El provocador título del último libro de Marta Peirano, Contra el futuro. Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático no se refiere al futuro en abstracto, sino al futuro que nos proponen los dueños del mundo, las megaempresas que dirigen los destinos de todos y que tienen en sus manos desde las tecnologías de la comunicación hasta la forma de alimentación.
Peirano aporta datos contundentes respecto de los daños que este tipo de industria generan en el Planeta. “(…) nuestro modelo alimentario –afirma en su libro- es una amenaza en sí mismo. La industrialización de la cadena alimentaria es la causa principal de la obesidad y de las llamadas ANT o “enfermedades no transmisibles” (cardiovasculares y respiratorias, cáncer y diabetes, que son responsables del 71 por ciento de las muertes que se producen en el mundo).(…) La carne y los lácteos proporcionan el 18 por ciento de la calorías y el 37 por ciento de las proteínas de nuestra dieta, pero usan el 83 por ciento del suelo y se beben más del 90 por ciento del agua.” En diálogo con Tiempo se refirió a este y otros problemas que afectan de manera dramática las posibilidades de vida en la Tierra a corto plazo.
-Cuando se habla de la devastación del Planeta, creo que se mencionan más otras industrias que las alimentarias. Sin embargo, no es así.
-Es que están por encima de todo eso porque teóricamente alimentan al mundo, pero la verdad es que son ellas las que provocan el hambre porque consumen una cantidad disparatadas de recursos que solamente pueden alimentar a unos pocos.
-Vos decís en tu libro que se podría hacer otro tipo de dieta y que eso sería más saludable no solo para las personas, sino también para el Planeta. Renunciar a la carne, por ejemplo, sería una medida muy importante. ¿Hay posibilidades de lograrlo?
-No digo que se renuncie a la carne, pero que se coma dos veces por semana.
-Ahora las cosas están cambiando, pero la Argentina fue el país de la carne, aunque hoy son muchos los que no la puedes comprarla. Sin embargo, hay quien considera que el veganismo, por ejemplo, constituye casi como una secta.
-El capitalismo es una secta. Yo no persigo a nadie por comer carne, pero me parece estúpido hacerlo básicamente porque está acabando con el Planeta. Yo no tengo hijos, pero si los tuviera esa sería una gran preocupación para mí. No comer carne es para mí una de mis contribuciones a un planeta mejor. En mi caso ni siquiera es un sacrificio porque llevo haciéndolo tanto tiempo que ni siquiera me acuerdo de lo que es comer carne de otros animales. Como desde el punto de vista científico es una solución que no requiere ni grandes infraestructuras ni grandes gastos y no requiere un cambio absoluto de paradigma como requerirá, por ejemplo, dejar de usar combustibles fósiles. En este momento no podemos dejar de usar petróleo para movernos por el mundo ni para mover las máquinas y hacer casas, porque no tenemos un sustituto y si dejáramos de hacer todas esas cosas, el mundo se pararía. En cambio, nada se pararía si la gente dejara de comer carne todos los días y la comiera una vez o dos por semana. Lo que pasaría es que tendría mejor salud, menos problemas cardiovasculares, más esperanza de vida porque los vegetarianos tienden a vivir una media de diez años más. Todo en la vida mejoraría, incluido el aire que respiramos, el futuro de los hijos, la posibilidad de ir a la playa todos los veranos. Sin embargo, parece una solución imposible de pensar, lo que me hacer creer que es algo más religioso que práctico.
–En el libro te referís a que la exploración espacial tiene que ver a veces con el deseo de los más poderosos de habitar otros mundos en el futuro en lugar de hacer más vivible la Tierra.
-Sí, hay dos modelos de exploración espacial. Uno consiste en enviar cohetes a otros planetas y tiene resultados más o menos pobres. El otro es la exploración que se hace desde aparatos que permiten hacerle fotos al agujero negro más lejano de la galaxia que nos permite entender un poco sobre cómo se genera la energía y que, posiblemente, sea nuestro camino a un mundo mucho más eficiente y más capaz de sobrevivir en los próximos 300 años. Para mí hay dos modelos de ciencia y creo uno no es estrictamente científico, sino más bien explorador. Y todos los modelos exploradores en realidad son extractivos, quieren ir a otros planetas para minar nuevos materiales y hacer baterías que no sean de litio porque el litio se les va a acabar enseguida.
–También te referís a las poblaciones indígenas que solo toman de la Tierra lo necesario para vivir y, sin embargo, cada vez se las reprime más. ¿Cuál es la lógica que subyace a esta actitud?
-Es que son los guardianes de los recursos más valiosos del planeta. Por eso cada vez se les expropia más, porque como estamos viendo en Brasil con el trozo de Amazonas que les queda, son los guardianes de la parte más valiosa. Esas partes cada vez son menos y cuanto menos son, más valiosas son. Por eso hay tantos asesinatos y tanta expropiación, tantas nuevas leyes inventadas para poder expropiarles tierras a los indígenas. En el otro lado del mundo, estamos construyendo máquinas megatrónicamente millonarias que nos cuestan cantidades infinitas de recursos para poder secuestrar un pelín de CO2 de la atmósfera.
