El 24° Festival Internacional de Poesía de Rosario, que se desarrolló entre el 19 y el 25 de septiembre, volvió a poner de manifiesto su importancia. Entre otras cosas, fue una oportunidad para homenajear al poeta Aldo Oliva y presentar la segunda edición de sus Obras Completas, preparada por Roberto García con el apoyo de la Editorial Municipal de Rosario. En ese cúmulo de apuestas estéticas, un festival de poesía puede ser visto como un arco en tensión que va desde un extremo a otro: desde el rescate de la obra de Oliva hasta la poética experimental de María Salgado (España). ¿Cómo combinar esas propuestas? ¿Cuál elegir?
Apelando a esa diversidad, ya desde hace algunos años el Festival de Rosario se perfila como uno de los más importantes a nivel continental; una política pública sostenida en el tiempo que año tras año busca instalar a la poesía en el centro de la vida de la ciudad.
Una de los atractivos de esta edición fue el taller de edición de libros electrónicos dictado por Sebastián Morfes. Es una de las tantas apuestas del Festival: las nuevas formas de publicación digital son también una forma de hacer accesible la circulación de textos poéticos; experiencia que Morfes viene poniendo en práctica desde hace cinco años con la editorial Determinado rumor: La idea del taller fue invitar a que los participantes muestren cómo hacen sus libros digitales. Mi tarea fue mostrar cómo hacía los míos tratando de orientar a los asistentes, y de promover además una relación crítica con el lenguaje. La experiencia fue buenísima: apareció mucha gente con ganas de editar, y de pensar en cómo distribuir poesía.
Después del taller, los días más ajetreados del encuentro tuvieron lugar entre el jueves y el sábado, cuando poetas de diferentes países como Alemania (Monika Rinck), Italia (Biancamaria Frabotta), Bolivia (Pamela Romano), China (Shu Chong), o Brasil (Carlito Azevedo) llegaron para encontrarse con sus pares argentinos. Ese encuentro constituyó en sí mismo un pequeño acontecimiento en la vida del festival; muchos autores que se conocían a la distancia, por medio de lecturas o a través de las redes sociales, se encuentran por primera vez para seguir intercambiando intereses y experiencias.
Hacia la medianoche el recital de poesía se traslada a un bar del centro, donde asistentes y curiosos se amuchan en torno a las mesas para escuchar a los autores invitados. Las charlas se dan entre lectura y lectura, o frente a las mesas de libros donde las editoriales independientes ponen sus catálogos al alcance del público.
Hubo también oportunidades para el debate. En la mesa Panoramas nacionales de poesías poetas jóvenes de España, Puerto Rico, y Chile charlaron sobre el estado del gusto poético en sus países de origen. Llamativamente, cada una de estas intervenciones subrayó la importancia de las apuestas experimentales en el trabajo con el lenguaje. Enrique Winter habló del peso aún actual de la obra de Nicanor Parra dentro de Chile, y Mara Pastor se refirió a otros autores menos conocidos en nuestro país como Josérramón Melendez, cuya obra sistematiza un lenguaje en el que se eliminan todas las letras que no se utilizan en el español portorriqueño.
Según Pastor, esa experiencia apuntó a una reorganización de la sensibilidad al nivel de la propia lengua y se convirtió en un hito dentro de la poesía portorriqueña. María Salgado se refirió por su lado al deseo de claridad presente en la poesía española actual, que esconde también el peligro de la transparencia: reducir un texto a la ilusión de la inmediatez o de un supuesto código natural. Ese deseo convive a la vez con un deseo de lengua, en la medida en que la lengua que heredas no funciona para contar el presente y entonces te la tienes que inventar con lo que hay, cada uno con distintas partes. Las lecturas de Salgado del día sábado fueron uno de los puntos altos en el cierre del festival: escuchar sus textos demostró que, pese a lo que suele suceder, lo performático puede estar al servicio de la invención poética sin reducirla por ello a una mera puesta en escena.
La idea de una mesa sobre las escenas locales responde a un interés general del Festival, tendiente a subsanar en alguna medida la información dispersa o desactualizada sobre aquello que sucede en las literaturas hispanohablantes. Es un problema de difusión del que también son responsables las grandes editoriales. Como señala Gustavo López, de la editorial Vox de Bahía Blanca, en los catálogos de las multinacionales la poesía contemporánea latinoamericana tiene un lugar ínfimo. No dan cuenta de la gran vitalidad que tiene el campo de la poesía argentina: ni de sus autores, ni tampoco de la diversidad de poéticas, de géneros, u operaciones. En cambio, en las editoriales chicas tenés la agilidad para acomodar el trabajo a las necesidades productivas del campo. La dinámica literaria siempre va más adelante que la industria porque las grandes editoriales están analizando otros aspectos como el mercado, los costos, y muchas otras cosas más. Para López también hay una completa empatía entre el planteo del Festival y las pequeñas editoriales: desde ambos lados convergen distintas modalidades y prácticas, un compendio de voces y propuestas que le da mucha potencia a la escena poética.
A lo largo del encuentro, sellos como Vox, 27 Pulqui, Neutrinos, Danke, entre muchos otros, mantuvieron una presencia activa en paralelo a las lecturas; de hecho, muchos de los libros de los poetas invitados son publicados por estas editoriales. Podría hablarse de una interacción virtuosa entre lo independiente o lo estatal, o como cuenta la poeta Tálata Rodríguez (Colombia): es muy importante que entren en diálogo personas y universos tan diferentes. Para mi es una oportunidad de conocer otros autores contemporáneos, gente del mismo país y otros autores latinoamericanos también, y eso siempre permite un crecimiento singular.
En definitiva; poner en contacto las distintas literaturas hispanohablantes puede ser una política pública, y por qué no también la tarea de un festival de poesía: otra forma de «reorganizar la sensibilidad».