Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), el autor de El Principito, atravesaba el cielo en una «libélula de lata», un avioncito frágil que no pilotearía nadie que no fuera un valiente hambriento de aventura. Su misión era abrir rutas aéreas comerciales para la filial que la Compañía Aeropostal Francesa tenía en Sudamérica. En un vuelo hacia Paraguay debió aterrizar de emergencia y lo hizo en un campo de Concordia, Entre Ríos. Allí habrían aparecido Susana y Edda Fuchs, de 12 y 18 años, nacidas en Argentina e hijas del matrimonio francés conformado por Jorge Fuchs y Suzanne Valon que también tenía un hijo varón, Jorge. Aquellas dos chicas habrían sido las inspiradoras de El Principito, el segundo libro más traducido y vendido después de la Biblia.
Las niñas vivían sus padres en el castillo San Carlos, una construcción enorme de 27 habitaciones y pisos de mármol, cuya condición ruinosa no empañaba su porte aristocrático. Hasta allí fue trasladado el aviador-escritor luego de su aterrizaje, aunque no se hospedó en el castillo, sino en el Hotel Colón. Pero visitó a la familia Fuchs seducido por su hospitalidad y por esa casa que le recordaba otra casa amada, la de su infancia en Saint-Maurice-de Rémens. Hoy hasta el castillo San Carlos llegan entrerrianos y turistas que van tras la huella del escritor francés y el pequeño príncipe tiene allí su propia estatua.
Esta historia fascinante la cuentan Nicolás Herzog y Lina Vargas en Las Principitas (Ariel). Nicolás creció en Concoridia y antes de escribir el libro, la relató en la película Vuelo Nocturno (2016). Lina es colombiana y está en Argentina desde 2014.
Ambos realizaron una investigación profunda sobre la vida de Saint-Exupéry que vivió en estas latitudes entre 1929 y 1930. En Buenos Aires se hospedó en un departamento de la Galería Güemes, hoy transformado en museo. Allí puede verse aún la bañera en la que alojó a la foca que había traído del sur.
El propio autor francés dice en el capítulo «Oasis» de Tierra de hombres, recordando su experiencia entrerriana: «Sueño. Todo parece tan lejano. ¿Qué habrá sido de las dos hadas?». Sus palabras y otros muchos indicios autorizan a pensar que fue la nostalgia de esas dos niñas salvajes la que le dictó su obra más conocida. Pero que esto no sea del todo comprobable, no disminuye el encanto de la historia.
–¿Cómo decidieron hacer este trabajo conjunto?
Lina Vargas: –El editor del libro, Ezequiel Siddig, con quien compartía el taller de periodismo narrativo de Leila Guerriero, me invitó al preestreno de la película de Nicolás. Me dijo que con él estaban pensando en hacer un libro que contara la misma historia de la película, una historia que yo no conocía. Fui, la vi y nos pusimos a trabajar los tres. Tuve que empaparme de la historia y del mito que se deriva de ella. El equipo de la película ya había hecho una investigación exhaustiva. Yo tomé ese material como base y seguí investigando.
Nicolás Herzog: –A mí esa historia me acompaña desde muy chico. En los años ’90 un colega, Danilo Lavigne, había hecho una película que se llamó Oasis. Fue un pionero en desarrollar en material audiovisual el vínculo de Saint-Exupéry con Concordia y con la familia Fuchs. Había una versión mítica que se había transmitido de generación en generación. Lavigne quiso hacer una investigación más exhaustiva, pero falleció antes de poder realizarla. En 2014 se pusieron en valor las ruinas del castillo San Carlos y volví a recorrerlas en una visita guiada. Así conocí a Silvina Molina, una de las guías del castillo, que había hecho una investigación sobre los orígenes de esa casa. Además, había viajado a Francia donde recabó mucha información. Luego de esa visita me quedé con ganas de profundizar la investigación y armé un grupo de trabajo para ir tres o cuatro días y filmar. Leí la investigación de Silvina y decidí que iba a encarar la película. Me llevó dos años de trabajo que incluyó un viaje a Francia donde conocí a la familia Saint-Exupéry y promediando el montaje me di cuenta de que había un montón de material y que no quería que se perdiera. Sentí que había un registro literario que era bueno volcar en escritura y profundizar. Pero estaba con poco tiempo. Le conté el proyecto a Ezequiel, quien me dijo que a Planeta podría interesarle. Él me acercó a Lina y juntos emprendimos la aventura de escribir el libro. Profundizamos en la estructura de la película y ella hizo todo un trabajo de investigación importante. Además, puso su mirada femenina y también de extranjera, una mirada que Ezequiel dice que es de realismo mágico. Fue un trabajo muy intenso que llevó un año y creo que logramos un buen equilibrio entre la investigación y el tono.
–¿Qué incidencia tiene en Concordia la historia de Saint-Exupéry y el castillo San Carlos?
