Si se trazara una línea de tiempo, la literatura argentina quedaría dividida en dos: A.P. y D.P., antes y después de Puig. Antes de Puig se delimitaban estrictamente los espacios de la alta literatura, la literatura popular y la política. En cambio, desde sus primeras novelas, La traición de Rita Hayworth (1968) y Boquitas pintadas (1969), el mundo de la alta cultura se mixtura con la cultura de masas. Ya los títulos conjugan el melodrama, el folletín, una diva del star system hollywoodense y el tango. Pero aún más: ambas obras giran en torno a los modos en que el cine, los folletines y las radionovelas influyen sobre las formas de sentir, desear y amar.
En La traición…, el personaje principal, Toto, es un niño solitario en un pueblo perdido de Las Pampas llamado Coronel Vallejos –nombre apenas disimulado de su referente real: General Villegas- que se siente distinto de los demás y busca refugio en el cine. “El chico recién empieza a vivir”, explicaría Puig en cierta ocasión, “cuando las luces de la sala se apagan y los nombres de las estrellas aparecen en la pantalla. Y esas estrellas pasan a formar parte de sus conflictos”.
El tema de la novela guardaba sospechosa relación con la vida real. De niño, Puig iba con su madre al cine del Teatro Español. Y así, como Toto, descubrió su sexualidad a partir de un film de Rita Hayworth,
Puig relataba posteriormente en una entrevista: “Creo que recuerdo mi primera masturbación mecánica… Era un dulce restregarme sobre la sábana mientras reconstruía y mejoraba escenas de Sangre y arena. Pensando en Rita Hayworth pulsando su guitarra y cantando Verde luna, en su residencia andaluza; pensando también en Linda Darnell, que imploraba de rodillas que el toro no hiriera a Tyrone Power en la corrida del domingo. La recuerdo muy bien, conservo la sensación estimulante de su cuerpo maravilloso; Rita, la suprema hechicera, la diosa del amor. Pero debe confesar, para no ser injusto, que junto a lo mucho que la he admirado, más me estimulaba Tyrone Power. Su atracción debió de aparecer sublimada en el jubileo de aquel, si lo fue, trascendental descubrimiento”.
A su vez, en Boquitas pintadas los personajes femeninos sueñan románticamente como heroínas de radionovelas con el hermoso galán del pueblo, Juan Carlos Etchepare, que muere en plena juventud de tuberculosis. Nuevamente el parecido entre ficción y realidad no era mera coincidencia. Juan Carlos era el subterfugio para hablar de las correrías amorosas villeguenses de bello Danilo Caravera, su mujeriego hermano Hernán y los desmanes licenciosos que produjeron en sus breves vidas de muchachos ricos.
Como antes Grace Metalious en Peyton Place (1956) –que es la madre de todos los culebrones norteamericanos hasta la actualidad, Puig desnudó los secretos –adulterios, hipocresías, crímenes pasionales, apariencias- y cursilerías del pueblo de General Villegas. Porque ese es otro de los méritos de Puig: elevar el chisme –como Henry James en Inglaterra y Estados Unidos y Flaubert, Dumas y Proust en Francia- a la categoría de obra de arte. En todo caso, al igual que Metalious, Puig pagó muy cara su traición: muchos vecinos declararon que no le convenía volver o sufriría represalias. Quizás no recordaban que las represalias ya las había sufrido como niño marica discriminado e insultado anónimamente o por las calles y acosado en la escuela.
Actualidad de Puig en Villegas
Hoy el mismo General Villegas lo reivindica: una fotografía suya da la bienvenida en la entrada del pueblo en la ruta y una cartografía turística oficial propone el recorrido de los hogares en que vivió, el cine al que iba con su madre –el Teatro Español-, la tienda en la que trabajaba Nené de Boquitas pintadas, el fastuoso chalet de los Caravera (¡la casa de Juan Carlos Etchepare!) y otros lugares que aparecen en sus novelas.
La noche en que estaba frente a la fachada del cine al que Puig acudió a los cuatro años a ver La novia de Frankestein –la anécdota cuenta que lo asustó la oscuridad y su papá lo llevó junto a los proyectores y desde allí vio su primera película-, una villeguense se me acercó y me preguntó “¿Te gusta Puig?” y amablemente me puso en contacto con todo el mundo.
