Los Sorias es una novela de culto. Quizá comenzó a serlo antes de ser publicada. Su extensión de 1.355 páginas no es del todo ajena a su fama porque por su monumentalidad  constituye un riesgoso desafío editorial.

Por supuesto, la desmesura es sólo uno de los elementos y no el más importante que hace su aporte al aura mítica de Los Sorias.  El definitivo es, por supuesto, su calidad literaria. Ricardo Piglia dice en el prólogo que tituló “La civilización Laiseca”: “Los Sorias es la mejor novela que se ha escrito en la Argentina desde Los siete locos”.

Y luego de decir que Laiseca  está fuera de toda comparación, aclara: “Quiero decir que el repertorio de lo que llamamos literatura argentina no forma parte del horizonte de Laiseca: tiene otros escritores y otras tradiciones en la cabeza. Por ejemplo, admira a Mika Waltari (Sinuhé, el Egipcio), y a veces, (cuando está desanimado) piensa en Joyce y  puntualiza que Los Sorias es más grande que el Ulises. Tiene razón, lo ha medido y le lleva (Laiseca a Joyce) una ventaja de 30.000 palabras”.

La extensión del texto parece acorde con otras desmesuras relacionadas con él. Según precisa Piglia, Laiseca  tardó diez años para escribirla, veinte  para publicarla y a Los Sorias le insumió treinta años convertirse en un clásico.

La reciente edición de Barrett, una editorial independiente ubicada en Sevilla fundada en 2016-  tiene tapa dura y tanto la tapa como la contratapa están cubiertas por una obra del pintor andaluz Matías Sánchez titulada Mentiras piadosas.

También incluye una breve biografía de Laiseca y una hermosa  fotografía de él tomada por Mica Sánchez  en la que el escritor muestra una amplia sonrisa que convierte sus ojos en dos diminutas rayitas y hace que se expanda hacia los costados  su bigotazo.

Se entiende que Barrett haya publicado los Sorias porque su catálogo está se organiza en torno “al humor ya la vida absurda” . Su nombre es  un homenaje al líder de Pink Floyd en sus primeros discos, Syd Barrett.

“Los Sorias” circuló siempre en ediciones muy acotadas. La publicó por primera vez la editorial Simurg en 1998 en una tirada de 350 ejemplares, con el prólogo que se reproduce en la edición de Barrett y con una portada de Guillermo Kuitka.

En 2004 la reeditó la editorial Gárgola con una tirada de 1500 ejemplares y en 2014 volvió a editarla Simurg también en una edición acotada.

Antes de publicarse la novela completa, aparecieron algunos párrafos de ella en la revista El porteño y en V de Vian, dirigida por Sergio Olguín.  La novela generó gran entusiasmo tanto en Piglia, como en Fogwill y Aira.

Por su escasa circulación impresa es probable  que la situación de Los Sorias  no haya variado demasiado respecto de 1998. “No le sobran lectores –dice Piglia en el prólogo fechado en ese mismo año-, pero los que le faltan son tantos que tiene asegurada una lectura interminable”.

Y agrega: “No le sobran lectores, pero los que le faltan son tantos que tiene asegurada una lectura interminable. En eso, claro, Laiseca es como Macedonio: todo el mundo leía a Gálvez cuando Macedonio escribía Museo de la novela de la Eterna, pero los que cuentan cifras ven que el Museo es la novela que ha ganado más lectores desde que se publicó en 1967. Mientras Gálvez (o Silvina Bullrich) sufren el abandono masivo de sus clientes, los lectores de Macedonio o de Laiseca avanzan en silencio como el agua que se filtra en los muros de las casas abandonadas”.

Foto: Diego Paruelo

Los Sorias y el realismo delirante

“Lo mío, dijo Laiseca alguna vez, es realismo delirante, ni delirio, ni realidad. Son las dos cosas juntas, porque el delirio potencia la realidad y la realidad potencia el delirio”. 

Los Sorias también se encuadra dentro del realismo delirante. En ella se mezclan la magia, la astrología, el humor negro,  el sexo, la sátira para narra un mundo que está en conflicto permanente con  el poder. En él se desarrolla un guerra fría entre tres dictaduras: Soria, Tecnocracia y Unión Soviética. En Soria, todos se apellidan Soria. En Tecnocracia, todos se apellidan Iseka. Personaje Iseka  es el protagonista de esta novela que se ubica en un mundo posapocalíptico. Se trata de una distopía, para definirla con una palabra que no estaba de moda en el momento en que se publicó por primera vez.

“Cuando esta mañana Personaje Laiseka abrió los ojos –comienza diciendo la novela- lo primero que vio fue un Soria. Pero no a Luis, el que  tenía cerca, sino al más alejado: Juan Carlos Soria”.

“Este Soria, cuando se levanta por la mañana –pensó Iseka-, lo hace en forma de clase magistral, sin coloquio, de esas que se usaban en las facultades en el pasado. Optimista, de un solo salto. Yo no. Demoro cuantos minutos puedo: haraganísimo en la cama. Él crea todas las inercias hacia adelante, necesarias para comenzar el día. Usa como clarín y música, respectivamente, el yogur y la respiración.”

Este breve párrafo del comienzo es una muestra significativa de la escritura de Laiseca  -Lai, para los más cercanos- en Los Sorias.

La novela comenzó a transformarse en un libro de culto antes incluso de ser publicada. Laiseca tenía una sola copia de ella y, según contó el autor, una vez se encontraba  en un andén de tren y llevaba con él los originales de Los Sorias en una bolsa. Al arrancar la formación, un hombre que iba en ella le quiso arrebatar la bolsa. Laiseca forcejeó hasta lograr arrancársela.

Foto: Edgardo Gómez

Nunca se sabrá si la anécdota relatada por Laiseca es verdad o se trata de una creación más de su imaginación, pero hay que reconocer que “si no es vero, è ben trovato” porque contribuyó a posicionar a Los Sorias como un objeto de deseo.

Podría decirse que Laiseca no sólo hacía literatura cuando escribía, sino que era él mismo un personaje literario que llevaba una vida literaria.

Nadie que lo haya entrevistado podrá olvidar su departamento de planta baja con un patio mínimo en el que había varios perros ni su biblioteca en que todos los libros estaban forrados de blanco aunque amarilleados por el tiempo  y la nicotina que también teñía sus dedos de color ocre como les sucede a todos los fumadores insaciables.

Los libros –les explicaba a los entrevistadores- estaban forrados de blanco para evitar que alguien se tentara con algún título y se lo robara.

Se negaba a que alguno de sus perros posara junto a él para las fotos si no acataba la sugerencia del fotógrafo por su propia voluntad y como los perros entienden poco de cómo se genera una nota periodística y él no los convocaba, en las fotos no solía salir acompañado por esos seres con los que parecía tener una comunicación especial.

No la jugaba de excéntrico para ganar lectores, lo era de verdad

Laiseca murió en 2016, hacia fines de diciembre, muy cerca de la fecha en que aparece una esperada reedición de Los Sorias. Seguramente él no tomaría este dato como casualidad, sino más bien como algo mágico. Tal como declaró y demostró en sus textos, creía en la magia. Acaso la magia exista y Los Sorias sea su comprobación más fehaciente.