objetos son muy importantes para mí. Yo no siento como mío un lugar si no tengo determinados objetos. Por ejemplo, sentí que mi estudio era realmente mío cuando puse en una de las paredes collages que yo misma armo con materiales de revistas y otros elementos. Son amuletos que uno usa aunque racionalmente no crea en lo sobrenatural. Hay cosas de las no me pudo desprender.

–¿Cómo se relacionan la escritora y la psicoanalista? ¿Quizá en que ambas trabajan con la palabra?

–Sí, si tuviera que resumirlo te diría que en una confianza absoluta en la palabra, quizá descabellada o sobrevalorada. También en la transmisión que es un concepto del psiconálisis que Alush define como el hecho de dejar un camino abierto sin la certeza de que alguien vaya a tomarlo, pero con el deseo de que alguien lo tome. Para mí escribir es abrir un camino sin ninguna garantía de que la gente me vaya a leer, le vaya a gustar. Pero cuando eso ocurre, es una fortuna, un placer total. El trabajo de psicoanalista también tiene que ver con eso. Hay un deseo del analista de que en algún momento del trabajo, el paciente recoja el deseo de transmisión, es decir, que se haga preguntas. Lo mismo sucede en la enseñanza. Yo doy clases de escritura y antes las daba de psicoanálisis. Dicho de una manera no psicoanalítica es ofrecer cosas con el deseo de que se compartan. No es decir «tomá», sino esperar que a los otros algo les sirva.

¿Te condiciona haber escrito una primera novela exitosa en la escritura de otra?

–Sí, es algo en lo que he pensado. Hace años tomé un curso con Ivonne Bordelois, a la que admiro mucho. Ella dijo que tuvo la suerte de escribir un libro, muy exitoso, La palabra amenazada, y luego no pudo escribir por mucho tiempo. Espero que eso no me pase, aunque sea que no me pase durante mucho tiempo. «


Natalia Zito textual

En el fondo del cajón encuentro folletos de rotiserías a las que no voy a llamar nunca más y un batidor para taza con el que le preparé mil cafecitos con leche batida y chocolate espolvoreado. Los tiro. Encuentro una caja de preservativos. Son de esta vida sin él, antes no los necesitaba. No cogíamos en la cocina y con lo poco que cogíamos en la cama no quedaba embarazada. No sé qué hacer con unos tornillos y unos pedazos de goma eva que termino poniendo en el cajón de él. Saco unos videocasetes chiquitos, modernos en ese entonces. «Luna de miel», dice la etiqueta con mi letra. Nos filmábamos felices, aunque no cogíamos casi nada, pero ¿dónde dice que eso es motivo suficiente para replantearse el matrimonio?
Suena el timbre. Tona entra con sus borceguíes azules. No es la primera vez que los trae. Son de un azul eléctrico imperturbable, petulante, como ella, que no dice nada de mis botas. Tengo un rato para ayudarte. Habla dejando caer las palabras de la boca sin el menor cuidado, mientras mira alrededor como quien mide la distancia para tirar una granada.