Al escritor gallego Manel Loureiro le sucedió lo que no le sucede a casi ninguno. Para distraerse de la escritura jurídica a la que lo obligaba su condición de abogado, comenzó a escribir en un blog historias de zombis. Pronto se viralizaron y cosecharon nada menos que 1 millón y medio de lectores. Una editorial le ofreció publicar esos relatos. Hoy el autor juega en las grandes ligas del bestseller. Fue traducido al portugués, al francés, al italiano, al inglés, al alemán, al polaco, al checo, al búlgaro, al chino, al japonés, al coreano.
Recientemente viajó a la Argentina para presentar su última novela, La ladrona de huesos (Planeta). Nobleza obliga: es honesto confesar que aun quienes nos resistimos a ese tipo de literatura y comenzamos a leerla con el ceño fruncido, fuimos atrapados por el mecanismo de relojería que la novela pone en marcha y que impide dejarla hasta llegar hasta la última de sus casi 500 páginas.
Quienes tenemos un mayor interés por las palabras y los climas que por las peripecias de una historia y su final, debemos aceptar que, esta vez, el desenlace no se puede spoilear, neologismo-anglicismo que usamos en lugar de adelantar, revelar o anticipar haciendo gala de cierto colonialismo lingüístico. De modo que solo es posible decir que la protagonista, Laura, sufre amnesia retrógrada. No recuerda nada de lo que le sucedió antes de ser víctima de un atentado en México y, por lo tanto, no sabe bien quién es. La misteriosa desaparición de su pareja, Carlos, el médico que la cuidó mientras estaba internada reponiéndose, la hará iniciar el camino a Santiago para cumplir con la misión que le encarga una voz en el celular: si quiere volver a Carlos, tiene que robar los huesos del apóstol Santiago de la famosa catedral que recibe miles de peregrinos.
Advertencia al lector: acérquese a la novela con cuidado. Su lectura es adictiva y hace que el mundo exterior se esfume.
-¿Qué relación existe entre un encantador de serpientes y el escritor de un thriller como La ladrona de huesos? (risas)
-Hay bastantes similitudes porque, en el fondo, lo que hacemos es trampas. Cuando escrito soy un tahúr, soy un gran tramposo. Estoy sentado a una mesa jugando a las cartas con los lectores y tengo que ganarles. Los lectores, que son muy inteligentes, tratan de descubrir antes que yo dónde están las piezas que hacen avanzar la historia. En este sentido, tienes que plantear un montón de situaciones, tienes que hacer que el ritmo sea muy acelerado, que estén sucediendo muchas cosas a la vez para que la narración avance y los lectores queden atrapados en ella. Tienes que procurar que no adivinen cómo van a suceder las cosas hasta que estén en el lugar.
–¿Sos lo que se suele llamar un escritor de mapa, es decir que lo tenés todo planeado antes de sentarte a escribir, y no un escritor de brújula, que va encontrando el rumbo a medida que escribe?
-Hago un trabajo de planificación previa muy amplio. En este sentido, en la novela hay mucho mapa. Pero también es verdad que hay partes que se tienen que llenar de brújula y hay que dejar muchas veces que el propio ritmo narrativo coja esas zonas que quedan sin cubrir. Creo que el equilibrio está en una mezcla bien equilibrada del mapa y de la brújula. Pero a medida que han pasado los años y he ido escribiendo soy cada vez menos de brújula y más de mapa.
-La novela tiene muchos escenarios comenzando por Santiago de Compostela que, como gallego, supongo que debés conocer bien. Pero hay muchos otros, como Moscú , Nueva York… ¿Cómo te manejaste con esos otros escenarios para escribir con precisión?
-Para mí es fundamental el trabajo de documentación previo a la hora de sentarme a escribir una historia. Me gusta saber muy bien de lo que estoy hablando porque es la manera de que esa historia quede bien anclada. Dicen que no hay mejor mentira que la que hunde sus raíces en la verdad. Y la ficción no deja de ser una mentira. Entonces, antes de escribir una historia, me gusta recorrer los escenarios donde va a tener lugar. Por ejemplo, una de las cosas que he hecho es recorrer la catedral de Santiago, pero no las partes abiertas al público, las que conoce todo el mundo, sino aquellas que llevan cerradas décadas o que no han estado nunca abiertas al público.
-¿Y cómo lo lograste?
-Tuve que pedir muchos permisos, tuve que colarme por algunos vericuetos dentro del edificio. También quise recorrer los escenarios de la antigua Unión Soviética, donde no fueron tan colaborativos, por lo que tuve que hacerlo a través de documentación y de la poca literatura que se ha escrito al respecto. Lo importante de recorrer los escenarios es que te permite saber cómo huelen, si hace frío o calor, si el clima es húmedo o seco, si el ambiente es ruidoso o silencioso. Todos esos detalles ayudan luego a crear la atmósfera para atrapar al lector.
