“Arte, arte, arte”, sigue diciendo Marta Minujin desde hace años con su característico tono monótono y con la actitud de quien puede prolongar eternamente la actitud vanguardista que en la década del 60 hizo que se destacara en el Di Tella.
Ahora se trata de una enorme reproducción del emblemático reloj Big Ben, un ícono de Inglaterra, que tiene 42 metros de alto y está recubierto con 20.000 libros políticos, que participa del Festival Internacional de Manchester (FIM 021) y que podrá verse hasta el 18 de este mes en PIcadilly Gardens.
La obra fue presentada en sociedad través de una videoconferencia en la que estableció un diálogo con la periodista inglesa Alex Clark del famoso diario The Guardian. Minujin, que nunca deja de destacar la singularidad de su creación, también lo hizo esta vez. “Se supone que debo estar allí ahora” dijo, aludiendo a las limitaciones impuestas por la pandemia y, acontinuación se autoelogió diciendo que concretó su Big Ben colosal de 42 metros a través de un celular. “Soy la única artista del mundo que crea de este modo” dijo sin falsa modestia.” A esta altura, el autoelogio forma parte de su obra del mismo modo que ella misma. La partidaria de la innovación permanente en el campo del arte mantiene una regularidad en sus actitudes y producciones que parece contradecir su actitud de cambio. Sus lentes espejados, su peinado inmutable, sus manos cargadas de anillos, su vestimenta de trabajo y su persistencia en cierta actitud sesentista parecen hablar más bien de una repetición constante que de una revolución permanente, aunque su imagen continúa siendo la de una adolescente rebelde.
Su obra más reciente se llama Big Ben Lying Down with Political Books (El Big Ben derribado por libros políticos) y forma parte de la serie de la caída de los mitos universales como el Obelisco de pan dulce, el Partenón de libros prohibidos o el Carlos Gardel de Fuego.
En una nota de Télam firmada por Mercedes Ezquiaga figuran diversas declaraciones de la reina del pop argentino, quien dice ser consciente de “la división entre el Norte y el Sur de Inglaterra, de la relación entre Manchester y Londres”, razón por la cual, los libros políticos que van de 1800 a la actualidad, están referidos a ambas ciudades.”
“Lo más interesante -declaró también- sucederá más tarde, cuando la gente tome el libro y lo lleve a su casa, aunque no sabemos si van a leerlo o colgarlo en la pared como una obra de arte. No sabemos qué van a hacer con eso. Me gustaría estar ahí y firmar los 20 mil ejemplares”, dijo en referencia a la ceremonia para desmontar la obra, cuando el público podrá llevarse un libro gratis, mientras posteaba en sus redes sociales: “Arte en proceso, efímero y de participación masiva”
Y agregó: “Siempre trato de incorporar cosas que son típicas del lugar donde estoy trabajando. El más reciente fue el Lobo Marino en Mar del Plata, que es una ciudad costera de Argentina. Una escultura que rellené de alfajores, una galleta tradicional de nuestro país. La gente las tomaba y se las comía. Se comían su propio mito. Al hacer eso, lo recreamos de una manera diferente. Y lo que es hermoso es que deja un recuerdo”.
Luego, consolidándose en su posición de excéntrica, dijo respecto de la normalidad: “Es un obstáculo para la imaginación. La normalidad es el enemigo de la creatividad. Soy una persona muy creativa. Todo el mundo debería inventar su entorno, estar siempre con la idea de cómo quieren vivir en el futuro. Hay que trabajar cada día para el futuro. El punto no es ser la mejor, sino la única. Por eso siempre digo que hay grandes pintores, hay grandes escultores, pero hay muy pocos artistas. Los artistas crean algo nuevo, los demás solo pueden copiarlo. Encontrar algo nuevo y único es lo que yo quería hacer, voy por un camino diferente al de los demás. Esta idea de derribar el Big Ben no es una idea nueva, pero utilizar libros para ello sí lo es. Utilizar libros del siglo XVIII, XIX, XX, y luego el cuarto elemento de esta creación es el público. El público va a tomar los libros al final de la mismo.”
Paradójicamente, sus declaraciones iconoclastas que llaman a la revolución permanente dentro del campo del arte, a esta altura se han convertido en un clásico y parecen más repetir una fórmula supuestamente innovadora que innovar realmente.
En el mismo sentido que la artista se pronunció la curadora del festival Phoebe Greenwood: “Todos los sistemas antiguos-dijo- están desbordados y los nuevos aún están naciendo. Queríamos encargar una obra pública a gran escala que pudiera hablar de este momento precario. Marta propuso dar un nuevo hogar al reloj más famoso del mundo y al símbolo político más reconocible del Reino Unido, que además invita a la gente a crear un monumento vivo que culmina en el momento mágico en que se desmonta, se regalan los libros y se comparten nuevas ideas.”
Marta Minujin emergió, sin duda, de un ícono de la vanguardia argentina como lo fue el Instituto Di Tella. Pero las premisas que sostuvo entonces difícilmente puedan sostenerse hoy, difícilmente sigan vigentes ahora. El Di Tella fue la confluencia de distintos elementos que van de lo político a lo económico, fue hijo de una época que no es la actual aunque Minujin persista en las mismas posiciones. La virulencia del arte, su capacidad de interpelar al a sociedad parece mucho más aquietada que entonces.
“El disparo de largada para lo que sería el fenómeno Minujin empezó–dice Fernando García en su monumental libro El Di Tella. Historia íntima de un fenómeno cultural, como tantas otras cosas, en Lirolay, con la muestra individual del 15 al 28 de noviembre de 1962 donde la chica había pasado de la pintura informalista al objeto presentando una serie de assemblages armados con fragmentos de cajas de cartón. Como si fuera un anticipo de su hábil flirteo con los mass media, a la early Marta se la ve en el afiche asomada a lo que parece una pantalla de TV hecha de cartón: la cara alargada, en un pelo castaño claro revuelto, los pápados inflamados, un sweater a rayas. Pero fue el texto de Rafael Squirru, el influyente director de Arte Moderno, que había trabajado por encumbrar a Berni en la Bienal de Venecia, el que la declaró “hembra primordial” señalando ahí mismo que la década, el futuro eran suyos.”
El crítico parece haber acertado parcialmente en su afirmación. El mundo cambió sin que la actitud de Minujin cambiara, pero hay una cosa que es innegable y es que su actitud pop, la convirtió, casi 60 años despuès, según lo dice García en el libro mencionado en «la única artista plástica argentina que cualquier persona podría reconocer en la calle en Buenos Aires y en el resto del país: su máscara, un isotipo popular de la palabra `arte` o `vanguardia`.»
Podría decirse que, convertida en ícono de la vanguardia de otro tiempo, se ha vuelto previsible en su excentricidad. Nadie esperaría que pintara un cuadro de caballete. Sí, en cambio, que echara mano de una osadía o rebeldía cristalizadas que han pasado a ser el sello de un clásico.