“No estoy en la posición de creer que uno tiene la autoría de un libro. Pienso que hay algo del lado del misterio que nos dice y nos dicta”, dice Maximiliano Legnani que publicó recientemente su cuarto libro de poesía, Resurrecciones (Ediciones en Danza). 

A los 33 años, tiene ya una larga trayectoria como poeta y también como periodista. Conduce diversos programas de radio y televisión. En el canal de noticias IP está al frente, además, de un programa de literatura en el que entrevista a escritores. Parafraseando a Milan Kundera, sin embargo, podría decirse que para él “la vida está en otra parte”. Y esa «otra parte”, es la poesía, un espacio en que la racionalidad es inútil, la estructura del mundo “real” sucumbe y el tiempo deja de ser una sucesión de instantes para convertirse en un pasado-presente. Es allí, dónde como en la retorta del alquimista, lo ordinario transmuta en oro, donde las palabras se revelan a la tiranía del orden  establecido para decir precisamente aquello que no puede ser dicho: “vuelvo a escribir / como quien logra / liberar lo innombrable». La poesía es capaz de subvertir incluso la tiranía biológica de morir de una vez y para siempre. Resurrecciones postula poéticamente que vivir consiste en morir y resucitar varias veces antes de morir del todo.

-¿Elegiste la poesía o la poesía te eligió a vos?

-La vocación lo elige a uno. Esto me lo enseñó Antonio Carrizo. Lo nombro mucho últimamente porque lo extraño. Fue un maestro. Trabajé con él dos años.

-Pero sos muy joven como para haber trabajado con él. ¿Cuándo comenzaste?

-A los 12 años. Vengo de una familia de periodistas que hace más de 50 años trabaja en otro rubro, el automovilismo. Un poco azarosamente, comencé a hacer un programa de radio a los 12 años y trabajo en los medios desde entonces. La vocación lo elige a uno, pero la poesía es algo más que la vocación.

-¿Qué más es?

-El sentido de mi ser. Siempre que digo estas cosas subrayo que no lo hago desde ningún pedestal. Todos los seres humanos somos creadores, todos tenemos dones y eso no significa que seamos superiores a  nadie ni a nada. Sólo que ese don nos exige y hay que ser conscientes de que hay que atenderlo. Esto lo entiendo hoy, luego de haberme peleado con mis tres libros anteriores. No sé si abrazo Resurrecciones, pero lo acepto.

-¿Por qué te peleaste con tus libros anteriores?

-Porque me costaba mucho la dualidad que se establecía con el periodista. Soy muy severo con mi trabajo, creo que la noticia es el otro. Algunos colegas tienen el defecto de creerse la noticia y me costaba entender que en algún momento yo podía ser no la noticia, porque ésa es una cuestión del ego, sino alguien que podía ser creador de algo. En algún momento esperaba algo de la poesía en cuanto a repercusión y luego entendí que lo más importante o, quizá, lo único importante es la posibilidad de escribir. Es muy lindo publicar, presentar un libro que es una fiesta de encuentro de la que el libro es la excusa, pero lo importante es escribir y seguir escribiendo. Sobre todo en un tiempo en que la poesía, no sólo “es arma cargada de futuro”, como decía Gabriel Celaya, sino también un gesto de resistencia y de milagro, porque, tal como la entiendo yo, es una irrupción de lirismo en un mundo antilírico y antipoético en el que la palabra se degrada. Creo que no está amenazada como dice Ivonne (Bordelois), sino que está degradada pero resurgiendo y ésa es la maravilla. Es como una dialéctica hegeliana de síntesis.

Foto: Pedro Pérez

La poesía tiene lectores que hacen posible que se creen editoriales dedicadas exclusivamente a ese género, pero no está contemplada por los grandes sellos.