-¿Tus novelas comienzan por los personajes o por las peripecias?
-Me gustó esta pregunta, pero es muy difícil de contestar. En ocasiones, lo que surge es el contexto. La peripecia en este caso era: voy a planificar el robo del siglo pero en vez de hacerlo en un banco o en un casino en Las Vegas, lo voy a hacer en un templo de más de mil años de antigüedad y voy a robar unas reliquias que, además, no valen nada. Ese high concept ya tira del resto. Pero entonces te das cuenta de que necesitas personajes potentes y las claves de los personajes está en dotarles de mucha profundidad, de varias capas. Tienes que tratar, sobre todo con los personajes secundarios, de que no sean figuras de cartón.
–Das una versión muy tremenda de la Unión Soviética. Como solía decirse en una época, en tu novela “los comunistas se comen crudos a los chicos”.
-No, para nada. No es una cuestión de que los comunistas se coman crudos a los niños. Es el reflejo de una realidad que tiene su imagen paralela en las potencias occidentales. Los centros de formación de espionaje se basaban en un trabajo exhaustivo de deshumanización de los alumnos que entraban. Era un proceso necesario para transformarlos en las piezas del mecanismo que tenían que llegar a ser. Pero no es algo que tenga que ver con la ideología, no lo inventé yo, no es algo que haya sacado de la manga, sino que viene de las fuentes manuscritas que explican cómo funcionaba eso. Y funciona exactamente igual en cualquier país occidental, en Estados Unidos, España, Francia, Alemania… Sí, es verdad que durante la época soviética el respeto por lo que entendemos como los derechos fundamentales del ser humano, muchas veces quedaban en un segundo plano, si los intereses superiores de la nación exigían que los integrantes de aquellos procesos de formación sufrieran pruebas de carácter muy duro. Pero, insisto, no es una proyección ideológica ni muchísimo menos, porque tampoco es el objetivo de la historia de La ladrona de huesos. Refleja un momento muy concreto de la historia que son esos meses caóticos que siguieron al golpe de Estado de 1991 hasta que se encausó el proceso democrático.
-Sé que sos abogado…
-Era, ya no lo soy.
-Tenés un título de abogado, por lo tanto lo seguís siendo.
–Eso sí. Es como ser alcohólico: nunca dejas de serlo (risas).
–¿Qué relación existe entre la abogacía y tu escritura? Te lo digo porque a veces a algunos abogados deben actuar como «tahúres», buscar vericuetos legales para salvar a quien no lo merece, más allá de que hay muchísimos que se juegan la vida defendiendo causas justas.
-Nunca me lo había planteado así. Pero yo me dediqué a temas civiles y mercantiles. Era un mediador entre señores que se peleaban por dinero. Me temo que no tenía el halo de santidad que se le puede otorgar a un defensor de causas justas ni era el tipo demoníaco que defiende a un asesino multimillonario. Creo que no hay una relación más allá de un punto que es muy importante: la literatura jurídica te sirve para saber ordenar y expresar muy bien las ideas, para ser capaz de entender cómo, cuándo y de qué manera tienes que explicar las cosas. Por lo general, cuando hablas con un juez, su Señoría no tiene la más mínima idea de la que ha sucedido. Está tu versión y la de la parte contraria, entonces tú tienes que hacer que la tuya sea mucho más clara, inteligible y, en definitiva, más atractiva, para que entienda que esa es la versión correcta. Esta es una simplificación muy burda porque hay una fundamentación jurídica detrás. Alguien que se dedica al Derecho tiene que tener muy claro cuáles son los puntos fuertes de la narrativa y eso se traslada a la escritura de ficción. Afortunadamente, porque si no, no habrían valido de nada esos doce años en los que trabajé como abogado (risas).
-¿Cuándo decidiste dejar la abogacía por la ficción?
-Hace mucho tiempo. Me hice trampas a mí mismo jugando al solitario. Me dije que me iba a tomar un año sabático para dedicarme solo a escribir. Fui un día a cenar a casa de mis padres para explicarles que iba a abandonar la carrera que me habían pagado con tanto trabajo, que renunciaba a mi cartera de clientes, que cerraba temporalmente mi despacho. Imagínate qué pelota es tener que contar esto. Nunca me voy a olvidar de la respuesta de mi padre, un hombre muy tranquilo que apoyó los codos sobre la mesa se me quedó mirando fijamente y me dijo: “A ver si te he entendido bien: ¿entonces a partir de ahora vas vivir del cuento?” Le dije: “exactamente”. Cuando llevaba tres años fuera de la profesión me di cuenta de que me había mentido a mí mismo. Entonces comprendí que había hecho como Hernán Cortés, había barrenado los barcos a mis espaldas y que solo había un camino que que era ir hacia adelante. ¿Y sabes una cosa? No me he arrepentido
–Es que te va muy bien.
