Como en pocos países latinoamericanos, la presencia afro se invisibilizó en la vida cultural y étnica de la Argentina. La idea de un país creado ex nihilo de la nada, por pura tradición europea, hace que sus expresiones se vean como algo ajeno y exótico. La representación de que en nuestro país no hubo ni hay negros se impuso con fuerza de verdad a partir de los relatos oficiales.
Iyami, mi madre es una obra de teatro y danza que parte de la tradición de África occidental, de los puertos de la costa del Atlántico, de donde trajeron a la mayoría de los esclavos a América Latina. A partir de la cosmovisión de estos pueblos, en especial el yoruba, en la que habitan divinidades que toman forma de mujeres temibles, se trama una composición dramática que permite narrar experiencias que iluminan temas referidos a la opresión histórica sufrida por las mujeres.
Marcela Gayoso, directora de la obra, explica que «las figuras de las Iyami representan el lado ‘oscuro’ de las diosas: son las brujas. Como todas las leyendas, tratan de dar un sentido a los misterios de la creación. El centro lo ocupan las mujeres como generadoras de vida, y todo lo que traen como misterio para ese grupo, en ese momento, pasó a ser tabú: la sangre menstrual, el proceso de gestación. La dominación masculina plantó bandera en estas mujeres que se transformaron en brujas, monstruos que traían la desgracia».
El antecedente de Iyami, mi madre se remonta a un cuadro, una serie de coreografías, que realizó hace diez años y que contaban un pedacito de la historia de las Iyami: «En ese entonces, me llamó la atención cómo lo desconocido se transformaba en algo siniestro, cómo frente al tabú se crean monstruos». A partir de esa reflexión, Gayoso cuenta que con el Grupo Iyami Eleye, llegaron a que «esta idea de mujeres brujas y peligrosas servía para tratar asuntos muy vigentes, como el género, la violencia, la menstruación, el aborto. Hoy mismo, las mujeres que se plantan contra el rol que les es establecido son caracterizadas como monstruos».
A diferencia de ese primer momento en que el tema era la leyenda, ahora es sólo el punto de partida: «Encaré con más claridad y conciencia la pieza, que se estructura a través de ejes temáticos, y el relato por supuesto no es lineal. La danza afro explica Gayoso no es predominante, sino que esa vertiente se expresa más sobre el arte que sobre la danza misma, el vestuario, la música, los colores; en la puesta, todo tiene un simbolismo. Los otros lenguajes son el teatro físico, contemporáneo, la expresión corporal».
Si la danza siempre implica poner el cuerpo en juego, en este caso particular la apuesta se duplica, porque las historias muestran a las mujeres como el territorio que está problematizado. «En el escenario, el cuerpo está resguardado, no se exhibe como una mercancía, está bailando; en estado puro, podríamos decir. Son siete mujeres en un acto de suprema valentía. Todos cuerpos distintos, hay una diversidad contundente, van de los veintipico a los cincuenta y tantos, y todas con la misma exigencia, el mismo compromiso y la misma exposición».
Lorena Tapia Garzón, una de las intérpretes, cuenta lo que cada miembro del Grupo Iyami Eleye puso de sí: «Este trabajo nos permitió hablar de cosas que nos pasaron y que manteníamos calladas, situaciones de violencia, abuso, abortos, varios temas que nos afectaban y que pusimos en palabras para luego pasarlas por el cuerpo y expresarlas desde el movimiento. Esa es un poco la cocina más íntima, pero lo que nos pasa a nosotras es lo que les pasa a las mujeres en general. Ponemos luz en eso que nos pasa a todas y que hoy empieza a visibilizarse».
El diálogo con el público, explica la directora, suele ser misterioso. «Al menos en mi caso, yo quiero decir una serie de cosas, pero como en toda comunicación el mensaje no llega de manera literal. Y está bueno que sea así. Es abrir una puerta, tocar fibras y que cada espectador cree su propia historia. Estamos acostumbrados a que nos den todo muy servido. Yo siempre trabajé así, y lo cierto es que siempre algo llega, un impacto, una huella».
La obra empieza en ese momento de la noche en que las brujas vienen a iluminar este proceso histórico al que fue sometida la mujer. «Todos los cuadros tienen que ver con dar luz a los aspectos oscuros de estas deidades, por ejemplo, Oxun Yemanjá es la encargada de la fertilidad y la parte oscura sería aquella que no sigue el mandato de la maternidad. En realidad, no es oscuro, se rebela. Otra divinidad es Nana, la abuela, que abandona a sus hijos y cría a los nietos, es la sabiduría aplicada a lo maquiavélico. Ewa, por su parte, se transforma en serpiente y es la dueña de la imaginación y la locura de la desesperación. Otro cuadro presenta a una orixá, es decir, una divinidad, que por amor se corta una parte del cuerpo. Entonces con esta figura tratamos la violencia de género», puntualiza la directora.
Los temas están planteados, dice Gayoso, «no damos respuestas, no damos soluciones, no es la función de una obra de danza. El cuerpo habla de lo que necesita hablar. Después, si quieren, dialoguemos». «