María Dueñas constituye un verdadero fenómeno editorial. Dedicada a una carrera universitaria –es doctora en Filología Inglesa–, un día comenzó a escribir una novela, El tiempo entre costuras, la historia de una costurera de Madrid, Sira Quiroga, cuya vida tiene de pronto un cambio radical. Poco antes de que estalle la Guerra Civil se va a Tánger y allí, entre intrigas e historias de espionaje, comenzará a vivir una vida que nunca había imaginado. Esta primera novela no solo se publicó, sino que se transformó en un bestseller que ya tiene 70 ediciones y traducciones a 40 idiomas. Doce años después, llega la continuación, Sira, que arranca en el momento en que concluye la Segunda Guerra Mundial. En el medio, la autora escribe otras tres novelas convencida de que la historia de Sira ya estaba terminada, pero no fue así. Sira parece haberse independizado incluso de su creadora, que confiesa que el personaje se le fue de las manos, como si tuviera vida propia.
Jerusalén, Londres, Madrid y Tánger serán los escenarios de sus nuevas aventuras en las que, como en El tiempo entre costuras, conviven personajes históricos y de ficción. Sira ha vivido la experiencia de la maternidad, ha protagonizada aventuras inesperadas y ya no es la misma costurera de Madrid. Sin embargo, lo que parece no haber cambiado es la fidelidad de los miles de lectores que la siguen no solo en lugares de habla hispana, sino en países tan distintos culturalmente del de la autora como China, Japón o Corea.
–Tu ingreso a la literatura es atípico. Comenzaste a escribir cuando ya tenías una carrera académica consolidada. ¿Qué te decidió a abordar la ficción?
–Sí, como dices, tenía una carrera académica y ya había cumplido los 40 que, en términos convencionales, es un poquito tarde. Lo que sucedió es que en ese momento de mi vida tenía todos los flancos relajados. Había conseguido mi oposición para ser profesora permanente en la universidad, mis hijos iban creciendo y yo estaba haciendo una estancia como profesora visitante en una universidad de Estados Unidos y, por primera vez en muchísimo tiempo, tenía un poco de calma y un poco de tiempo para mí. Pensé que me apetecía escribir una novela sin plantearme en ningún momento que iba a ser de esa novela y mucho menos que esa novela iba a suponer que dejara mi actividad de tantos años para volcarme a la literatura. Pero sucedieron esas cosas que a veces pasan. El tiempo entre costuras tuvo en un éxito inesperado. Saltó primero de España a América Latina, luego vinieron las traducciones, la serie de televisión y aguanté un año desde la publicación y dejé la universidad. Me di cuenta de que no podía hacer las dos cosas bien. Sí, es una forma atípica, pero creo que lo es cada vez menos. Voy conociendo con frecuencia compañeros de oficio que vienen también de otras profesiones, que tienen carreras desarrolladas y que, en un momento dado, escriben, les va bien y dan el salto de dejar su profesión anterior.
–¿En quién te basaste para crear el personaje de Sira, una costurera que tampoco tiene una vida convencional (risas)?
–No hubo una inspiración concreta. Solo pensé qué perfil de personaje necesitaba para la historia que quería contar. En El Tiempo entre costuras hay personajes históricos que antes de empezar a escribir me parecía que eran los grandes seductores de la novela. Como no quería escribir una novela totalmente histórica creé a Sira como personaje instrumental a través de cuyos ojos ir viendo la vida de esos otros personajes, sus aventuras y desventuras. Pero me pasó que Sira se me fue un poco de las manos. Dejó de ser un personaje puramente instrumental y pasó a ser un personaje con mucha más enjundia. No está basado en nadie de mi entorno, pero, a la vez, está basado en muchísimas mujeres. Costureras ha habido en la historia de la humanidad de todas las dimensiones y modalidades. Me pareció que era un oficio que podía darme la opción para lo que yo necesitaba, para que Sira fuera un personaje independiente en la España de aquellos años ’30. En ese momento las mujeres no tenían independencia a menos que hubieran heredado un patrimonio o que tuvieran un marido que las diera por libres. Entonces pensé que el mundo de la costura era uno de los pocos que le podían dar a Sira el dinero necesario para no depender de un hombre. Por otro lado, pensé que el mundo de la costura podía permitir el ascenso social que la llevase de ser una aprendiz de modista en el taller de su madre a tener su propio taller y a conocer así a señoras de otro nivel social que le podían permitir entrar en contacto con los personajes que yo quería.
–Entre tus personajes históricos, en Sira aparece Evita. ¿Cómo surge tu admiración por ella?
–No la busqué, creo que el personaje de Evita vino a mí. En la España del año ’47 lo más atractivo que pasó desde lo visual y lo sociológico fue la visita de Eva Perón. La España del ’47 era un espanto. La Guerra Civil había terminado siete años antes, eran tiempos de hambre, de represión, de una España olvidada por el mundo. El único país que le tendió una mano fue Argentina. ¿Por afinidad política? Podemos ser críticos con los gobiernos de ambos países, pero ahí hubo un gesto humanitario, de generosidad, de socorrer a un país que pasaba hambre.. No sé si España le ha agradecido a Argentina plenamente la gran ayuda que le dio en aquellos años. En la novela yo me quise circunscribir a la Evita que viaja a España, no quería entrar en polémicas. Pero, para poder referirme a su viaje a España, quise conocer al personaje, saber qué había detrás.
–¿Qué te sorprendió de ella?
