Delta del Paraná. Así es llamado en la cartografía oficial. Pero sus habitantes le dicen, de forma más sencilla, la isla. Esa exuberante “masa de verdura” que Sarmiento exploró en el siglo XIX. Región nacida salvaje e inocente, feroz y libre. Remanso de disidencias, refugio de desertores del sistema y, por supuesto, abrigo de artistas. El delta literario de Lugones, Sastre, Walsh y Conti. Un “paraíso” soñado –devenido en pesadilla infernal por el boom turístico–, a sólo una hora de tren desde la estación Retiro.
El escritor y periodista Osvaldo Baigorria escuchó poco después del crac de 2001 el “llamado de la isla” –con ecos, pero no confundir con el del camino-. El llamado a aislarse. “Vine a dejar las letras y a dejar la ciudad y a buscar a la virgen del aire, como drogado por el poema de Juan L. Ortiz. Vine a buscar la paz en las fauces de la fiera, en el espejo de agua calma, como si quisiera recuperar mi imagen perdida, la otra humanidad. Como en fuga de la confusión y la actividad tóxica. Pero la toxicidad me alcanzó, de lleno”, sincera Baigorria en “Estrés de pez”, la crónica que da título a su nuevo libro, una compilación de piezas de no ficción y artículos periodísticos publicada por la cordobesa Borde Perdido Editora. Piezas que escribió para medios como La Mano, Viva y Carapachay durante sus años isleños. Y que reescribió en su eterno retorno al continente.
En la contratapa del volumen, Marie M. Miy advierte que el Tigre que explora Baigorria deja de ser un espacio ajeno, difuso, extraño, para convertirse en isla con cuerpo y, sobre todo, repleta de muchas historias: “Esa montaña de verde –de verduras a la lejanía- se convierte en universo paralelo, donde detrás del desencanto se respira, de todas formas magia. La contaminación que se inhala es entrecortada, de a tramos, de forma similar a los peces que intentan sobrevivir a la falta de oxígeno generada por la acumulación de mierda y de lo trash-contaminante, aunque también puede tornarse el lugar más encantado de tus sueños.”
Un poco alejadas del vampirismo del reportero apremiado por el cierre de edición, las crónicas de Baigorria exploran otros senderos, que se bifurcan y trifurcan entre los ríos y el barro del Delta profundo. Memorias barrosas, manual de supervivencia, ensayo ecologista y delicado catálogo isleño, Estrés de pez es difícil de clasificar, y por eso se hermana con otras obras del autor de Sobre Sánchez y Postales de la contracultura.
Historias de peces muertos, de contaminación por glifosato y del mal del sauce. Pero también de señoras que dejaron atrás la urbe mezquina y sostienen a pulmón una generosa biblioteca fluvial. Las andanzas y desandanzas del Frente de Liberación Isleño o Frente Isleño de Liberación. Las voces de la inglesada colonizadora y de la avanzada paraguaya. El recuerdo del Luis “El Tata” Leonardi, militante peronista por elección, isleño por adopción, y paciente maestro zen de los mil y un saberes que hay que dominar en las islas: el arte de la poda a machetazos, el cálculo de la altura de las crecidas, la pesca paciente del bagre y la lectura de las mareas.
Al cierre de la crónica “La marcha del Tigre”, Baigorria reflexiona: “es dura la vida en la isla. Es sucia, precaria, aunque también digna. Se necesita valor para adoptarla. Y para aceptarla, cooperar con su poder oculto. Un poder misterioso como el fondo del agua, que jamás termina de mostrarse. A veces pienso que habría que aprender a respetar ese misterio. Como una especie en peligro de extinción. Como una zona salvaje que está ahí solo para ser contemplada a la distancia.” Desde esta porción del continente gris.