En el ámbito de las letras uruguayas, Mario Benedetti comprende un lugar curioso, ya que suele ser un fenómeno más abrazado por lo popular que desde el mismo zeitgeist literario. Creo que en cierto punto tuvo su importancia por conformarse como una especie de mito que calzaba como anillo al dedo con la misma idea que tienen los extranjeros de los uruguayos y que a los uruguayos también les gusta tener de sí mismos: esa cosa humilde y melancólica en su justa medida, con el retrato de ese Montevideo que bebía mucho del mundo de las oficinas y los empleos públicos que moldearon la imaginería nacional. 

A su vez (y esto ya ampliando el espectro fuera de los territorios nacionales), Benedetti dentro de las izquierdas se conformó como una especie de faro moral en el que se pudieron encontrar por primera vez los distantes mares de la lucha revolucionaria y la persona cotidiana, el amor y el compromiso, el hombre de ideas y el hombre de acción. Este punto medio, ese centro cálido y acogedor armado de poemas francos, sencillos y fraternos que de forma inédita apelaban a las tribulaciones y emociones del hombre común, ha sido hasta el día de hoy una de las principales razones de la constante expansión del mundo benedettiano, no sólo a una dimensión artística, sino a una forma de ser y pararse en el mundo. También es esta misma noción la que generó sus posteriores detractores, en esa suerte de “parricidio” ocurrido a su regreso, a fines de los ochenta.

(Agustín Acevedo Kanopa es escritor, periodista y crítico de cine.)