Plato Paceño es la primera novela que firma el escritor y periodista Alfredo Grieco y Bavio. Publicada por la casa paceña Plural Editores, la novela inicia una suerte de trilogía de vidas de argentinos en Bolivia, que ha de completarse con los títulos La Sinrazón y Querido Alfredo. Y basta la mención del «plato paceño» para empezar evocando uno de los manjares emblema del arte culinario boliviano: más precisamente, de la gastronomía de la gran ciudad sede de gobierno. Esa delicia que en los populares «agachaditos» del Hoyo paceño, sapientes cocineras sirven sin descanso durante Alasitas, la fiesta en honor al Ekeko, la divinidad andina de la abundancia.
La novela narra las derivas bolivianas de Andrés y Macarena, una pareja de sociólogos «gauchos» (como suelen apodarnos nuestros vecinos). Científicos sociales que pasan una larga temporada en la Bolivia del siglo XXI, gobernada por el triunfante Movimiento al Socialismo. Tiempos de un futuro inmediato, en que la academia argentina, y aun hemisférica y mundial, parece interesarse como nunca antes por el vecino país. «Ella iba a estudiar ‘Neocholas postbircholas: comercio, sociedad y mujeres empoderadas en El Alto’, él no tenía acuñado un título, pero buscaba talleres y migrantes aymaras en El Alto y su nexo con los talleristas en Argentina.»
Lejos de los grises y burocráticos becarios académicos, más cerca de los exploradores atentos y siempre despiertos, Andrés y Maca son miembros de una más joven generación de bolivianistas que viaja al Altiplano o al Oriente no ya para palpar los conflictos sociales más abigarrados del planeta, sino «para investigar, entender y explicarle al mundo, si fuera posible, el ‘milagro boliviano’, tras más de diez años del inexorablemente exitoso gobierno de Evo Morales.» Bolivia cambia.
Tan estilizados como lacónicos, y cultores de un finísimo buen humor, los 63 capítulos de Plato Paceño van componiendo un friso con aires de una exquisita picaresca andino-amazónica, que envuelven la deriva de los argentinos por La Paz, Copacabana, el Titicaca, Sucre, el Beni, los anillos de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y aun más allá.
Como el plato paceño que combina, siempre en partes desiguales, choclo, habas, papas, quesillo frito y algo de carne -sin olvidar el aporte de la ardiente llajwa-, en la novela de Grieco y Bavio alternan irónicas postales sobre el turismo académico y picantes frescos sobre las ricas contradicciones del Proceso de Cambio boliviano. No faltan, siquiera, los sabrosos culebrones de mercado: «Mejor tienes que saber comprar, para cuando te cases. Aunque ella hará las compras, tendrás que vigilarla. Experiencia te falta, inocente sos, che», le advierte una chola paceña al sociólogo gaucho durante uno de sus trabajos de campo.
Una variopinta galería de personajes acompaña a los todavía jóvenes bolivianistas en sus andanzas. Pedantes hippies de giro postal, sagaces cholas de feria, académicos primermundistas cultores de un pachamamismo for export, encarnizados adictos al New Age andino y hasta un tierno tan joven y tan viejo docente de lengua aymara que utiliza métodos didácticos más bien caseros.
Plato Paceño es una novela firmada por un argentino que traza puentes, pero que sobre todo dialoga, con la obra de varios autores bolivianos, y también de la más renovadora literatura contemporánea de Bolivia, como los paceñísimos hermanos Loayza, la angloyungueña Spedding, y aun el cósmico Juan Pablo Piñeiro. Un plato paceño bien servido.