Sí, con este gobierno los chistes se hacen solos», suelen decir por acá y allá.
No me canso de escuchar esa frase. Y no. Los chistes no se hacen solos. De ser así, todos seríamos humoristas profesionales. Por supuesto, hay gobiernos y políticos que te facilitan la tarea. Y otros que, de tan absurdos, la complican.
Pero que quede claro: no se puede hacer humor de algo que ya es gracioso en sí mismo.
En uno de sus más recientes shows, el comediante estadounidense Lewis Black, le aseguró a su público: «Yo no sé para qué me necesitan. Estoy seguro de que cualquiera de ustedes tiene mejores chistes que yo sobre Donald Trump. A mí me queda una sola alternativa (para hacer reír): Ser más loco que él.
Poco después Black remató: «Me doy cuenta de que hoy en día estamos viviendo en la intersección entre la realidad y la sátira.»
Tiene razón.
¿Cómo superás a una vicepresidenta que dice que la «mayoría de la población urbana se concentra en las ciudades»?
O a un presidente que dice, frente a una inundación, que «en algunos lugares falta agua y en otras sobra agua».
¿Y a un ministro de Ambiente ni Medio que dice que no sabe nada del tema y un tiempo después convoca a rezar en caso de un incendio forestal? El único que podría superar ese ridículo sería él mismo, si dijese mañana: «Vamos a contratar expertos en el tema: un par de pieles rojas que hagan la Danza de la Lluvia.»
Porque una de las claves del humor es revelar la verdad sobre algo. Y otra es revelar el lado estúpido de algo. Este último sería el típico caso de las observaciones tan propias del «stand up», esas que te hacen pensar que el humorista «tiene razón», y que ese descubrimiento de lo estúpido te hace reír.
Pero en los casos anteriormente citados, referidos a actitudes o dichos de los gobernanes actuales, lo estúpido ya está expuesto. Cualquier cosa que se te ocurra corre el riesgo de ser más estúpido y no necesariamente más gracioso. Más de una vez me sucede, en la radio como en algún show, que basta con citar lo sucedido, con contar lo que pasó o lo que alguien dijo, para que ya cause risa.
Otra de las preguntas que usualmente nos hacen es: ¿la realidad supera la ficción? La respuesta es contundente: ampliamente. Tanto, que en los shows, cuando cuento alguna noticia de esas, veo caras de «no lo puedo creer» entre el público. Y lo puedo asegurar: la sorpresa también es generadora de risas.
Claro que hay una gran diferencia en la generación de humor en un medio o en otro: no es lo mismo un show en vivo, que la radio o un texto para un medio gráfico, en el que falta el tono, que es decisivo en la forma de decir las cosas. (Supongo que por eso se crearon los emoticones, o emojis, porque si querés hacer una ironía y no te sale bien, la carita al menos te ayuda a no agarrarte a trompadas con el que te lee…)
No, definitivamente. «Los chistes no se hacen solos.» Por supuesto que está el oficio del humorista de por medio .
Es muy común que me convoquen o que me pidan que hable sobre cómo es hacer «humor político». Y yo tengo una respuesta que suele resultar un poco desilusionante: es como hacer humor de cualquier otra cosa. Si sos humorista, hacés humor de cualquier aspecto de la vida. Y la política es un aspecto más.
De todos modos, sí tengo en consideración un aspecto, una característica, que puede marcar la diferencia entre el humor político y otras temáticas. El humor político funciona a otro nivel, a veces más importante para el público: el de generar un poco de catarsis ante la realidad que nos toca vivir. En ese caso, el humorista funciona como un fusible contra la hostilidad del medio ambiente.
Eso lo percibo cada vez más en las presentaciones en vivo. Se puede afirmar que lo que antes era un show de humor se ha transformado en otra cosa, en una especie de ceremonia catártica colectiva que nos ayuda a sobrellevar el mal trago, que nos ayuda a decirnos que no estamos solos, que toda esa gente que está sentada allí comparte sentimientos y sensaciones como los nuestros.
Como humorista, siento esa necesidad del público. Pero también la siento como persona. Es por eso que profundizo en esa línea, sin perder de vista, lógicamente, que mi función es «hacer reír». (Lo que por suerte, sucede.)
Pero no. Los chistes no se hacen solos. Sobre todo si estás obligado a hacerlos, como lo estamos los profesionales, día a día. O sea que una respuesta posible a la temática de esta nota sería: «No. No fue magia.» <