En 2007, a los 85 años, Aurora Venturini ganó el Premio Nueva Novela Página 12–Banco Provincia. En el mundillo literario la noticia cayó como una bomba. A algunos medios la diferencia entre el adjetivo «nueva» y la edad de la ganadora les parecía un buen contraste para utilizar en un título como paradoja un tanto risible. Además, fueron muchas las voces que le reprocharon al jurado el haber seleccionado a una mujer que, por su edad, no tenía futuro en la literatura. Pero si la autora no tenía futuro literario, aunque vivió ocho años más luego de aquel premio consagratorio, tenía, en cambio, un pasado literario enorme. «Llovieron premios para sus libros de poemas y siguieron lloviendo para su narrativa cuando dejó de escribir poesía y empezó a publicar relatos a comienzos de los ’70» dice la periodista y editora Liliana Viola, en la biografía que escribió de Venturini, Esta no soy yo (Tusquets), que apareció recientemente. Y agrega: «Mientras la pared del comedor se va completando con galardones, ni la crítica ni el mercado acusan recibo, y al año siguiente el ciclo vuelve a empezar».
Viola, hoy albacea literaria de la escritora, formó parte del jurado de preselección del premio consagratorio y también redactó las bases de ese concurso que la sacaría a Venturini del anonimato. Hasta ese momento, tanto la obra poética como narrativa de Venturini circulaban en ediciones de autor que no lograban saltar las fronteras de La Plata, la ciudad en la que nació, trabajó y padeció la revancha de la llamada Revolución Libertadora por su peronismo explícito. También allí, en su juventud, formó parte del grupo Los poetas del bosque, elogiado por el mismísimo Borges, aunque ella no logró la misma repercusión que otros integrantes.
Sin embargo, la vieja escritora de la suerte esquiva puso en jaque con Las primas, la novela que resultó ganadora, a un jurado formado por escritores de la talla de Juan Forn, Juan Boido, Rodrigo Fresán, Guillermo Saccomanno, Alan Pauls y Juan Sasturain obligándolos a plantearse y discutir qué es una buena novela.
Entre los múltiples méritos del libro de Viola, figuran por lo menos tres que son insoslayables: aceptó el desafío de escribir la historia de alguien que se encargó de hacer de su vida una pieza de ficción, no edulcoró su figura ni agrandó los méritos de su obra como suele suceder cuando la muerte parece imponer la necesidad del halago y la corrección política y, además, escribió una biografía que más que consignar fechas y acontecimientos rescata el perfil arbitrario, por momentos vengativo y siempre desconcertante de la mujer y de la escritora que fue Venturini.
–¿Cómo fue escribir la biografía de una mujer de la que no hay datos certeros porque ella se encargó de que no los hubiera?
–Ése fue el primer problema con el que me enfrenté y, en realidad, escribí una biografía sobre el peso de la verdad: qué es la verdad en una vida. Todos ficcionamos nuestra vida, todos elegimos algún momento que nos parece el más representativo, pero ella lleva esto al extremo. Frente a esta situación me pregunté: ¿voy a ser una biógrafa que se dedica a desmentir punto por punto lo que ella dice, a consultar hermanas y diversas fuentes? Obviamente, siempre se puede llegar a la verdad en el dato, pero mi decisión fue investigar sin convertirme en sabueso del dato verdadero. El eje de su vida fue, justamente, establecer ese fluir entre literatura, ficción, mentira, deseo, vidas posibles y construcción de sí misma. Quiso establecer una figura de escritora ideal con algunos sufrimientos que, a lo mejor, no tuvo, con antepasados y amigos que tampoco tuvo. Esa es su construcción y mi investigación se basa en cómo y por qué la construyó de ese modo, más que en dónde está el error de su fecha de nacimiento. La biografía trata de responder por qué se encargó de desdibujar esa fecha e, incluso, la de su muerte. Frente a estas preguntas, las respuestas no son siempre las mismas.
–¿Qué respuestas lograste?
–Aurora dice que tuvo amistad con todo el existencialismo francés, con Sartre, con Simone de Beauvoir. Dice también que fue novia o amante de Ionesco, que vivió con Violette Leduc, con quien salía de copas. Creo que nunca fabula sobre un páramo completamente pelado. Fue a Francia y, seguramente, conoció a esta gente y conoció más a Violette Leduc que al resto. Esta construcción de su vida en París es una «treta del débil».
–¿Por qué creés eso?
