Existen “cápsulas del tiempo” desde hace siglos. Incluso en el planeta Luna, donde han sido enviadas para dejar memoria de nuestro presente. Por lo general, se trata de recipientes herméticos que contienen elementos significativos de una época determinada.

Pero quizá nunca se haya proyectado una cápsula tan enorme como la Biblioteca del Futuro creada en Oslo, cuyo contenido recién podrá consultarse a partir de  2114, es decir, un siglo después de que la concibiera la artista escocesa Katie Paterson con la colaboración del municipio de la ciudad de esa ciudad.

El proyecto tiene muchas aristas interesantes que lo hacen singular, como el hecho de que no se depositan allí libros de este siglo, sino textos que fueron escritos para ser leídos el siglo próximo. Además, quienes aportan textos exclusivos para esa biblioteca, solo pueden decir el nombre de su obra, pero no pueden de ninguna manera adelantar su contenido, dado que éste es secreto. Es decir que es bastante improbable que pueda leerlo alguien que esté vivo hoy, a menos que sea un niño de poca edad y su vida sea extremadamente larga.

Los originales de los libros allí depositados, al cumplir cien años de su entrega a la biblioteca serán impresos con papel obtenido de los abetos que fueron plantados con ese fin en Oslo. Estos elementos dan a entender que su creadora tiene una visión optimista sobre la literatura y sobre los libros en soporte papel. Por otra parte, quién podría decir hoy qué dispositivo tecnológico de lectura se utilizará dentro de un siglo, aunque si es posible saber que, si se preservan los árboles y los medios técnicos utilizados hoy en día, los libros podrán imprimirse de la misma forma en que se hace en la actualidad.

Margaret Atwood, la escritora canadiense que saltó a la fama mundial por su novela El cuento de la criada, defensora de las causas de la mujer, es precursora también en esto, ya que es la primera escritora que entregó su original escrito especialmente para este proyecto. De la historia que escribió solo se sabe su título: «Scribbler Moon», pero no su contenido, dado que se ha comprometido a respetar el pacto de silencio que exige la Biblioteca del Futuro a los escritores. «Extraño pensar –dijo- que mi propia voz, silenciosa por entonces durante mucho tiempo, se despierte de repente después de 100 años».

Es evidente que le preocupa que la literatura siga viva en el futuro. Recientemente, fue protagonista de un hecho que lo pone en evidencia. Vestida como uno de los bomberos incendiarios de Farenheit 451, presentó un video promocional de su novela El cuento de la criada realizado con material incombustible y con una cubierta que retarda la acción del fuego. Ella misma hacía la demostración práctica de que el libro no se quemaba.

La consigna de respetar el silencio que impone la Biblioteca del futuro no se puede vulnerar, pero los originales que se escriban pueden ser de cualquier género.

Hasta el momento son varios los escritores y escritoras que siguieron el ejemplo de Atwood. El británico David Mitchell, el islandés Sajón, la turca Elif Shafa, la surcorreana Han Kang, el noruego muy conocido en la Argentina Karl Ove Knausgard y el estadounidense Ocean Vuong. La última en incorporarse fue la escritora de la República Zimbabue Tsitsi Dangarembga, el título de cuyo original es Narini and her Donkey.

Cada texto entregado deberá esperar silenciosamente para poder ser leído. Por momentos, el proyecto de la biblioteca se parece bastante a los cuentos populares tradicionales. Las historias parecen estar obligadas a guardar silencio merced a un hechizo que dura un siglo.

The Future Library Project inauguró recientemente su sede física en el último piso de la Biblioteca Deichman Bjørvika, en Oslo. Está construida con  cien capas de madera tallada y los originales se guardan en cajas de cristal. El día de la inauguración, Sjón manifestó ante los medios de prensa su preocupación por su lengua materna, al señalar que «la vulnerabilidad de la lengua islandesa, hablada por sólo 370.000 personas, pueda significar que no sobreviva ni encuentre traductores en 2114».
Esta gran cápsula del tiempo apunta a preservar no solo la literatura de nuestro siglo, sino también lenguas que podrían extinguirse como se extinguen los bosques por la tala indiscriminada. Podría decirse que propicia una suerte de ecología que va más allá de la preservación de la naturaleza para abarcar también la cultura.