“Una postal debe contener un texto breve, si es posible de una oración, que sea a la vez breve y contundente. Quien la recibe debe mirar primero la imagen, de manera fugaz, luego girarla, leer la frase, también fugaz, sonreír, apretar la postal contra el pecho, evocar, tener lo que se dice una pequeña ensoñación”, así comienza La puertita de alambre, el nuevo libro del el escritor y editor argentino Mariano Blatt publicado por la editorial cordobesa Caballo Negro.

Los versos son del poema “Instrucciones para escribir una postal”, título que parece salido de la mente de Julio Cortázar. Bien podrían ser leídos como instrucciones para leer  o escribir poemas, porque la poesía de Blatt tiene mucho de postal.  Está hecha de sus mismos componentes: amor y nostalgia. El lector, luego de leerla, debe seguir con lo que estaba haciendo, pero, “sabiendo que se lo hace ya con la presencia del otro, que se irá difuminando de a poco a lo largo del día”, continúa el poema.

La escritura de Blatt se parece a ese estado de fantasía que se tiene en el encuentro o enamoramiento fugaz con el otro. Ese calor de la compañía, pero también de la añoranza que deja alguien cuando se va.

El yo de La puertita de alambre, mucho más melancólico que el de Mi juventud unida (2015), una de las primeras publicaciones del autor, se define como un prendido del pasado ―“un nostálgico perdido / melancólico empedernido / un fulano cualquiera / del final del otro siglo”― y  varios de sus poemas miran  hacia atrás con los ojos vidriosos: a la postal, al correo, el tango, los sobres, las casas que no ya no se habitan, las cosas que ya no se usan, la librerías de barrio que ya desaparecieron.

Sin embargo, siempre surge la escritura para subrayar la belleza del mundo, para sentir la existencia como verano y convencer al lector de que la vida es extraordinaria, sólo hay que hacerle el amor. Poeta e infeliz son dos contrarios para Blatt. Poeta es  sinónimo de estar enamorado. “La vida es triste / venimos y nos vamos. / Pero a no desesperar / a veces / mientras estamos / se da que gozamos”. 

Blatt, enamorado todo el tiempo

Todo el tiempo quiere estar enamorado este poeta que encuentra siempre una maravilla en lo cotidiano. Y si no la hay, sus versos la inventan: “Enero / Buenos Aires / Vos / Yo / Noche… / No sé / Pensalo / Imaginalo”. Los detalles mágicos le ganan a esa nostalgia que pisa los talones: lo que nos hace sentir la música, las palabras que dijo otro con los ojos cerrados, los sentimientos en el cuerpo, de eso están hechas las postales de La puertita de alambre.

También de chistes, que se asoman hasta por el verso más triste de Blatt, mientras caemos por alguna duda existencial. No puede evitarlo. Los versos vienen con sorpresa y remate al final, como si tuviéramos que esperar que nos digan la respuesta. El poema que lleva de título “Lo que pueden dos cuerpos” sólo está formado de un verso: “invitar a un tercero”. “Algunas cosas me las guardo para mí” sólo está formado por ese título. 

El yo, canchero, nos juega con las palabras como quien hace jueguitos de pelota, muy buenos jueguitos de pelota. Es como un niño que viene a hacernos una broma y se va cuando sale el adulto.

Las expresiones que elige Blatt para su poesía también son por momentos muy jóvenes y por otros antiguas, pero siempre muy argentinas.  Por un lado aparecen frases como “tremendo”, “sí soy”, “soy esto” y por otros refranes y frases hechas que vienen del pasado: “te comieron la lengua los ratones”. Porque también en en lenguaje se nota el paso del tiempo. 

Las postales- poemas también acercan dos espacios muy separados: Madrid, dónde el poeta pasó mucho tiempo, y su patria argentina. Sus palabras acortan esa distancia. El poeta se sitúa a veces en uno y a veces en otro. El “allá” y el “acá” van y vienen por el libro y se cargan de significados diferentes.

La escritura de Blatt es directa, breve, rápida y coloquial como el texto de una postal. A veces dan la impresión de que sus versos nos estuvieran charlando. Y este diálogo acentúa la impresión de encuentro y la cercanía del poeta con su destinatario. La presencia de sus versos contundentes quedan en el lector por un ratito, hasta que sigue con lo que está haciendo.