–Porque ella venía de ser totalmente destruida por la Revolución Libertadora. Lo perdió todo. Trabajaba con Evita y Evita ya no existe. Era un personaje dentro de la Facultad de Humanidades y la cesantean. Como toda su generación y, sobre todo, la intelectualidad platense, su admiración es por Francia. Así es que construye su vida como escritora que tiene conexiones con estos próceres. Lo que yo puedo decir es que fue una tremenda lectora de ellos. Podía recitar de memoria párrafos enteros de Sartre, conocía toda su obra y la tenía en su biblioteca. Es en este sentido que digo que no construye sobre un páramo. A Violette Leduc la tiene completa y repetida. Entonces hace un desliz. Lo que fue un encuentro o varios encuentros para una entrevista lo convierte en una amistad. Pero nunca ahonda en las mentiras. Ese es buen detector de mentiras en Venturini: cuando no ahonda es porque miente. «¿Eras amiga de Simone?» «Sí, sí, ella era un poco antipática» y no hay más que eso, no cuenta más.
–¿Es una suerte de personaje literario?
–Sí. Cada vez que está enojada con alguien o tiene un sufrimiento muy grande por algo que le han hecho o ella siente que le han hecho, eso aparece directamente en su literatura. Así como a los 85 sorprendió con Las primas, podríamos decir que es una pionera del marketing de la figura de la autora. Si bien todo el mundo duda de lo que dijo, incluida yo misma como biógrafa, no hay forma de que no hagamos alusión a esos hitos que ella estableció, es decir, que era amiga de Eva Perón, peronista, echada por la Revolución Libertadora, amiga de los franceses, nacida en 1921, muerta en 2015.Todo lo que dijo es tan atractivo que ahora que se traduce aproximadamente en 20 países, por más que yo he dicho que ciertas cosas no fueron exactamente así, todos lo reproducen de ese modo, porque ésa es la figura que le interesa al lector y a la lectora.
–Juan Forn fue el único que advirtió que quizá fuera una persona un tanto rara y fue el que más acertó en sus especulaciones antes de que supieran su identidad.
–Sí, él pensaba que quizá se trataba de un fenómeno, de un mamarracho. Juan tenía razón y por eso lo cuento. Si no hubiera acertado, no me atrevería a poner algo que va tan a contracorriente de la lectura fan que tiene hoy Venturini. Juan acertó más que los otros jurados. A todos les parecía una novela fronteriza entre aquello de lo que la literatura habla y aquello de lo que la literatura nunca habla, entre cómo se dice algo y cómo se puede leer. Hay una ambigüedad frente a algunos tópicos morales sobre los que ella decide ponerse a trabajar. No es que de pronto apareció el aborto, sino que el aborto es fundamental en Las primas. Es lo que hace que la novela llegue hasta el asesinato del violador. Su escritura se caracteriza por la ambigüedad en todo sentido, el uso de palabras antiguas, de fórmulas que pertenecen a la época de las poetisas, por cierto respeto por las citas y, a su vez, por las citas mal citadas… Ella cita a muchísimos autores, pero no se preocupa por citarlos bien. Se toma una libertad con los textos que la convierte en una huérfana de las tradiciones literarias. Puedo encontrarle similitudes, pero no le encuentro un parentesco. El premio provocó discusiones muy sangrientas y muy interesantes entre todos los que la leímos. Nadie pensaba «esto es una bomba, es excelente, es la nueva novela». Yo la leí con mucho miedo y me ayudó mucho que Mariana Enriquez, también con miedo, dijera que nos jugáramos. Muchas escritoras del campo literario de aquel momento no quisieron ni leerla. Y ahí volvemos al marketing, a la edad, a qué se entiende por la figura del escritor o escritora. En la primera edición luego del premio, Venturini no fue leída. Se la entendió más como una boutade, como una anciana que dice cosas fuertes en sus reportajes.
–¿Puso en juego qué era una buena novela?
–Claro, esa era la discusión sangrienta. ¿Por qué? Porque está al borde del costumbrismo, del grotesco; porque es antigua; porque no está a favor ni en contra, sino en el límite; porque escribe sin signos de puntuación, pero no es Faulkner y hace ese experimento con el lenguaje en el siglo XXI. Pero ella fue más fuerte que todas esas preguntas. Yo siento que en cada capítulo está a punto de desbarrancarse hacia lo que entendemos que no es una buena literatura, pero se salva en el último segundo.
