Contar una vida desde la muerte; en esa encrucijada, en ese impasse narrativo, nace 17. Autobiografía de un profesor (la vida de un gusano)(Tren en Movimiento), el nuevo libro de Gastón Brossio, o Wk (Waikiki), el alias con el que firma su obra. Fatalidad de ladrón, la autobiografía comienza por el final, cuando, a los 17 años, Wk recibe dos balazos en medio de un asalto a un par de camionetas del Correo Argentino. A través de una estructura narrativa circular, se despliega, como en trance repetitivo, la historia de su vida: una educación interrumpida, las adicciones y el delito como punto de fuga; estrategias de escape frente a la crudeza de una vida al margen. La autobiografía tiene 17 capítulos y en cada uno de ellos se cuentan dos muertes, de amigos y compañeros de asalto. La desgracia, como nos anticipa el título del libro (el número 17 en la quiniela), se reitera, y cada herida que esos fallecimientos suscita solo encuentra una lectura en el porvenir, la de la propia muerte. Premonición y destino ineludible, síntomas de una realidad que sin duda es plural, tejida como está de una red compuesta por múltiples historias. Una se enlaza con la otra.   

Si, como dijera Benjamin, el narrador es aquel que recuerda por excelencia y se vale de los relatos de muchos narradores anónimos, Waiki, o más bien su espectro, insiste en esa premisa y la convierte en acto de resistencia. Tal vez, por eso, al inicio del libro, accedemos a una breve explicación, se nos advierte que la historia que leeremos obedece a las lógicas de un mundo desigual, depredador. Nacemos, vivimos, morimos; pero algunos más rápido, con la prisa febril del barrio, al ritmo de las balas. La memoria de Wk es implacable, persiste en aquello que muchos se esfuerzan por olvidar, o más bien, ignorar. Escribe sobre lo dicho: reescribe los discursos que circulan sobre los barrios, dotándolos de tridimensionalidad a la vez que revela la vacuidad del discurso hegemónico y su protagonismo en la construcción de un imaginario falaz que avanza sobre el margen. Al Fuerte Apache estéril de la televisión y los diarios, Wk le confiere la complejidad y vitalidad de un fuego cruzado que no se dispara de un sólo lado.  

El narrador ha tomado el discurso por asalto y nos ofrece – primicia absoluta – la historia de primera mano. Y lo hace a la manera de “pequeñas fotografías que solo pasan, sin permiso, sin preguntas, solo pasan”; captura acontecimientos, en principio dispersos, instantáneas que, también, abren la posibilidad de una contemplación más general, sugerida. Son relámpagos, pequeños fragmentos, que llevan implícitos el fantasma de un todo, en el escenario de una sociedad fracturada. Pero si entre los restos, desde la ultratumba, sobrevive la autobiografía de un profesor, es porque trae algo que no muere, capaz de conjurar la tragedia: el ejercicio de la amistad. En el epílogo-funeral, los amigos de Wk, a la manera de su maestro, comienzan a contarlo, a revivirlo desde el relato. A fin de cuentas, recibió dos tiros en la boca pero siguió gritando, es un fusilado que escribe.   

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