¿En qué momento los hechos y acontecimientos de lo real se convierten en una herramienta vital para comprender y percibir la evolución de la Historia?
Este es un cuestionamiento sobre el transcurso del tiempo, sobre la trascendencia de los acontecimientos y sobre el ejercicio necesario de la memoria. Pero también tiene su implicancia en el territorio (pongamos por caso: Argentina) y en el devenir social. Es decir, implica pensar lo que sucedió pero también dónde, cómo y, quizás, por qué ocurrió.
En muchos textos, entonces, el mayor problema de lo literario en tanto relato de intervención púbica no sería tanto aquello que se cuenta, sino el posicionamiento desde el cual se narra. Con el campo de visión despejado o borroso o, también, caótico, lo que importa en definitiva son las elecciones de corte y resquicio por donde entrarle a la historia y desarrollarla.
En cualquier caso, y cualquiera sea la respuesta, lo cierto es que la literatura siempre se encarga de inmiscuirse desde un costado lateral sobre los discursos sociales.
Dice el escritor Martín Kohan: “se interroga a la historia pero las preguntas siempre son en estado de presente, son en este tiempo. En la ficción política el tema tiene un peso mayor en la expectativa de lectura, entonces razón de más para resolver cómo narrar.”
Confesión (Anagrama) es el título de la última novela de Kohan. En ella, aparece la figura de Jorge Rafael Videla. Su abordaje se realiza desde tres instancias diferentes: como objeto de deseo de una adolescente que lo observa mientras él estudia en la escuela militar (el capítulo «Mercedes»), como crónica sobre un atentado fallido para matarlo en 1977 (el capítulo «Aeroparque») y en un partido de truco entre una abuela y su nieto mientras ella recuerda los hechos anteriores (el capítulo final: «Plaza mayor»). Son tres cortes para ingresar de un modo muy elusivo a una figura de peso en la historia argentina reciente.
El logro de la novela consiste en no dejar que Videla se coma la novela, sino crear estrategias de ficción para ver el modo en el que se funden lo literario y lo histórico.
Explica Kohan: “En algún punto lo que había para narrar eran los efectos sobre el cuerpo de quien mira. Se trataba de hablar de esa mirada y de cuáles son sus repercusiones, porque si me dejaba tomar por el objeto e iba directamente a Videla, eso me hubiera llevado a una literatura referencial o realista o testimonial que es algo de lo que tomo distancia.”
El desafortunado (Seix Barral) de Ariel Magnus tiene mucho que ver con esta vinculación entre historia y literatura.
El texto retrata los años de Otto Adolf Eichmann en Argentina, donde tenía un nickname para ocultar su verdadera identidad: Ricardo Klement. Mediante flashbacks muy sutiles y bien distribuidos como piezas que suman al suspenso y el misterio por más que sabemos el final desde antes de abrir el libro, es posible conocer todo el recorrido y el imaginario del genocida.
En un momento del texto se pregunta Magnus: “¿Quién me mandó meterme aquí?” Es un buen cuestionamiento pensando en que el autor es judío y la escritura de este libro puso en riesgo la relación con su padre: “Me amenazó con que si decía algo bueno de Eichmann en mi libro, una sola cosa positiva, no me dirigiría nunca más la palabra.”
Cuenta Magnus desde Alemania: “No sé si hablaría de necesidades a la hora de escribir este libro, pero sí de desafíos que fueron surgiendo. El primero y principal fue descubrir que había muchos libros sobre el tema, pero ninguna novela, no una historia novelada o un ensayo con algunos diálogos inventados, sino una novela basada en hechos (y en teorías) reales, pero de punta a punta en clave de ficción. Por eso el libro explora la intimidad de Eichmann hasta el extremo. En cuanto al personaje en sí, no puedo decir que haya sido uno más, porque nunca me aboqué a uno tan horrible y para colmo, real. De ahí también, por ejemplo, la necesidad de que hablara en un castellano no argentino, como para que no contaminara también eso. La sensación cuando iba terminando era que debía limpiarme de él. Por eso el epílogo, en el que explico de dónde surgió la idea del libro, aunque también esa parte es ficción basada en hechos reales.”
Trabajar en este texto no fue una tarea rápida. Magnus pasó meses leyendo lo que escribió el propio Eichmann y lo que se escribió sobre él, a fin de lograr «entrar» en su cabeza: “Fue un proceso horroroso. Son lecturas que, salvo excepciones, no le desearía a nadie. Pero una vez que entré, sí, el tono ya estaba ahí y todo empezó a fluir con la mayor naturalidad, cosa que también me causó algún espanto. Encontrar enseguida el tono y adoptar con total naturalidad el punto de vista de un personaje tan despreciable como Eichmann da qué pensar. Prefiero adscribírselo a cierta profesionalidad, aunque eso vuelve a sonar bastante espantoso para alguien que sigue creyendo que escribir es algo que se hace por placer. La mayor parte de los hechos ocurrieron muy cerca de la casa en la que me crié, y fue en Argentina donde Eichmann mostró su verdadero rostro, al ser entrevistado por el agitador nazi Wim Sassen (el padre de la reconocida socióloga Saskia Sassen, aunque cueste creerlo). Ese rostro fue diferente del que luego se pudo ver en Jerusalén. Fue en el círculo de temibles nazis que se formó en nuestro país después de la guerra que Eichmann encontró el marco adecuado para hablar de sus crímenes con la franqueza con que no lo había hecho nunca, ni siquiera en sus escritos. Sin su estadía en Argentina es imposible entenderlo, ni entender tampoco por qué finalmente cayó”.