–Mi visión es la de una mujer poliédrica, con mil facetas, con sus glorias y sus miserias, con sus sombras y sus luces. Más allá de los juicios de valor hay obviedades que no se puede dejar de señalar. Murió con 33 años y dejó un legado inmenso, se atrevió a hacer cosas que muy pocas mujeres se habían atrevido a hacer. La Evita que llega a España tiene unos 27 o 28 años y se para frente a Franco, que era un dictador que tenía las cárceles llenas de gente, medio país en el exilio y medio país muerto en la Guerra. Ella llega con su frescura y su desparpajo. Llega tarde, dice y hace lo que le parece y hay que tener mucho cuajo para obrar así. No me quiero meter en la política de Argentina, pero hasta donde sé, ella hizo cosas muy ejemplares y muy adelantadas a su tiempo, cosas osadas y audaces. Puede que haya tenido cosas criticables, pero creo que es un personaje que al menos merece ser tratado con respeto.
–Como Sira, logra lo que nunca hubiera imaginado.
–Sí, son mujeres que no nacieron con ese camino preparado para ellas pero rompieron moldes, avanzaron en direcciones muy opuestas a lo que podría esperarse y tuvieron la audacia y el coraje para seguir en ese camino. En los años ’47 la prensa estaba muy activa y la visita de Eva a España estuvo muy documentada porque el franquismo hizo de ese viaje una herramienta de propaganda. Además de estudios históricos, también revisé mucho material ficcional, desde películas hasta novelas. Con cautela y con respeto envié todo lo que había escrito a mis editores y tuve una especie de asesor histórico, Diego Arguindegui. Me estaba metiendo en un territorio que no era el mío y no quería faltarles el respeto a los argentinos. Me quedé con muchas cosas en el tintero. Es muy interesante la relación de Franco con Perón. Cuando Perón va a España exiliado, Franco ni lo recibe, no le da ni las gracias por toda la ayuda económica que fue real y está cuantificada en las memorias de quien era entonces embajador de España en Argentina, José María Areilza, que cuenta muy de cerca esos años, cómo tenía que ir a convencer a Evita para que ayudara a España. Argentina era rica y España estaba muerta de hambre. Entonces se enviaban a España barcos cargados de cereal. El trigo de Argentina fue mítico en España. Lo llamaban “el trigo de la Perona”.
–¿Perona tenía un sentido despectivo?
–No, al contrario, era afectivo, porque la gente se estaba muriendo de hambre y “la Perona” venía con barcos llenos de huevos, de cuero, de pasta, de créditos, de préstamos. Todo el mundo estaba agradecidísimo. De aquella visita quedaron cosas como “el barrio de la Perona”, “la torre de la Perona”. Yo no lo sabía, pero aquellas estrellitas de la sopa que hemos comido de pequeños en ese momento no existían en España, las introdujo el gobierno de Perón. Por eso las llamaban “las estrellitas de la Perona”. La visita del ’47 le da forma institucional a la ayuda, pero España recibió ayuda desde el ’46 hasta los primeros años de los ’50. Luego Franco comienza a hacerse amigo de los Estados Unidos, que quieren poner bases en Europa y se olvida de Argentina. Por eso, cuando Perón se radicó en España ni le atendió el teléfono. El año ’47 es Evita. En los libros del tipo Qué pasó año a año en España, la portada del ’47 siempre es ella.
–Vos te convertiste en un bestseller. Hay quien considera que las cifras de venta son un indicador de calidad. Pero en el ámbito académico hay un cierto menosprecio. ¿Existe esa dualidad en España? ¿Cómo te llevás con ella?
–Sí, existe, pero creo que no viene tanto del mundo académico como de cierto sector de la crítica, de la prensa cultural e incluso de otros compañeros de oficio que suponen que son de una casta distinta. En España hay ciertos suplementos culturales prestigiosos para los que mis novelas no existen, que jamás se hacen eco de una publicación mía. Para ellos no existo. Pude haber escrito la novela más vendida del año, pero para ellos eso no ha pasado por la historia reciente. Hay que convivir con eso. Creo que es una visión muy reduccionista de la vida, sobre todo porque viene del prejuicio en el sentido más estricto de la palabra. Hacen el juicio antes de la lectura, de una lectura que no hicieron ni van a hacer. «
De España al mundo
–¿Creés que hay una diferencia entre cómo te leen en España y en América Latina?
–Cuando comencé a viajar por El tiempo entre costuras me sorprendió que me lean de una manera muy similar. Entre España y América Latina es normal que tengamos esa sintonía, pero el libro se publicó en China y en Japón, y sucedió algo parecido. Lo de Japón fue un gran hito porque allí se traduce muy poquita literatura extranjera en general y literatura española nada en absoluto. Pero se decidieron a hacerlo y el libro gustó mucho, lo mismo que la serie de televisión. De pronto me encontré con grandes fans, con señores con el libro subrayado en sus caracteres. Sé que en China y en Japón se lo utiliza como manual para aprender español y también cultura española. Fue una experiencia muy interesante. El libro se publicó en Taiwán, en Corea y ahora están terminando la traducción de Sira al árabe. También se ha traducido a lenguas europeas que jamás imaginé, como el croata o el finés. En España y en América Latina tenemos más familiaridad con el entramado histórico, sin embargo en esos otros países la interpretación es muy similar porque hay una combinación de lo que les dicen los personajes desde el punto de vista humano con el empaquetamiento histórico que hay detrás. Entonces, la interpretación es bastante universal.