En estas “conversaciones sin apuro” Horacio González con ritmo pausado y distendido, como siempre remueve certezas, obliga a repensar temas y hace aportes significativos en distintos planos. En diálogo con figuras de diversos campos vuelve a revelar su lucidez intelectual pero también su gusto por la charla amistosa y el placer de recibir en su casa a gente querida y valorada. Siempre consideró el proyecto de este libro como una “locura” del compilador, como algo imposible. Afortunadamente, Mariano Molina, parafraseando una consigna del Mayo francés fue realista e hizo lo imposible.
-¿Cómo nació Gonzalianas?
-Al calor del final de la gestión de Horacio en la Biblioteca Nacional. Yo estuve un tiempo en la Biblioteca con él. Fue una gestión a la que l le puso el cuerpo de una manera total. Esa gestión tuvo los tiempos de la política que no son los tiempos de la conversación, de la charla con amigos a lo cual Horacio era muy afecto. Siempre estábamos a las corridas, con la sensación de que hablábamos poco. Por eso, cuando terminó la gestión, me surgió la idea de comenzar a tener encuentros con él, de darnos esos tiempos, de hacer unas charlas por fuera de lo que es una entrevista periodística. Se lo comenté a María Pía y le gustó. Era un proyecto a largo plazo. Me parecía bueno compartir una parte del Horacio que no era el que conoce un sector de la sociedad, el que conoce el mundo de las ciencias sociales, ese Horacio de los últimos diez años más vinculado, el Horacio de la Biblioteca, el que polemizaba, el que hablaba de política…
Se lo propuse y puse mucho énfasis en la idea de la conversación sin apuro. Le dije que me gustaría filmarlo, pero yo vengo de la comunicación y no quería que una cámara o un micrófono fueran el motivo para estar incómodos porque eso siempre hace perder la espontaneidad, la intimidad. Finalmente termina por ser una cosa invasora y todos terminamos girando alrededor de lo que la técnica te propone. Quería que fueran conversaciones entre amigos sobre diversos temas.
-¿La idea le gustó?
-Sí, además, Horacio, de quien fui alumno en Sociales, era alguien hipergeneroso que nunca te decía que no. Y mirá que le he hecho propuestas ridículas a las que él me respondía “bueno, dale”. Esto fue en 2016 y él estaba por hacerse la operación de trasplante de riñón. Quedamos en que luego de la operación volvíamos a hablar y nos poníamos con ese tema. Entonces se produjo uno de esos silencios eternos que a veces te imponía y de pronto me dice: “Llegó el tiempo de la biografía, ¿no?” y yo me recalenté y le contesté “vos estás reloco, ni se te ocurra, no me rompas las pelotas, yo no vengo a eso, no estoy pensando en eso”. En ese momento el proyecto era un libro y una página web o algo similar donde se fueran colgando todo lo que fuera surgiendo. Nos cruzamos tres días ante de la operación y me dijo: “en breve hablamos, no me olvidé de la propuesta”. Luego de su recuperación fui a su casa, organizamos todo y le dije que no iba a haber ninguna persona extraña porque había que generar un espacio de confianza, apagar los celulares y juntarnos a charlar tranquilamente. El propuso que las conversaciones fueran en su casa y las comenzamos en 2017, en pleno macrismo. Todos los que participaron prepararon mucho los diálogos, fueron con muchas cosas, con temas, con documentos para compartir con él. Hubo un enorme compromiso. La idea era abarcar temas que a él le interesaran, abordar personajes de su mundo. Hubo muchas cosas que quedaron sin hacer, por ejemplo, un diálogo con Fito Páez.
-La primera entrevista o conversación fue de Diego Tatián.
-Sí, y ahí se dio algo muy gracioso, porque Horacio le dijo: “bueno, la próxima vez te entrevisto yo”. Yo pensé que era una buena idea y cerramos el libro con una entrevista de él a Diego.
-En la charla con Mauricio Kartun Horacio cuenta que a veces llevaba a Fito Páez de incógnito, un tanto camuflado, a las clases que dictaba en Sociales. Además, hacía algo teatral ¿Cómo era eso?