-Hoy hay una sacralización de la tecnología. Se supone que el futuro será tecnológico o no será. La tecnología de la comunicación creo que es una de las que más se ha desarrollado en las últimas décadas. ¿Cuál es el balance entre lo que nos da y lo que nos quita?
-Creo, como has dicho, que cuando hablamos de tecnología estamos hablando de un modelo de negocio que se manifiesta en tecnologías muy concretas que son las plataformas digitales. Son plataformas que se han sentado encima de Internet y que la han asfixiado hasta convertirse ellas mismas en Internet. En este momento, la mayor parte del tráfico que pasa por internet pasa por los servidores de Amazon, los servidores de Facebook, los de Google o los tres a la vez. Este libro está escrito para hablar fundamentalmente de cómo las tecnologías de nuestro tiempo no sirven para solucionar el problema de nuestro tiempo.
-¿Por qué?
-Porque no están diseñadas para gestionar la crisis climática, sino para gestionarnos a nosotros. A nosotros, millones de personas vagando por el mundo sin tener a dónde ir durante la crisis climática, porque lo que ya está pasando con la crisis climática es que genera migrantes. Hay lugares en el mundo en los que ya no se puede vivir y eso hace que las personas busquen nuevos sitios. La inversión que estamos haciendo todos entrenando algoritmos, manteniendo encendidos nuestros teléfonos día y noche, esa inversión en energía, en tiempo, en recurso, no nos beneficia. De hecho, nos perjudica. Pero podríamos hacer una inversión menor en tecnologías que pueden ayudarnos a nosotros mismos. Yo creo firmemente en el poder transformador de la tecnología, pero pienso que esas tecnologías no son las que necesitamos, no están diseñadas para ayudarnos.
-¿Y cuáles serían las tecnologías que podrían ayudarnos?
-Son tecnologías baratas que ya existen, que ya se implementan en otras partes del mundo para ayudarnos entre nosotros, como los censores. No creo que la tecnología nos salve, te salvan los vecinos, te salvan los demás. Te salva la persona que se queda sin luz contigo, la persona que se queda bajo el agua contigo, la que se queda sin calefacción contigo. Esas son las personas que tienen que decidir qué tecnologías les sirven para ayudarse a sí mismos.
–En tu libro das un dato muy inquietante: con cuatro grados más que aumente la temperatura, se producirían catástrofes en masa. Esto ya ha comenzado a ocurrir, aunque no de manera masiva. Sin embargo no se toman recaudos contra eso porque significaría destruir todo lo que se ha construido a partir de capitalismo.
-Claro, porque esto suele suceder en sitios como Bangladesh y mientas sean ellos los que se mueran por millones, ¿qué son unos millones? Lo mismo sucede con los incendios, que ocurren cada vez más. ¿Por qué? Porque las condiciones de viento, de sequedad, de falta de humedad en el ambiente y de calor extremo cada vez son más acuciantes. En España le llamamos el factor 30: vientos de 30 kilómetros por hora, menos de 30 por ciento de humedad y más de 30 grados de temperatura. Cuando confluyen estos tres factores hay incendios y no hay quién los pare porque en esas condiciones no se puede parar un incendio. En lugares como Bangladesh, estos factores se dan. Cada vez son más frecuentes y cada vez duran más tiempo, por lo tanto, cada vez va a morir más gente. Esto es un hecho. No hace falta ser Nostradamus para decirlo porque todos los vectores apuntan en esa dirección. Muchos piensan “yo tengo aire acondicionado en mi casa y me da lo mismo”, pero en esas condiciones hasta el aire acondicionado se estropea. La electrónica no es impermeable a las inclemencias meteorológicas. No estamos pensando con claridad. Pensamos que son problemas del Tercer Mundo.
–Vos señalas la contradicción de que en una cumbre sobre el cambio climático todos los mandatarios llegan en un jet privado. Por eso, parece que no podemos contar con los gobiernos para que esto se modifique. ¿Por dónde empieza la modificación entonces?
-Creo que empieza por los vecinos. Parece tontorrón decir “comienza por hablar con tu comunidad de vecinos” para ver cómo se gestiona la calefacción central de tu edificio y cuánta agua estáis pagando y ver la posibilidad de poner unas placas solares en el tejado aunque sea para ahorrar en energía entre todos y tener más dinero para otras cosas. Se empieza por eso, porque creando comunidades que se reúnen en torno a objetivos comunes, se crean centros de acción política. Esas pequeñas comunidades que en lugar de discutir por estupideces buscan un lugar común que beneficie a todos son la clase de comunidades que elige buenos gobiernos. Las que no pueden elegir buenos gobiernos son las que se pelean por el fútbol, por la Navidad y ya no pueden reunirse ni con su propia familia sin discutir. Tenemos que retomar la relación con las personas que tenemos alrededor para volver a tener poder político porque ahora mismo no tenemos ninguno.