Patria es el título de la última y premiada novela de Fernando Aramburu, una historia coral que repasa los intrincados lazos que dan forma a la comunidad vasca, atravesada por la lucha armada del grupo separatista ETA, y da voz desde la ficción a víctimas, victimarios, deudos y herederos mientras entreteje el crudo contexto que alberga esas tensiones.
La obra fue publicada en septiembre de 2016 en España, a cinco años del cese definitivo de la actividad armada de ETA (Euskadi ta Askatasuna, según sus siglas en vasco: «Patria Vasca y Libertad»), y generó un interés inesperado: vendió 150 mil ejemplares, un 20 por ciento en Euskadi, y va por la edición número 12.
Galardonada con el premio Francisco Umbral al libro del año, la novela fue considerada por el jurado del galardón como una «gran epopeya del terrorismo», y «un sólido testimonio literario que perdurará como crónica de gran valor histórico para entender el siglo XX de España y Euskadi».
Patria es una novela de 642 páginas que componen 125 breves capítulos donde Aramburu narra las vidas de dos familias, o la amistad de dos mujeres, cada una guía de su clan, que empatizan y se alejan al ritmo de los avatares que les tocan vivir: una es viuda de un muerto por la ETA, la otra es madre de un joven condenado por crímenes de sangre en esa organización.
Si bien ETA no se disolvió ni entregó armas, el 20 de octubre de 2011 puso fin a 43 años de lucha armada por la creación de un País Vasco independiente de España y Francia, conflicto en el que murieron unas 850 personas.
-¿Dónde tienen su anclaje los personajes de Patria?
– Los personajes de Patria me los inventé. Así de claro. Ahora bien, no se me habrían ocurrido sin la historia sangrienta que los precedió en la realidad.
-¿Por qué usó solo nombres de pila y un pueblo anónimo en la novela?
– Se debió a razones técnicas. La historia de los crímenes de ETA está bien documentada. Se conocen los nombres de las víctimas mortales y las circunstancias en que fueron asesinadas. Yo tenía que reservar un espacio para la ficción si no quería correr el riesgo de que las hemerotecas y los estudios historiográficos desmintiesen mi novela. Lo mismo ocurre con el lugar principal de los hechos. Si no lo nombro, tengo las manos más libres en la invención novelesca.
– ¿Cómo hizo para crear personajes femeninos tan fuertes?
– Esos personajes femeninos de carácter fuerte son frecuentes en la sociedad vasca. Hay quienes hablan incluso de matriarcado. Hago recuento de mujeres de mi parentela y del barrio de San Sebastián en que me crié, y le aseguro que no tendría dificultad para confeccionar una lista de diez o quince mujeres de armas tomar.
– ¿Cuánto hubo de ejercicio por entender la propia historia en esta novela? ¿Cuánto de urgencia, de vocación testimonial?
– De vocación testimonial, bastante. De urgencia, nada. Escribí sin prisas, con plena libertad; sometí la novela a un minucioso proceso de revisión y la publiqué con el visto bueno de dos especialistas en la historia reciente del País Vasco.
-¿Qué es Patria para usted?
-: No uso el término «patria» en sus connotaciones cuarteleras. Se trata de la patria vasca, que es tanto un concepto geográfico como sentimental y político. Es, sí, el lugar de los afectos, pero también el pretexto de que se valieron algunos para tratar de imponer mediante la violencia una utopía. No hay ningún personaje de mi novela que no se mueva dentro de esas coordenadas. La pertenencia al grupo es una necesidad elemental de algunas especies, entre ellas la humana. No veo nada malo en el hecho de que un ciudadano se alegre por las medallas obtenidas por sus compatriotas en los juegos olímpicos o se sienta complacido y hasta orgulloso de los paisajes de su tierra natal. El problema empieza cuando se sacraliza el espacio de los afectos y se considera que está reservado a los genuinos, a los puros, y que al resto hay que expulsarlo o eliminarlo.
– ¿Puede escapar la idea de patria a un significado que a la vez cohesiona y divide?
– Una mirada al mapamundi nos servirá para responder a esta pregunta. No es lo mismo albergar hoy día sentimientos patrióticos en Siria, Venezuela, Suiza o Dinamarca. Claro que uno, en la hora del nacimiento, no puede escoger y es innegable que se puede tener buena o mala suerte con el lugar, la época y las circunstancias históricas que le hayan correspondido.
–¿A qué responde la brevedad de cada capítulo?
- Mis pretensiones fueron más bien modestas. La brevedad de los capítulos fue el resultado de una decisión arbitraria. La puse en práctica, hice unas probaturas iniciales y me pareció que el formato favorecía la fluencia del relato.
-La novela fue definida como un testimonio literario de la España vasca del siglo XX ¿Lo cree así?
– Me conformaría con haber aportado un buen libro o, en todo caso, un libro que se deja leer con agrado y que acaso invite a la reflexión. Sobre su posible significado histórico o social no voy a desperdiciar ni media palabra. Los lectores, no el escritor, son quienes tienen la competencia exclusiva en este asunto.
– ¿Cómo describiría el vínculo verdad-reconciliación y el balance entre memoria y olvido en la comunidad vasca?
– Se trata, en mi opinión, de cuestiones muy delicadas que por fuerza han de tratarse con tacto, ya que son muy grandes las posibilidades de blanquear el pasado de los agresores y agrandar la herida de las víctimas. Sólo tengo claro el primer paso, relativo al cese definitivo de la violencia. ¿A qué precio? El dilema es tremendo. Por un lado, deseamos que se haga justicia; por otro, no queremos que nuestros hijos se vean expuestos al asesinato, la extorsión, la amenaza constante. Mi apuesta personal, en todo caso, es por la verdad. Creo necesario construir el relato verídico de lo ocurrido, tarea colectiva cuya importancia no me cansaré nunca de ponderar.
– ¿Qué significa ser vasco para usted?
– Yo soy un vasco tranquilo, poco propenso a las pulsiones colectivas. Llevo mi vasquidad como llevo mis rasgos faciales o mi estatura, sin dar gritos por la calle, sin orgullo ni vergüenza. Es lo que soy y punto.