-En los 80 Fito ya era conocido aunque quizá no tenía la fama que tuvo en los 90. Horacio lo llevaba a veces a las clases y Fito se sentaba en un rincón y se ocultaba un poco la cara con una capucha. Pero, de repente, irrumpía en la escena y eso se integraba a la clase. Para Horacio la teatralidad y la oratoria eran parte fundamental de la vida. Por eso ponía a Fito a modo de irrupción para ver qué sucedía con los estudiantes. De hecho, de lo que hablan con Kartun es de la experiencia de ellos en las cátedras nacionales del 70, Horacio le pedía a un grupo en el que estaba Kartun que hiciera una teatralización en el Aula Magna de la Facultad de Medicina como una forma de difundir las ciencias sociales y la historia argentina desde otro lugar, desde otro formato, saliéndose del academicismo clásico. Horacio no fue el profesor tradicional, sino que siempre fue muy disruptivo promovió y acompañó mucho ese tipo de experiencias. Tengo un amigo que siempre me cuenta que no pudo creer un día que entró a Ciencias Sociales y lo vio a Horacio bajando en medio de una batucada. Era un profesor con un nivel de compromiso alto pero, además, tenía una sensibilidad muy grande hacia el arte que siempre trataba de vincular al conocimiento. Le interesaba la música, el teatro, el cine y se vinculaba con esas manifestaciones desde un lugar muy interesante.
-¿Cómo lo conociste a Horacio?
-Lo conocí en los 90 en Sociales. Yo militaba en una agrupación que se llamaba el Mate. Muchos de los que estábamos ahí entablamos con él una gran relación. Luego dejé la facultad en 2001 cuando nació mi hija y la retomé después. Pero siempre seguí vinculado a él y lo llamaba para hacer diversas actividades. Una vez lo llamé para ser columnista de un programa de radio que hacíamos para radios comunitarias para que dijera lo que quisiera. Él podía hablar de Borges, de la realidad o de la definición de penales de un Mundial. Horacio era alguien que tenía el don de la amistad, creo que María Pía habló de eso en algún escrito. Nos juntábamos en un bar. Recuerdo que cuando cerró el bar Británico nos sentábamos enfrente. Cuando asumió en la Biblioteca fui a verlo para pedirle trabajo porque yo era docente y estaba muy vinculado a un programa socioeducativo del gobierno de la Ciudad y le dije la verdad, que si yo mañana me enojaba con el gobierno no tenía a dónde ir y ese era mi único salario. Entonces empecé a trabajar en el equipo de comunicación en una experiencia de radio por Internet de la Biblioteca. Luego vino el macrismo y me echó junto a otras 200 personas, pero siempre estuvimos vinculados, teníamos muchos amigos en común.
-Era alguien muy abierto.
-Era abierto y curioso. A mí me gustaba escucharlo hablar de rock, del Indio Solari, de los Redondos, buceábamos por ahí, por la contracultura de los 80.
-¿Y qué decía del Indio Solari y los Redondos?
-Le parecía un fenómeno muy interesante. De hecho, la única exposición que hubo del Indio Solari fue en una institución pública que fue la Biblioteca Nacional. Fue similar a la de Spinetta, pero con menos actividades paralelas. El Indio le dio a Horacio fotos exclusivas para publicar, sé que se juntaron dos o tres veces. Le resultaba atractivo porque eran de la misma generación, con algunas lecturas en común. El Indio es muy del mundo beat y de lo que fue la izquierda norteamericana en los 60 y si bien a Horacio no era lo que políticamente más le interesaba, siempre tenía curiosidad por esas cosas. Con los Redondos, además, siempre había algo que tenía que ver con lo popular, con lo disruptivo, con lo contracultural. Horacio era una figura contracultural. De hecho la Biblioteca fue un espacio de contracultura desde las entrañas del Estado. Él hizo cosas muy disruptivas para una institución de las características de la Biblioteca Nacional.
-La transformó en un centro de irradiación cultural.
