“Viernes, 17 de diciembre (de 1976). Cuento a Borges que en el Times Literary Supplement aparece un dibujo del Negro Raúl, héroe de la historieta de Lanteri, al que se presenta como ‘victim of discrimination’, no como el popular mendigo de Buenos Aires que conocí en mi niñez. Tal vez solo fuera popular en el Barrio Norte, pues me parece que componía el papel de una suerte de bufón de los chicos de la clase alta. A Borges le dijeron que era pendenciero con vigilantes.”
El párrafo anterior pertenece al Borges, monumental volumen en el que Bioy Casares retrata a su amigo, el más grande escritor argentino, a través fragmentos recopilados de sus propios diarios personales. En el texto se habla del Negro Raúl, al que se menciona como protagonista de una historieta escrita y dibujada por Arturo Lanteri, Las aventuras del Negro Raúl, publicada de forma periódica por la revista El Hogar en 1916. Sin embargo, Raúl, el negro, fue un personaje real muy popular en Buenos Aires durante la década del Centenario (1910-1920).
De forma nada inesperada, su figura ha sido eliminada del imaginario sobre el que se construyó la Argentina del siglo XX, como casi todo lo vinculado a la presencia de las personas negras y su cultura. La historieta de Lanteri debe ser considerada, entonces, como un verdadero documento. Como tal también debe entenderse el trabajo de rescate, restauración y reedición realizado por la Biblioteca Nacional, que acaba de publicar Las aventuras del Negro Raúl como primer tomo de la colección Papel de Kiosco, que se dedicará a la reconstrucción histórica de las narrativas gráficas argentinas.
Esta nueva edición resulta extraordinaria por su carácter de rescate cultural, poniendo en valor a la que es considerada la primera historieta argentina, mérito que se le otorga atendiendo a dos elementos que la certifican como tal. El de haber sido la primera serie publicada en nuestro país creada por un autor local –lo que convierte a Lanteri en el virtual padre de la historieta argentina—, como así también el hecho de ser la primera de su tipo en la que el protagonista, la ambientación, los argumentos y el tratamiento formal son estrictamente vernáculos.
Para confirmar esa intención documental, el volumen editado por la Biblioteca Nacional acompaña todos los episodios publicados en El Hogar con una serie de textos que, muy oportunamente, contextualizan la obra en cuestión, confiriéndole el valor de un doble rescate. Por un lado, el del autor, a partir de un artículo firmado por José María Gutiérrez que ofrece la primera biografía formal de Lanteri, reivindicando la importancia de su labor y obra dentro de la historieta argentina. Por el otro, un ensayo de la investigadora Paulina Alberto acerca de Raúl Grigera, el extraño personaje real en el que se inspiró Lanteri para crear su historieta, entendiendo su figura como emergente y paradigma de lo que representaba ser negro en la Argentina del Centenario.
En ese sentido, las tiras de Lanteri, leídas desde el presente, pueden causar asombro, pena e incluso vergüenza por las características de las “aventuras” que el protagonista debe atravesar. Pero difícilmente causen gracia. En sus cuadritos, el Raúl de la ficción se parece mucho al que recuerda Bioy Casares. Un muchacho negro que se presenta a sí mismo como un hombre de la alta sociedad, vestido de etiqueta, con galera, bastón y guantes blancos, pero que en realidad es el blanco de las burlas de los “nenes bien” de Buenos Aires. Como aquel episodio en el que Raúl pasea su desgarbada elegancia por el centro de la ciudad durante las celebraciones del carnaval, convertido en el objeto de las bromas pesadas de todos aquellos con los que se cruza en su camino. Incluyendo chicos, perros y hasta policías.
En ese sentido, las viñetas de Lanteri, con sus textos escritos en verso, están cargadas de cierta crueldad que es fácil emparentar con los limericks del británico Edward Lear o con algunas viñetas del Struwwelpeter, el tradicional cuento infantil alemán escrito por Heinrich Hoffmann. Solo que el origen real del protagonista le confiere a la obra un halo triste que no tenía en su origen. Y es que, lejos de toda gracia, Raúl Grigera acabó internado en el hospital psiquiátrico de Open Door, donde murió olvidado en 1955. Esta es una buena oportunidad para conocer su historia, que también es la del país.