Tiempo Argentino y algunos otros medios le dan un espacio pero, en general, hay un especie de ninguneo a la poesía. Creo que esa es una actitud que empobrece no solamente la cabeza, también el alma. Es como decir que no te gusta la música. Quizá no te guste Beethoven, pero te puede gustar Charly García. Me parece que hay prejuicios ridículos. Y acá voy a citar algo que me dijo Mauricio Kartun en una entrevista: “He tomado decisiones en mi vida empujado por un poema”. La reverberación que tiene un poema penetra en el inconsciente, interactúa con lo no dicho. Y ahí creo que hay algo del orden del misterio, un beneficio que uno va resignificando con el tiempo. Suelo citar siempre algunos versos de María Elena (Walsh), porque uno es un lector que escribe y yo la leo siempre. Creo que habría que sacar el Obelisco y poner en su lugar una figura de María Elena de tamaño idéntico por todas las cosas que ha sido, no sólo feminista, no sólo de izquierda, también salvadora de infancias, de adulteces…Ha sido todo. Ahora estamos en un “fervor de Buenos Aires”, 100 años después de que Borges publicara Fervor de Buenos Aires, y ese fervor es maravilloso. Yo mismo estoy curando un ciclo de poesía en la librería «Te llamaré viernes», de Paulina Cossi y Paola Lucantis. Soy un convencido de que la poesía une, moviliza, despierta y hace el camino más real que no es el de los aspavientos, no es el del llanto a los gritos o la risa a carcajadas, sino el de lo sutil. Aprendí de algún artista que las verdaderas emociones son las más sutiles, las más subrepticias. Creo que la poesía interviene de esa manera, sutilmente. 

-Pero vivimos en una época de gran literalidad, con poco lugar para lo metafórico.

-Sí, hoy corremos el riesgo de morir de literalidad.

En la primera parte de las seis que integran Resurrecciones quizá la resurrección sea más evidente por el hecho de que hablás de un viaje por el Nilo y la resurrección tiene que ver con la antigua cultura egipcia. ¿Cuáles fueron las otras resurrecciones a las que te referís?

-El otro día me volvía a la memoria esa frase maravillosa de Horacio Ferrer de Preludio para el año 3001 que dice “porque si nadie ha renacido, yo podré”. Creo que la resurrección es parte intrínseca de la vida. La muerte es un punto que todos tememos o negamos, pero uno va renaciendo en la vida respecto de cosas que le pasan y con la resurrección comienzan nuevas etapas. En el libro la resurrección está en Egipto; está en Van Gogh, a quien traigo de vuelta porque es el artista en su expresión más cabal y solitaria que triunfa a pesar de todo. La resurrección se entiende en este libro como una evocación, como una reflexión sobre la vida más allá o más acá de la muerte y también como una metáfora de lo que es la poesía, una lengua rumiante y malherida que se contrapone a la literalidad. Resurrecciones es un libro muy especial para mí. Siempre hay un misterio grande como autor, pero particularmente en este libro. Descubrí el doble sentido de una de sus partes, “Chez moi” (“en lo mío” más que “en mi casa”) luego de haber publicado el libro. Siempre pasa eso, porque la poesía es la que sabe. Yo no adscribo a esa frase de Pavese que cita la Negra Sosa y que dice que el poeta finge desconocer lo que ya sabe. Creo que la que sabe es la poesía y uno va a tientas. Mi resurrección es la de haber sobrevivido a una etapa de mi vida muy dura que tuvo que ver con el bulling que se dio tanto en la escuela como en la familia.

¿Qué edad tenías cuando te pasó eso?

-Fue un período difícil entre los 5 y los 10 años.

-¿Y por qué te hacían bulling?

El bulling tiene excusas. Uno a veces es depositario de cosas de otros, de batallas de los adultos. Yo siempre fui el distinto, acuariano y poeta, porque el alma de poeta siempre estuvo. ¿Cómo no iba a ser distinto? El disparador del bulling era ser el distinto y tener sobrepeso. Eso se daba en el colegio y también en mi familia. De hecho, la escena a que aludo en el libro fue en mi familia, no en el colegio. En los poemas hablo del silencio que se imponía. Vivíamos en un tiempo en que no se podían decir estas cosas. A los nenes se los separaba, se los ponía en la mesa de al lado. Por eso digo que la poesía es una forma de resurrección. Yo doy prueba de eso.

¿Vos serías un resurrecto?