-Sí, la transformó en el mayor centro cultural que tuvo la Argentina por lejos. Yo siempre le decía que si en vez de estar en Recoleta la Biblioteca hubiera estado en Flores, habría estallado todos los días durante 10 años. La única contra que tuvo fue esa distancia que impone Recoleta respecto del resto de la sociedad. Yo lo jodía diciéndole que lo que hacía era muy peronista, que las cosas que se hicieron durante su gestión recordaban a las que se hicieron durante el peronismo de los 40 que eran de súpercalidad y gratuitas. Un catálogo como el de la muestra de Spinetta, impresionante, era gratuito. Creo que una de las primeras cosas que hizo el macrismo fue discontinuar los catálogos o comenzar a cobrarlos.
-Durante su gestión se sentía la biblioteca como la casa propia. Había tantas actividades que se podía pasar el día allí.
-Además, había algo alucinante. Hay gente que no podía creer que para presentar allí un libro solo que tenía que llamar por teléfono para que le encontraran un lugar en la agenda. No importaba si el que llamaba era de izquierda o de derecha, de una editorial chica o de una grande, de arriba o de abajo.
-En el final de Gonzalianas se transcriben unas palabras de él que dicen: “Bueno, terminamos, ¿no? Yo acepté esto no sé por qué. Tener una excusa más para hablar con ustedes. ¿Te das cuenta de que es una locura esto? Yo no tengo nada que ver. Es imposible este libro, te aviso…” ¿Realmente pensaba que el libro era una locura?
-Sí, cada vez que terminaba una conversación me decía ¿qué vas a hacer con esto? Vos estás loco. Un día le dijo a alguien “esto es una locura de él que yo acepté porque me gusta que venga gente a charlar a mi casa, pero no sé qué va a hacer con esto”. Es cierto que fue una sumatoria de temas y de lenguajes, que llevó un tiempo poder ordenarlo, buscarle un sentido…Pero lo importante fue dejarle precisamente su frescura. Son conversaciones, no son entrevistas, no son clases. Algún periodismo canalla lo bastardeaba por ser difícil, por ser barroco y a mí eso siempre me pareció una de las injusticias más grandes, algo miserable, porque significaba perderse el saber de una persona que si bien tenía sus ideas políticas muy firmes, era alguien muy abierto. Por eso me parece interesante mostrar al Horacio que dialogaba, que podía hablar de mil cosas diferentes, que escuchaba. Creo que fue el gran intelectual de los últimos tiempos de la Argentina, un erudito, que sabía de muchísimas cosas. Recuerdo que un día sacó un libro de Borges y tenía millones de anotaciones, lo había leído miles de veces. Al mismo tiempo, le interesaba la música, lo popular. Me parece de una pobreza enorme desprestigiar a una persona porque habla con metáforas o porque tarda mucho en desarrollar una idea.
-En una de las entrevistas habla de su propia lengua. Como hijo de una clase baja, tuvo un padre que lo impulsó a ser hipercorrecto en el lenguaje y por eso admiraba ciertas formas del habla más libres. Tomaba esa corrección casi como una falencia.
-Sí, recuerdo el momento el momento exacto en que dijo algo así como “yo soy presa del habla culta”. Lo decía como un problema que no pudo resolver nunca, no lo vivía como la característica de un intelectual, sino como algo problemático.
-Su muerte nos dejó huérfanos.
-Sí, escuché de mucha gente decir que nos quedamos solos. Es que Horacio fue como un gran padre. A él no le gustaba que lo subieran a ningún podio, pero yo creo que fue el gran intelectual de la Argentina y lo fue no porque fuera el intelectual de los grandes premios, el que publica en las grandes editoriales del mundo, el que se pasea por los programas televisivos del establishment. Lo fue porque podía habla de Borges, discutir de Nietzche y Spinoza, discutirle al peronismo a Sarmiento y, además, participar de las marchas con un nivel de compromiso enorme e ir a hablar a un sindicato. Con Horacio se acabó la dicotomía. Todo había que repensarlo. Fue una sumatoria de cosas que lo hacen un personaje irreemplazable.