-Sí, no me puedo quejar. Leí una estadística del gremio de libreros que decía que el 86 por ciento de los libros que se publican en España venden menos de 50 ejemplares, que solo el 0,1 por ciento vende más de 3000 y que dentro de ese exiguo 0,1 por ciento hay unos 50 o 60 títulos cada año que venden más de 20 mil ejemplares. Estos son los bestsellers. Nosotros somos la locomotora que tira de todo el negocio. Ser un escritor profesional que se dedica solo a esto es un privilegio, pero un privilegio que no puedes dar por sentado, que tienes que pelear todos los días y que con cada nuevo libro se somete a examen. Entonces tienes que hacerlo extraordinariamente bien y entender que te pueden perdonar un error, te pueden perdonar dos, pero al tercer strike te puedes quedar fuera.
–Cuando aún trabajabas como abogado, comenzaste a escribir en un blog historias de zombis. ¿Es así?
-Sí. Empecé a escribir por el mero placer de escribir algo que no fuera literatura jurídica. Estoy hablando del año 2005, que en términos de Internet es la prehistoria pura y dura. El blog se transformó en un fenómeno viral y al cabo de tres meses tenía 1 millón y medio de lectores. Contactó conmigo una editorial y aquel blog se transformó en mi primera novela. La novela se transformó en un bestseller. De ahí me fui a un gran grupo editorial y después vino el resto. Mis libros comenzaron a traducirse a otros idiomas y el mundo se volvió una locura maravillosa y ahora estoy hablando contigo. Fíjate qué alegría y que maravilla.
-Es algo que no ocurre seguido.
-No, y me gustaría decir que se debe a mi talento desbordante, a que soy un tipo brillante. Pero no es así. Se debe a que, como el protagonista de Forrest Gump, ese tipo medio lelo que está siempre en el lugar indicado, el momento idóneo y las circunstancias justas para que le pasen cosas chulísimas, yo siempre estoy en el lugar indicado, el momento idóneo y las circunstancias justas. Sí es cierto que necesitas una cierta dosis de talento para construir historias que funcionen. Pero ese talento no te lleva a ninguna parte si no va unido a dos ingredientes más: una considerable dosis de suerte y una enorme dosis de trabajo.
«Hoy en día, el trabajo de escritor es perfecto para un bipolar»
-Además de trabajar como abogado, fuiste presentador o animador televisión. Vi en YouTube una presentación de La ladrona de huesos y me pareciste alguien sumamente histriónico. Sabés cómo tratar al público. ¿Cómo se conectan tus cualidades histriónicas con tu escritura?
-El mundo ha cambiado mucho y el mundo literario, también. La época en la que un escritor se limitaba a crear su obra, la enviaba después atada con un estambre en un sobre a sus editores y luego se quedaba tranquilamente en su casa leyendo al lado de la piscina terminó con Cortázar, ya no existe. Hoy en día, el trabajo de escritor es perfecto para un bipolar. Te pasas la mitad del tiempo encerrado escribiendo como Jack Torrance en El resplandor y la otra mitad te la tienes que pasar viajando por todas partes, hablando con todo el mundo. Eres como un mercachifle de los que iban por el salvaje Oeste con su carromato vendiendo crecepelos, pócimas y cosas por el estilo. La faceta comercial, la promoción, se ha transformado en una parte integral del trabajo del escritor profesional, por decirlo de alguna manera. Las promociones son cada vez más largas, más intensas, más agotadoras. Cuando empecé eran de una semana. Después fueron dos, luego un mes. Desde que salió en Espala La ladrona de huesos el 3 de mayo, he viajado sin parar. He dormido solo doce días en mi casa. Hoy estoy en Argentina; mañana, en Colombia; dentro de cinco días, en México y luego vuelvo a España para pegar un salto creo que a Italia. Acabas transformándote en una suerte de viajero que tiene que explicarle a todo el mundo por qué merece la pena que se lea tu libro. La facilidad de comunicación es congénita, es eso que los griegos llamaban carisma, que es la capacidad de generar emociones, de galvanizar a la gente. Eso no se aprende, se tiene o no se tiene. Es como correr muy rápido o saltar muy alto. Es una lotería genética. No tienes ningún mérito por tenerlo, no lo has ganado por tu buen comportamiento ni por ser extraordinariamente inteligente. Te ha tocado y ya está. Pero para la faceta promocional, claro, tener eso ayuda un montón.