-Claro, pero todos lo somos. La diferencia es que algunos lo expresan con un trabajo de orfebrería; otros, con un mural; otros, defendiendo a la víctima de un crimen en un caso que quizá es similar a algo que les pasó… Hay docentes que dan educación porque quizá no la tuvieron de chicos. La palabra no es poética, pero es certera: el arte nos permite a los seres humanos un “empoderamiento”. Creo que la poesía a veces está muy negada porque, como pasa con muchas cosas de este mundo, es más fácil que seamos dominados que despiertos y esto es más viejo que la poesía (se ríe).

¿Cuándo y cómo se dio tu viaje a Egipto?

-Viajé un año antes de la pandemia. Toda la vida había soñado con ir a Egipto. De hecho, a los 15 años había intentado escribir una novela sobre Tutankamón. Quedó trunca, pero hice toda una investigación, me compré mapas. Siempre fui muy precoz y eso era un misterio que ya estaba en mí, que siempre me había cautivado. Mi abuela, que acaba de cumplir 89 años, me decía que yo hablaba de Egipto desde mucho tiempo atrás. Algo me llamaba. A veces, uno pisa un lugar o conoce a alguien y siente que eso no es nuevo, que viene de antes.

-El déjà vu.

-Claro. Egipto fue una añoranza que se pudo concretar. Recorrí parte de ese país con la que era mi novia en ese momento. Escribí muchos poemas allí y los tiré porque soy muy duro conmigo mismo. Luego, en Buenos Aires, los reescribí porque sentí que lo necesitaba, que precisaba explorar ese misterio que me llamaba. La tapa del libro es una foto que yo mismo tomé en la Gran Pirámide.

Foto: Pedro Pérez

Allí el tema de la resurrección es más explícito.

-Sí, la primera parte es más explícita, en el resto hay más sutilezas. Hay poemas que dialogan, por ejemplo, con Dickens, en ese poema que dice “volver en los otros y comprender”. Permanentemente estoy elaborando las cosas que están vinculadas al misterio. Creo que el libro en sí mismo es como un viaje, un viaje que tiene postas. De hecho en el último poema es como si el libro se disolviera porque habla de la fragilidad de la existencia y de una noche vacía donde suena un adagio de Dvorak a lo lejos. Fue un viaje para mí y deseo, por ninguna otra razón que por movilizar lo más profundo de alguien, que alguien también se le pueda presentar ese viaje a través de la lectura. Con el tiempo y con el contraste con lo que uno hace todos los días, en mi caso estar frente a una cámara de televisión, te das cuenta de que lo importante siempre está en otro lado. La poesía te llama, te viene a tocar la puerta. 

La experiencia lectora de un poeta

«Fui muy lector desde chico -dice Maximiliano Legnani- pero la poesía fue un terreno esquivo para mí durante mucho tiempo. La leía y la disfrutaba, pero había algo que me impedía conectarme con ella al nivel que necesitaba. Quizá no estaba leyendo lo ideal para mi edad. A veces, en la escuela te hacen leer textos que te quedan muy lejos. Te dan Calderón de la Barca que es fundamental, pero quizá en esa etapa necesitás leer otra cosa, A veces, depende del docente. He tenido docentes maravillosos que me han hecho disfrutar, por ejemplo, de Marco Denevi. También tuve una profesora que me hizo escribir mi primer poema. Como lector, en una primera etapa estuvieron los poetas más líricos, más políticos y más románticos como Lorca, que fue el primero que me marcó. Luego, el derrotero de lecturas se hizo infinito y  me cuesta hacer una síntesis, pero siempre tiendo a nombrar a Baudelaire, Rimbaud, María Elena, Olga Orozco, Alejandra Pizarnik, a Amelia Biagioni que fue una poeta soberbia muy olvidada, pero a ella la leí cuando ya estaba trabajando con Cristina Piña mis libros anteriores, sobre todo, Umbral. Luego me conecté con poetas muy exigentes como los alemanes. Pero el primer impacto poético fue Lorca y en mi primer libro, Los rostros del fuego, hay todo un poema dedicado a él”.