¿Qué es el amor familiar o qué es, simplemente, el amor a secas? Los libros de autoayuda tienen cientos de definiciones tan tajantes como ingenuas y simplistas a esta pregunta. Es que esos libros se basan en la certeza de que “cada pregunta tiene su respuesta”, como dice también un verso de Mario Benedetti con un envidiable optimismo militante. Lamentablemente, la realidad, un concepto de dudosa definición, nos recuerda que no es así, que no solo no es cierto que cada pregunta tenga su respuesta, sino que la mayoría de las preguntas esenciales no la tienen.
Por eso, siempre más interesante que buscar respuestas es plantearse preguntas. Así lo demuestra la novela de Julia Coria, La horda primitiva (Tusquets), que no es precisamente un manual de autoayuda, sino una novela policial. Pero –siempre hay algún pero que impide una definición tajante– es mucho más que eso. Es una novela policial que arrasa con muchas convenciones del género: hay un asesinato, pero no un detective que hace inteligentes deducciones. Tampoco hay una verdad que termina por salir a la luz gracias a lo cual hay también una condena ejemplar.
Es una novela alimentada explícitamente por la literatura porque quienes comienzan la investigación son dos ancianas amigas lectoras fanáticas de novelas policiales, que no investigan por curiosidad ni por afán de hacer justicia, sino para salvar a cualquier precio la familia numerosa a la que pertenecen una por lazo sanguíneo y otra, por amor incondicional. Ellas, una abuela carnal y la otra, abuela por adopción, conviven con chicos de edades distintas y de diversos matrimonios de Sonia, la hija de una de ellas, una médica obstetra cuyo objetivo es traer al mundo muchos niños, tanto propios como ajenos. Cuando se llega a la verdad, quien la descubre, la oculta.
Por otra parte, quizá sin proponérselo, Coria pone en tela de juicio el concepto de realidad y ficción y muestra que la vida suele ser un absurdo disparate equiparable a los programas de televisión más bizarros.
Tiene, además, una mirada humorística sobre la realidad. De La horda primitiva puede decirse que es una novela hospitalaria que, al mismo tiempo que genera una lectura ávida por conocer el desenlace, dan ganas de quedarse en ella espiando a esa familia numerosa que dos ancianas intentan preservar incluso al precio del ocultamiento.
–¿Cómo surgió la idea de una novela policial como La horda primitiva?
–Leo mucha novela de género policial, pero lo que me pasó en este caso es que más que el género se me presentó el tema. Un día, no recuerdo dónde, porque en esa época viajaba mucho por trabajo, leí una nota sobre un chico que había matado a la novia, había ido con la noticia a la casa y el padre muy rápidamente acordó en enterrarla en la galería de la casa, que estaba en construcción. Eso mismo o similar pasó luego en un caso más resonante, que si no me equivoco es el de Chiara Páez, que estaba embarazada y a quien mató su novio. En ese momento yo trabajaba como socióloga, estaba totalmente en otra, pero todo el tiempo se me presentaba la imagen de la galería y todas las cosas que suceden en ese espacio: un brindis navideño, un cumpleaños, gente que sale con la reposera a leer el diario o a tomar mate. Eran escenas familiares felices, amorosas, festivas.
–¿Siempre la escritura te surge así?
–Sí, a mí la escritura me surge de esa forma, de un tema que me queda repicando, no digo obsesivamente, pero sí con cierta tenacidad. Entonces empecé a alucinar con este diálogo entre lo siniestro y enterrado con lo que está en la superficie, que es de apariencia amorosa y festiva. No me preguntes cómo, pero a partir de eso se me fue armando la idea de escribir algo que funcionara de ese modo, es decir, en base a un hecho muy siniestro sobre el cual se montara toda una estructura amorosa, de felicidad.
–¿Cuál fue la razón por la que elegiste a dos abuelas, una biológica y la otra no?
–A mí me crió mi abuela, de modo que lo amoroso tomó muy rápidamente forma de abuela. Tenía muy vista la dinámica entre ancianas por mis dos abuelas y por mi tía. Así empecé a pensar en La horda… sin saber inicialmente todos los detalles.