–¿Qué hubiera sido desbarrancarse?
–Seguir abusando del juego con los nombres italianos de sus personajes, irse de lleno al grotesco, no ser tan escueta… Tuvo algo muy moderno en Las primas que es que los capítulos son muy breves. Creo que la voz del personaje de Yuna ha sido un gran hallazgo porque eso la salva de todo lo que hoy podríamos entender como políticamente incorrecto.
–Pero ella era políticamente incorrecta.
–Sí, en su vida y en su literatura, pero a la vez era una persona a quien alguien le agradeció que la hubiera sacado de un orfanato y hubiera podido estudiar gracias a ella. Venturini representa algo muy interesante del peronismo de esa época: no es obrera, es una intelectual que encuentra en Eva Perón un lugar para que su profesión de psicóloga sirva. Ocupó un rol muy importante en el proyecto peronista de la década del ’40 que era salvar gente, sacarla del pozo. Ella es, nada menos, la que detecta quiénes merecen ser salvados. Ahí hay una bisagra. Realiza una gran acción pero, a la vez, tiene una conexión con lo monstruoso, con lo débil, con lo pobre, con los olores, que no le sale del alma, le sale de la profesión. Entonces habla del asco que le dan los pobres, pero mucho más asco le dan los jueces que conoció que fueron abusadores de niñas. Si le tenía asco al olor de los pobres, más asco le tenía a las actitudes y a las verdades de las autoridades. Le dolió el entorno conservador y encontró en el peronismo una salida. Para ella la palabra «compañero» es casi mágica. Valora el compañerismo porque viene de una familia en la cual se ha sentido totalmente apartada.
–Su incorrección llega al punto de declarar, según consignas en tu libro: «Un crítico boludo declaró que escribo a partir de frases hechas y no es así; recomiendo al crítico que vaya a lavarse las bolas al Río de La Plata, para disminuir con el fresco la hinchazón de entrepierna y de las manos».
–Ella no detecta quién tiene poder y si lo detecta, no le importa. Es capaz de decirle cualquier cosa a cualquier persona, excepto a mí. Estoy segura de que vio en mí a quien la había sacado de ese anonimato que era algo que no soportaba. Pensó que en mí confluían todos los jurados y todas las cosas que pasaron. Por momentos decía cosas que no son ciertas, como que yo era millonaria. ¿Por qué? Porque me ofreció plata varias veces y nunca la quise. Me ofreció el dinero del Premio, un viaje a Europa para que fuera a ver cómo iba la publicación de sus libros. Antes de que me nombrara en el testamento como su albacea, quiso que fuera su apoderada. Quería que cobrara el 10% de lo que ella produjera en vida. ¿Hacía esto por generosidad? No creo. Quería que yo siguiera proveyéndola de situaciones mágicas o de lo que ella se merecía, es decir, publicar. Sabía que no tenía mucho tiempo y quería que se editaran tres libros por año, algo imposible. Como no accedí a sus ofrecimientos de dinero, decía que yo era millonaria.
Una mujer que buscaba respaldo
–¿Era muy vengativa Venturini?
–Sí, pero eso se lo tenemos que agradecer. Si no hubiera estado tan segura de sí misma, no habría escrito en dos meses Las primas para un concurso literario convocado por un diario que casi no conocía, pero al que no le tenía ninguna simpatía. La seguridad en ella misma nunca se le fue. Eso le generaba, por un lado, un ansia de trabajo y reconocimiento y, por otro, la necesidad de encontrar algún culpable para su falta de éxito. Le echaba la culpa al gorilismo, pero no creo que haya sido del todo así. Ella era muy conocida en La Plata, donde formó parte de Los poetas del bosque y no pudo triunfar, es cierto, por la Revolución Libertadora, pero también porque sus poemas no eran tan buenos y porque el mundo literario se fue hacia el boom y comenzó a aparecer en primer plano la narrativa. Su amigo Miguel Ángel Asturias le dio consejos marketineros y le recomendó que cambiara de género. Me interesa esa parte de la biografía porque era muy común que poetas y poetisas mandaran sus libros a los grandes nombres, que firmaban cartas que prácticamente seguían un modelo. Ella tiene cartas de Juana de Ibarbourou, de Neruda, y las pone en sus libros como aval. A nadie le importaba lo que esas figuras hubieran dicho. Pero ella se la pasaba buscando avales, buscando que le escribieran un prólogo. Lo hizo con Germán García y también con Pino Solanas.