Las capas de sentido
“La narración está en la falla”, dice Martín Kohan. Es en este sentido en el que la literatura y la historia pueden dialogar como discursos que pueden modificar concepciones sobre hechos y realidades ya cristalizadas. “Lo literario está en ver y relatar cómo se produce la falla”, explica. Y amplía el concepto: “Hay nombres con una pregnancia tan fuerte, en el caso de mi novela el de Jorge Rafael Videla, que para que se produzca la literatura, o por lo menos la literatura que a mí me interesa, lo que hay que lograr es que no quede subsumida ni a la dimensión histórica (por más que trabe relación con la Historia) ni a la dimensión política (aunque trabe relación con la política). A lo que voy: el desafío es que ni el pasado ni la política ni la Historia se traguen a la literatura. Porque a mí lo que me gusta es la literatura. Pero no solo por eso, que es lo de menos, sino porque, además, es la posibilidad de que la literatura haga algo distinto con esos materiales. La ficción siempre tiene que ganar su espacio. Repito: el objeto era Videla pero lo que cuento es esa mirada que lo observa, con todo lo que eso implica. Digo: no es cualquier mirada. El objetivo era que esa mirada constituyera un Videla dentro de la literatura. Para mí no hay escritura sin forma.”
En su anterior novela, El que mueve las piezas (Tusquets), Magnus ya utilizaba el discurso histórico, pero El desafortunado “es un tipo de narración muy diferente, casi exenta de juegos metaliterarios, por nombrar una de las diferencias fundamentales. Además -afirma-, nunca antes me metí con un tema así de serio, casi diría peligroso, ni logré mantener mi tendencia al humor y la ironía tan cortita”.
Entonces, ¿qué relación ve entre historia y literatura? “Mi libro -responde- intenta reivindicar la ficción como ese ámbito que logra acercarnos a un personaje histórico, a eso a lo que los otros géneros no suelen poder acceder, que es su intimidad. En este caso, y a falta de otras fuentes, es la única forma que nos queda de reconstruir esa parte de la historia. El desafío era demostrar que las armas de la verosimilitud y de la empatía pueden generar conocimientos históricos igual de valiosos que los de un ensayo o una biografía. Claro que nada que figure en una novela deja de ser una mera hipótesis, pero ¿cuántas cosas son más que eso en las biografías o en los estudios académicos? Al atenerse a los hechos documentados y a la forma documentada de pensar del protagonista, se crea una imagen lo más parecida posible a la realidad. No olvidemos que hasta hace no tanto la sociología era cosa de la literatura.”
Esta erótica entre historia y literatura también puede pensarse como la posibilidad de crear un texto nuevo sobre un relato ya extendido y solidificado. Este texto nuevo siempre encuentra las hendiduras por donde mirar lo que ya todos saben (ya se trate de Videla o de Eichmann).
Es, entonces, el posicionamiento –la ubicación estratégica porque quien escribe también es alguien con estrategias- lo que va a determinar la suerte de lo literario en relación a la historia.
“Me parece un signo preocupante de los tiempos, dice Kohan, que se haya llevado el término “relato” a la condición de mentira y se lo use como su equivalente. Y en ese sentido también se puede llegar a pensar que el acceso a la verdad no pasa por una narración, como si los números o los datos hablaran solos y no fuera necesaria una articulación. Hay que recuperar la premisa de que narrar es dar sentido, es interpretar. ¿Cómo podríamos considerar los hechos si no es dándoles un sentido? Pensar la verdad por afuera de la narración es un error en el planteo que tiene consecuencias políticas. Cuando la literatura ingresa implica jugar con planos de relatos distintos: al interior o afuera del texto. Por eso la tensión es pensar la narración literaria en relación con otras narraciones.”
Valentía y discurso
En Wërra (Anagrama), el escritor Federico Jeanmaire escribe: “La guerra es un invento humano. Uno de nuestros inventos más antiguos y persistentes. Y de uso exclusivo, además. Desconocido para el resto de los seres que habitan el planeta, quiero decir.” Y sobre el final es más determinante: “La guerra es una porquería. Una mierda.” El origen es este: alguien toma un café y lee que Francia, país donde se encuentra, entró en guerra con Siria. Eso lo lleva a recordar la Operación Chariot en la Segunda Guerra Mundial. Lo que sigue es una indagación del narrador para tratar de comprender la naturaleza y ontología de la guerra. Pensar en Wërra también es ver otra de las vertientes en las que se recorre esta vinculación entre historia y literatura y lo que pueden lograr en uno y otro sentido. Acá, Jeanmaire avanza como un observador de un fenómeno histórico y actual (ahora tiene lugar el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno Karabaj). Y se apropia de otros discursos (el ensayo, los datos, entre otros) para crear literatura e imaginar lo que está detrás de hechos ya relatados.
Dice Magnus sobre su texto algo que va e este sentido: “No digo que una novela reemplace un compendio histórico pero sí que lo complementa con todo derecho”. Es cierto.