Así conocí a Leo, un descendiente de Danilo Caravera que tiene un restaurante que evoca en una obra artística de su jardín –el mismo jardín donde Puig niño retozó- a Boquitas Pintadas. Leo me confirmó que los familiares decidieron ocultar las fotos y cambiar los nombres en las tumbas de los hermanos Caravera para evitar que fanáticas y fanáticos las llenaran de flores y cartas como a la tumba de Rodolfo Valentino. Una escena digna de Puig.
A su vez, otro personaje villeguense, Patricia Bargero, parece salido de su pluma. Oriunda de Bunge, manejaba su auto de pueblo en pueblo llevando las participaciones para su casamiento, con el traje de civil y un vestido blanco de novia ya confeccionados en el asiento de atrás. Un accidente vial la dejó postrada en silla de ruedas. Hoy vive en una de las casas donde vivió el autor, rodeada de sus fotos, evocando sus recuerdos, organizando cursos con estudiantes y otras acciones culturales que valorizan su obra. Es conocida en el pueblo como la novia de Puig.
Sangre, política y homosexualidad
La otra hazaña literaria de Puig fue unir en un mismo cóctel explosivo el folletín rosa, la política y la homosexualidad. Cuando Vargas Llosa lo acusó de escribir como Corín Tellado, él replicó que sería su mayor ambición escribir como ella, Abel Santa Cruz o Alberto Migré.
En The Buenos Aires affair (1973), el personaje principal nace en año del primer golpe de Estado en Argentina y muere el mismo año del Cordobazo. Dos hechos signan su vida: el peronismo y la violación y asesinato que comete contra una marica en un baldío que lo lleva a límites inconfesables de placer y éxtasis.
El clímax de esta subversiva combinación estética es su obra más conocida a nivel mundial, El beso de la mujer araña (1976), en donde la loca Molina conquista amorosa y eróticamente a un viril guerrillero a costa de puro relato –puras palabras- de películas rosas de folletín barato. Si Boquitas… se presentaba como folletín en dieciséis entregas y The Buenos Aires affair abría cada capítulo con una cita cinematográfica del cine clásico de Hollywood, en El beso de la mujer araña no solo hacía copular a Hollywood con la revolución en la figura de dos varones sino que ponía en un mismo plano textos científicos sobre la homosexualidad, relatos de películas y manifiestos políticos.
Para el escritor chileno Jorge Marchant Lazcano que lo emula en su novela La Beatriz Ovalle (1977) y lo toma como uno de sus personajes en Cuartos oscuros (2015), Puig de haber vivido más tiempo, hubiera escrito la novela sobre el sida. Marchant Lazcano estuvo a punto de entrevistarlo para la revista Paula en 1979. Puig le contestó formalmente desde Cartagena de Indias donde estaba probablemente de vacaciones y le mandó su dirección en Nueva York. Pero la entrevista no pudo ser. Hubiera sido un encuentro entre dos grandes latinoamericanos. En todo caso, en Sangre como la mía (2006), título y ficción que también homenajea a Puig, Marchant Lazcano suple con una obra grandiosa esa faltante ominosa, ese silencio siniestro de novelas sobre el sida en la literatura latinoamericana.
Gorila irredento, en Pubis angelical (1979) Puig anticipó lúcidamente el menemismo (“Vendrá un movimiento que de peronista solo tendrá el nombre”, dice uno de los personajes) y en su magistral despedida literaria, Cae la noche tropical (1988), volvió a un escenario en que se encontraba como pez en el agua: los chismes entre dos viejas argentinas en Río de Janeiro –al fin y al cabo General Villegas no era tan distinto al resto del mundo- metamorfoseados en estética y eternizados en algunas de las más bellas páginas de la literatura.
Puig murió en México, en el mágico pueblo de Cuernavaca, añorando un país natal, que amaba y odiaba alternativamente y que, con frecuencia, le fue esquivo. En él recibió críticas de la autodenominada alta cultura y de los homofóbicos. Se fue evocando los años de exilio y los amores en Río de Janeiro –uno de los cuales con un obrero quedó plasmado en su experimental Sangre de amor correspondido (1982)- y mientras terminaba de diseñar y construir la casa de sus sueños tan parecida a la de las películas de Hollywood que tanto amó y que marcaron su vida y su obra.