“Nadie, ni siquiera una persona enamorada, te mira con tanta intensidad e interés como alguien que intenta noquearte en el tatami”. Las palabras son de Chuch Norris y están tatuadas como epígrafe en Últimos poemas en Prozac, el nuevo libro de Fabián Casas. El pensamiento del actor y karateca es una precisa llave de acceso al esperado y demorado eterno retorno a la poesía del autor de Boedo. Te empuja de cabeza en estos cincuenta y pico de poemas empapados por el amor y el desamor, el hundimiento por una separación, las brazadas para salir a flote, las formas de hacer pie y pelear con dhukha –el sufrimiento para los budistas-, el delgado flotador farmacéutico, la paternidad tardía, la amistad y la poesía. Sí, sobre todo la poesía como tabla de salvación.
Especie de aleph borgiano con ecos de “Canción de amor de J. Alfred Prufrock” de T. S. Elliot, también a las Respiraciones mentales de Ginsberg y a las 69 Love Songs de los Magnetic Fields, todo parece caber en el noveno libro del autor de Los Lemmings y otros: el rencor, la angustia, los tranquilizantes –“Alplax, rivotril, lexotanil / El alfabeto de los que no pueden dormir”-, los celos, el deseo, la impermanencia y ciclos de la existencia –“La familia es una patología / que te acompaña toda la vida / Pongámosla en una heladera / para que no se pudra.”-, la filosofía de Nietzsche y de Kierkegaard, el matrimonio, el fin del matrimonio –“El matrimonio es un espectáculo / al cual los conyugues asisten / en cuartos separados”, el cine de Cronenberg y de Kaurismäki, la meditación, la poesía de Donne y de Pound, el humor, las canciones de New Order, los Beatles y José Luis Perales.
De alguna manera, Últimos poemas en Prozac reconstruye la travesía de una separación y la deriva posible para navegar del dolor a la “redención”. La salvación meditada que llega zurcida a la farmacéutica, la sabiduría budista, el amor filial y la poesía, esa herramienta que el escritor teje para procesar la experiencia del dolor y transformarla en belleza feroz y pura. Lástima que la mayoría de las veces, como escribe Casas, “A un poeta se lo olvida más rápido que a un paraguas. ¿Y a un marido?”