Desde 1984 funciona en la Ciudad de Buenos Aires el “Programa cultural en barrios” que nuclea a 36 centros culturales. Con una amplia y diversa oferta de 1200 talleres abiertos a la comunidad, el programa nació con el objetivo expreso de garantizar la igualdad de oportunidades, facilitar el acceso a la cultura y responder a las demandas de la población más vulnerable. En sus inicios, respondió a una necesidad colectiva que había sido cercenada durante los oscuros años de la última dictadura cívico-militar: construir espacios de diálogo y fortalecimiento comunitario. Sin embargo, en la actualidad se encuentra amenazado por el desfinanciamiento y la precarización laboral de los docentes que, pese a la desidia estatal, pelean todos los días por sostener los talleres. Tiempo Argentino conversó con Sol Copley, miembro del Consejo Directivo de ATE Capital por la Dirección General de Promoción del Libro, Bibliotecas y la Cultura, y docente y delegada de los centros culturales desde hace más de 20 años.
Para Copley, “el espíritu con el que nace el programa, que tiene que ver con la primavera de la democracia y la apertura de espacios para hablar de política, de cultura y de todo lo que se quisiera, que era algo que estaba cercenado, se mantiene en la actualidad: lo constato cada día que voy a dar clases. Pero su importancia, en este contexto particular de un extremo avance de la derecha, consiste en la preservación de lo público frente a los embates del neoliberalismo. La existencia de estos espacios fomenta la inclusión y brinda contención a los estudiantes. Hay un lugar al que pueden ir sin tener que pagar de manera directa, se recibe a todos por igual. Los estudiantes pueden elegir cualquier taller que quieran hacer, incluso pueden hacer más de uno. Y todo eso en un clima de enorme contención de parte de las y los docentes para aprender, haciendo que se generen lazos maravillosos de solidaridad en ese proceso de aprendizaje”.
La historia del Programa cultural en barrios está atravesada por casi dos décadas de políticas neoliberales en la Ciudad de Buenos Aires. Desde que asumió el macrismo en la ciudad, cuenta Copley, cambió mucho el trabajo en los centros culturales. Si bien las condiciones laborales de los docentes del programa nunca fueron ideales, había un límite, una base salarial que se respetaba. En la actualidad, en cambio, el sueldo de un docente de los centros culturales equivale a la mitad de lo que percibe un trabajador o trabajadora de Educación no Formal, o de Educación Artística, incluso contando con los mismos títulos, idoneidad y antigüedad. Por todo esto se presentó en junio del 2019 un proyecto de ley (Proyecto 1777-D-2019) para estabilizar la Planta Docente no Formal del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, que nunca prosperó en la legislatura porteña y perdió estado parlamentario.
A la precarización salarial se le suma, además, la inestabilidad laboral. Los y las docentes de la Educación No Formal que trabajan en el Ministerio de Cultura forman parte, en su enorme mayoría, de una “Planta transitoria de docentes no formales” que se renueva anualmente, dejando a los trabajadores todos los años en la incertidumbre acerca de la continuidad de sus cargos. Al mismo tiempo, al renovarse a comienzos de año, el cobro del salario se ve retrasado; lo cual, además, genera que carezcan de obra social y aportes en el Anses. Además, producto de esta misma modalidad de contratación, no cobran antigüedad de ningún tipo ni gozan de las licencias que corresponden a su trabajo. Tampoco reciben las recomposiciones salariales previstas para el resto de los docentes del Ministerio de Cultura. “La ‘Planta transitoria de docentes no formal’ es una especie de mezcla en donde nos regulan algunos artículos del estatuto del docente y otros de la planta administrativa. Esta ambigüedad, el hecho de que no tengamos un estatuto propio ni haya ninguna ley que regule nuestro trabajo trae como consecuencia una mayor precarización, un montón de arbitrariedades con respecto a nuestras condiciones laborales y un impedimento formal a la hora de realizar reclamos específicos frente a esas irregularidades. En julio de este año, el mes que viene, vamos a volver a presentar el proyecto de ley en la legislatura. Nosotros apuntamos a eso porque sería una manera de tener un amparo como trabajadores”, detalla Copley a Tiempo.
Pese a este panorama, el “Programa cultural en barrios” es uno de los slogans principales del larretismo en la Ciudad. Lo cierto es que percibe uno de los presupuestos más bajos en el sector de Cultura. Para este año, se aprobó un presupuesto de 483.219.853 pesos, es decir, menos del 10% de lo que percibe el Teatro Colón, sólo por mencionar un ejemplo en donde gran parte de las actividades no son gratuitas. Por el contrario, se trata de un ente autárquico que tiene sus propios recursos. Para Copley, a veces se pierde de vista “la importancia del fomento de la cultura en su sentido más social y democrático. El macrismo tiende a ver la cultura como show, como espectáculo y como marketing político. Les docentes de estos espacios buscamos que la cultura haga pie en lo popular, en la creación desde el pueblo, con toda su potencia transformadora. En ese sentido, lo que sucede en estos espacios no tiene nada que ver con lo que sucede en espacios privados”, finaliza la docente.