¿Cómo se hace para contar Afganistán después de la guerra? En el centro de Kandahar, el ruido de los autos se mezcla con el ajetreo de la gente, que viene y va. Sobre la vereda, unos oficiales intentan controlar el tránsito. Todo ‘normal’, nada extraordinario. Eso es lo que vino a buscar Rodrigo Abd. Tiene una de esas “cámaras de cajón” que se usaban en el Siglo XX. Para hacer las tomas necesita tiempo, concentración, algo más que un click. Pero la realidad a veces es más veloz.
Esta escena cotidiana en diez minutos se pulverizó: cuando Rodrigo quiso levantar la cabeza, ya tenía a más de cien personas alrededor, mirándolo. No se trataba, como le pasó otras veces, de un ejercicio de control; la gente sentía curiosidad. Hacía dos años que la comunidad internacional se había ido del lugar. ¿Qué hacía este extranjero en el medio de la calle con un aparato como ese? Algunas personas se le acercaban para tocar la cámara. Los más jóvenes nunca habían visto una de este tipo y los más viejos sentían que estaban viendo algo de otra época. ¿Por qué alguien usaría una cámara del siglo pasado para retratarlos? ¿Era un periodista? ¿Qué hacía ahí si la guerra ya pasó, si la noticia terminó?
Contar Afganistán desde el mundo occidental
“Por lo general, la manera de cubrir Afganistán desde el mundo occidental siempre fue distante. Hubo pocos reporteros que intentaron establecer un vínculo real con los afganos. Más bien, la prensa iba, cubría rápido y se iba. Kandahar, por ejemplo, siempre fue un lugar muy temido por los reporteros. Lo que pasó en esa escena es que llamaba la atención que un periodista se pusiera a fotografiar de esa forma, interactuando con las personas así, desde cerca, buscando cierta intimidad. Ya no se trataba del reportero que observaba desde lejos, con distancia, sino del que se metía con la cámara en el medio del tránsito”, dice Abd a Tiempo.
Rodrigo viajó dos veces a Afganistán. La primera fue en 2006, cuando The Associated Press lo envió a cubrir el conflicto bélico en el país. Ahí aprendió a usar la “cámara cajón”, después de algunas clases con los kamera e foree, los fotógrafos callejeros que usaban este método tradicional. De ellos fue adquiriendo la técnica y, una vez que alcanzó práctica, le compró una de estas cámaras de madera a Nabi, su profesor. Cuando volvió al país, en 2022, decidió que tenía que hacerlo con la misma cámara. Afganistán era otra y él también, pero había un hilo en común que permanecía indivisible. De esos viajes trata La cámara afgana, una exposición en el Centro Cultural Borges que podrá visitarse hasta marzo del año que viene. Curada por Irina Dambrauskas, la muestra presenta una selección de las fotografías que tomó durante los dos viajes con la cámara de cajón.
La cámara Afgana
“En esta exposición se ve, por un lado, el país que yo conocí en el 2006, cuando aprendí a usar la cámara de cajón, una técnica que siempre me pareció muy interesante por la forma directa de retratar. No hay manera de hacer ningún truco fotográfico, es una toma muy directa, concisa, la gente te mira a los ojos, se crea una atmósfera y una conexión muy especial con esa cámara. Ese país era el país de la guerra. Después, cuando viajé la segunda vez el año pasado, es un Afganistán distinto. A dos años de la toma de los talibanes, pacificado pero con enormes conflictos económicos y con un problema muy grave que es el condicionamiento que hay con las mujeres, con todas las prohibiciones que está habiendo, no pueden estudiar en el colegio secundario, difícilmente pueden encontrar trabajos… También la idea era reflejar ese momento de las mujeres y de los trabajadores, pero desde la cotidianeidad, no desde la agenda periodística”, dijo Abd en la inauguración.
En diálogo con Tiempo, el fotógrafo destaca: “Lo interesante de la exposición es que no buscamos ninguna noticia. Más bien, la noticia es la cotidianeidad de los afganos, que han sufrido guerras durante tantos años. En el momento de los conflictos bélicos, eran noticia, pero por las guerras, no tanto por ellos. La exposición muestra que la cuestión no es si hay noticia o no hay noticia, sino contar la vida de un pueblo que sale de décadas de guerras y hoy está atravesando otro momento, otra cotidianeidad”. Hay retratos de hombres y niños trabajando; familias de vacaciones; espacios comunes; el maniquí de una mujer con el rostro cubierto en la vidriera de un local de ropa; tanques norteamericanos desarmados y apilados como chatarra; un retén de talibanes…la lista sigue y toda descripción es insuficiente. Hay que verlas.
¿Cómo hizo Abd para capturar la realidad de todos los días? “La mejor herramienta es la cercanía. Hay que tener alguna idea previa de lo que uno quiere hacer, pero también dejar que las historias y el reporte surjan del contacto con la gente; a partir, por ejemplo, de caminar por la calle con un mamotreto como es la cámara de cajón. Buscar situaciones, frenar, establecer diálogos. En realidad, la cámara de cajón es una excusa para todo lo otro, es una excusa para estar con gente, para quedarse en un retén de los talibanes y estar una o dos horas hablando con ellos mientras armas la cámara. Tiene que ver con bajar los decibeles del reporte, hacerlo más lento, con otros tiempos que te permitan correr menos y estar más concentrado en lo que está pasando frente a vos. La cámara de cajón me ayudó a eso”, dice Abd.
Además de La cámara afgana, en el Centro Cultural Borges actualmente está en exposición la muestra de ARGRA, en donde se puede ver una selección de las fotografías que hizo Rodrigo Abd durante su cobertura de la guerra de Ucrania. Por este trabajo, Abd ganó por segunda vez el Premio Pulitzer en 2023.
Diez años antes, ya había recibido el galardón por la cobertura de la guerra civil en Siria, junto con un equipo de fotógrafos de AP. Estos dos premios se suman a una larga lista: obtuvo el World Press Photo en 2005 y 2013; el prestigioso premio Maria Moors Cabot de Columbia University, por su excelencia en la cobertura en Latinoamérica y el Caribe en 2016; y en 2022 el premio GABO por su cobertura de la guerra en Ucrania.
La exposición La cámara afgana podrá visitarse hasta marzo, de miércoles a domingo de 14 a 20 horas, en la fotogalería del Centro Cultural Borges, Viamonte 525, CABA, con entrada libre y gratuita.