–¿Qué elementos tenías entonces a la hora de ponerte a escribir?
–Tenía una familia, tenía un crimen, y distintas cosas pequeñas que fui plantando luego cobraron otra importancia y me vinieron bien para resolver la trama. En eso confío mucho en mi instinto, por eso trato de respetar lo que surge.
–¿Cuándo comenzaste a escribir La horda primitiva?
–La historia transcurre en 2013. En 2015 ya tenía una versión muy primaria, muy básica de la novela. Decidí entonces dedicarme a mi tesis de doctorado. Pero ahí surgió lo que cuento en Todo nos sale bien. Mi marido se enfermó y yo largué absolutamente todo. Recién luego de publicar esa novela retomé La horda primitiva. Pero entonces el mundo ya era otro. Por ejemplo, cuando la escribí no se había dado el NiUnaMenos. Ahí se me presentó un debate entre reescribirla, aggiornarla o dejarla igual. Y finalmente dije no, la fuerza de esta novela es que hace ocho años éramos eso. Por eso no hay alusión al concepto de femicidio. Me pareció muy alucinante mirarme en ese espejo, porque lo que cuento no pasó en el siglo pasado. Hace prácticamente cinco minutos éramos eso que cuento.
–¿Es lo siniestro disfrazado de amor familiar?
–No sé si es disfrazado, si es impostado. Creo que ese amor existe, pero implica también algo oscuro.
–¿Por qué la abuela no tiene un nombre y el resto de los personajes sí lo tiene?
–No lo sé, pero supongo que porque la abuela es una figura arquetípica a la que todos le dicen abuela, señora o “abue”. Justamente, porque la llaman de ese modo no me encontré con ninguna circunstancia en que tuviera que decir el nombre.
–En la novela se nombran muchos autores y autoras policiales. Pero hay una que no existe y es Esther Fink. ¿Por qué?
–Mi abuela era muy lectora de policiales y se llamaba Esther, aunque no era ese su apellido. La inventé porque tenía ganas de hacer ese juego en algún lado.
–Cuando leí la novela pensé que podía ser tomada como una reversión en una clave muy diferente del Quijote porque, al igual que él, la protagonista de tu novela, realmente termina viviendo lo que lee. La abuela y su amiga son grandes lectoras de novelas policiales. La trama se va construyendo también en base a la literatura. Y ahí se desdibuja el límite entre la realidad y la ficción.
–Exactamente hace una semana otra periodista me dijo lo del Quijote. Me lo tomo como un piropazo. Me parece divertido, me gusta. Creo que las novelas policiales tienen para estas dos mujeres dos funciones. Por un lado, les sirven para decodificar lo que va pasando. Ellas conocen o creen conocer la lógica del crimen porque han leído mucho sobre el tema y entienden que pueden interpretar lo que sucede a partir de sus lecturas. Por otro, esas lecturas van sugiriendo sentidos, van traccionando la realidad.
–Podría leerse incluso en clave paródica del género policial pero también del género televisivo a través del personaje de Bea Baigorria, la periodista estrella. ¿Lo pensaste así?
–Inicialmente, cuando la trama todavía no estaba en el papel, no. En ese momento no había pensado en incluir la tele. Lo que me pasó fue que la primera frase que surgió cuando me senté a escribir fue “Nos enteramos por la mismísima Bea Baigorria” y una vez que la tuve, ahí se quedó. Por momentos, la novela es un poco como una sitcom. Las dos mujeres están mucho dentro del departamento y la tele les permite ver el afuera, ver los riesgos, ver hacia dónde van. Mucha gente me pregunta si Bea es Viviana Canosa. Pero al lado de Viviana Canosa, Bea es Sarah Kay (risas). No sé si es una crítica a los medios porque creo que los medios se critican solos. En este momento la tele tiene el límite que impuso la llamada Revolución de las Hijas y el feminismo, pero en el momento en que transcurre la novela no tenía ni siquiera ese límite, era un desborde absoluto. Y ahí llegó Bea. No es que me haya propuesto inicialmente hacerles una crítica a los medios, surgieron de la escritura
–La Horda primitiva no es una novela policial tradicional. No hay un detective o una detective que sean policías.