NH: –Allí es un emblema que tiene una dimensión cultural muy fuerte y hay una apropiación turística. Son cien hectáreas alrededor de esa casa mítica con 140 años de historia. Es casi una reserva natural y desde la puesta en valor que se hizo de las ruinas en 2014 adquirió una dimensión cultural mucho más fuerte. Su leyenda atravesó generaciones de manera oral y todo lo que sobrevino en torno a ella a través de los años ha sido del orden de lo mítico. Ahora, a partir de la investigación, hay una mayor solidificación acerca de esa historia.
LV: –Cuando fui a Concordia por primera vez me llamó la atención que no sólo en el castillo San Carlos, sino en toda la ciudad se hablaba de El Principito. Hay una panadería que se llama El Principito, un colegio que se llama igual. Cuando fuimos a la presentación del libro descubrimos que también hay un bar con ese nombre. El personaje de Saint-Exupéry está muy presente en el imaginario colectivo. La gente se acerca de diversas maneras. Silvina Molina, por ejemplo, lo hace desde el rigor histórico. Luego hay gente como Elsa Aparicio de Pico, que ya murió y que aparece en el libro. Ella es un poco la iniciadora del mito. Se nutrió de cuestiones históricas pero hizo también mucha interpretación. Fue la primera en decir que El principito había nacido de las hermanas Susana y Edda Fuchs que, además, eran amigas de ella. En el acercamiento popular al tema todo se mezcla, empiezan a jugar las esperanzas y los deseos de la sociedad de tener una historia que los cohesione, de sentir que en su tierra ocurrió algo importante en términos históricos. Nosotros quisimos mostrar eso en el libro, lo rigurosamente histórico, lo popular y lo romántico.
NH: –Hay ciertos sectores de la sociedad concordiense que resisten el mito y la idea de esta historia.
–¿Por qué?
NH: –Porque consideran que la construcción de ese mito le hace muy mal a la sociedad concordiense. Tienen una visión sesgada de los mitos y creen que hacen daño. Piensan que es una anécdota que no tiene ningún nivel de trascendencia a partir de la cual ha habido una explotación burguesa o cultural acorde con determinados intereses. Nosotros no nos detenemos a discutir sobre esa visión. Lo que queremos es mostrar la figura de Saint-Exupéry como un gran humanista y no sólo como un piloto y escritor. A los mitos no hay que tenerles miedo si tienen de fondo una dimensión ética. Me parece que, de alguna manera, nosotros empezamos a convertirnos en guardianes de que ese mito discurra de una manera responsable.
–Tanto el mito como el contramito son incomprobables.
LV: –Exactamente. En el libro se dice que El Principito puede que haya sido inspirado en Concordia, en el desierto del Sahara, en Nueva York, en el palacio francés donde el autor pasó su infancia. Es probable que haya sido inspirado en todo eso. En qué se inspira un escritor es un misterio. Pero bien puede haberse basado en el castillo San Carlos y en las chicas que vivían allí. Nosotros queremos dejar la historia abierta porque si bien no hay elementos probatorios contundentes, hay coincidencias en su obra que permiten deducir que alguna influencia tuvo su estadía en Concordia.
–¿Qué pautas se fijaron para ordenar el material?
LV: –Teníamos diversas líneas: la parte biográfica de Saint-Exupéry, la importancia de la aviación y de la apertura de una línea aérea para el correo y todo lo referido al castillo. Se lo contamos a Ezequiel y él nos hizo ver que el centro de nuestra historia era el encuentro de Saint-Exupéry con la familia Fuchs y cómo de ese encuentro nació El Principito. Todas las historias reunidas, aunque fascinantes, tenían que estar al servicio de ese encuentro.
NH: –A eso se sumó la estructura narrativa de la película que tiene puntas de icebergs para profundizar. Si bien es audiovisual, también sostiene a los personajes que continúan desarrollándose en el libro. El palacio francés y el castillo San Carlos funcionan como espejo y son un poco el alma de la película y del libro porque permiten entender qué le pudo haber pasado a Saint-Exupéry cuando llegó a Concordia. No se comprendería bien sin ahondar en su infancia y en la casa de su infancia. Lo mismo sucede con sus hermanas, que se replican un poco en las hermanas Fuchs. Eso nos dio libertad, porque sabíamos que si nos íbamos al carajo, teníamos una estructura a la que volver. Luego está la libertad del tono: la crónica, el ensayo histórico que da ese algo inclasificable que es el libro. Aunque es no ficción, tiene aristas de la ficción novelada.
–¿Hay algo concreto acerca de la posible relación de Saint-Exupéry con las hermanas Fuchs?
NH: –No, lo que hay es algo del orden de lo mítico. Lo más concreto es una entrevista que hace Didier Daurat, el jefe de la Compañía Aeropostal Francesa en un documental del año ’64 en el que aparecen las dos hermanas. No sé si hubo una entrevista particular con Edda, pero me parece que de una manera elegante, inteligente y perspicaz ella contribuye a instalar el mito, no de un romance, pero sí de un juego de seducción. Creo que eso quedó como una marca en ambas. «