–Sí, es cierto. Me resulta muy difícil pensar en un policía eficiente y honesto que resuelva un caso en Argentina, aunque quizá los haya. En algún momento apareció la figura del fiscal Pedreira Negroni, que para mí es el que hacía contrapeso con toda la ineficiencia, la oscuridad y el oportunismo. Por supuesto, no puede dar vuelta la situación, pero desde el principio supe que no iba a investigar la policía, que la cosa iba a pasar por otro lado.
–Es una novela que engancha enseguida, incluso a quienes no somos lectores de policiales. ¿Cuál creés que es el secreto?
–Creo que es porque terminás queriendo a los personajes y entonces no te da lo mismo lo que les pasa. El año pasado, en una charla con el escritor chileno Alejandro Zambra, le pregunté por el narrador de su libro Poeta chileno, que es un narrador en tercera persona, mientras que en mi novela utilizo la primera y eso es una diferencia. Él me dijo que había construido una figura de narrador anfitrión que te va acomodando el almohadón, te va sirviendo una copita. Creo que algo de eso hay en La horda primitiva. Hay un crimen y te preparo pastel de pollo con el postre que quieras y eso creo que es algo que invita a quedarse. Es mucha la gente que me dice que no lee policiales y que, sin embargo, se enganchó enseguida con la novela. Creo que es porque pasa algo de esto.
–Sí, cuando la abuela se prepara algo para comer y lo lleva al living para mirar televisión, a pesar de que se sabe que lo que puede ver es horrible, la escena tiene algo de ese disfrute del día feriado cuando uno está en su casa. La comida tiene un rol importante en La horda...
–Sí, es increíble, pero todos los días me llegan fotos de gente que se hace torta pascualina con una zanahoria rallada con limón. La primera vez que recibí una foto de esas no entendía de qué se trataba, pero luego comprendí que las fotos estaban relacionadas con la comida en la novela. «
Escribir una novela policial
–Siempre pensé que las novelas policiales debían tener un plan previo muy estricto porque es necesario llegar a un determinado final. Pero vos no la escribiste de esa forma. ¿Cómo llegaste a la develación del crimen?
–A lo mejor, las novelas de Pierre Lemaitre o Henning Mankell sí tienen un plan previo. Pero yo soy yo en todos los aspectos de la vida. No podría armar un plan a priori e intentar respetarlo. Ahora estoy escribiendo la segunda parte de La horda primitiva. En general, conozco las escenas finales. Por ejemplo, la escena de Chile la sabía, aunque antes de escribirla era distinta. Hay algo del final que sé a priori, lo mismo que aquello que se desea mantener oculto. Pero lo que sé son trazos muy gruesos. Los finos los voy armando mientras voy conociendo a los personajes, dejo lugar para lo inesperado. Liliana Heker dice algo muy lindo sobre esto cuando cuenta cómo escribió La fiesta ajena. Cuenta cómo pensó la fiesta, los personajes, etc. Pero empezó la fiesta y ahí “apareció la nena del moño” que no estaba prevista. A mí muchas veces me pasa eso. No sé si es pensamiento mágico, pero por ahí pongo algo inesperado y funciona como si de algún modo lo supiera previamente. Claro que me entero de que lo sabía después de escribirlo.
MINIBIO
Julia Coria nació en Adrogué en 1972. Es socióloga. Dice que se formó como escritora en la casa de su infancia, donde su abuela le leía historias, en los talleres de Diego Pazcowski y con el grupo Fuego Amigo. Publicó las novelas Todo nos sale bien (2019) y Permiso para quererte (2003, 2021). Fue finalista del Premio Clarín en 2009. Dicta talleres de escritura creativa y académica para adolescentes y adultos. Coordina clubes y ciclos de lectura en el Centro Cultural de España en Buenos Aires y colabora con la revista Obladá.