Dicen que no se es de ningún país sino del país de la infancia. El libro que acaba de publicar Juano Villafañe, El corte argentino (Ediciones de Danza), lo confirma. Hijo de un titiritero y poeta que inauguró la tradición titiritera en la Argentina y de una artista plástica que transitó también por la poesía, el teatro y los títeres, frecuentó durante su infancia a figuras como Pablo Neruda, María Elena Walsh, Emilio Pettoruti, Enrique Molina, Violeta Parra, Ariel Bufano, Leda Valladares, Miguel Ángel Asturias, Mario Jorge de Lellis entre muchos otras.

En la tapa del libro aparece el propio autor de chico, levantando un títere y asomándolo por la boca del retablo. Esta es una escena que corresponde a la educación que recibió en su casa y que él llama “renacentista” en la medida en que abarcaba todas las manifestaciones del arte.

El bautismo de Neruda para que fuera poeta, se cumplió y El corte argentino es una muestra más de ese bautismo que se convirtió en destino. Por él desfilan su casa, los padres y sus amigos, todo ese “sedimento mítico” que lo conformó, las experiencias poéticas de su infancia, adolescencia y juventud que son previas a su poesía pero una condición necesaria de ella.

-Tu nuevo libro de poemas reúne también reúne textos que no tienen el formato del poema.  Su estructura es diferente a la de los anteriores. ¿Cómo surgió es libro heterogéneo?-Creo que toda experiencia poética remite a una forma. En mi caso particular, nunca fui un hombre de tendencia poética, siempre me nutrí de la diversidad de las estéticas. He tenido influencias surrealistas, a veces creacionistas o invencionistas. Uno es el resultado de muchas diversidades. En este caso yo tenía como una deuda pendiente mi historia familiar: mi propia vida de infancia, adolescencia y juventud y la vida de mis padres.

-La infancia es una etapa muy particular y definitoria para todo el mundo, pero en tu caso fue una infancia muy excepcional tanto por quiénes fueron tus padres cómo por los artistas y escritores que frecuentaban.

-Sí, pensá que yo vivía en una casa que era un gran teatro, con escritorios, estudios, bibliotecas, centros de música, títeres colgados en todos los tirantes. Allí estaban representadas todas las actividades artísticas posibles. Era una gran casa metida dentro de un gran bosque con ríos y arroyos a su alrededor. Me eduqué en una casa en que había una lógica renacentista. No educaron para que pudiéramos aprender todas las artes, las letras y los oficios. La idea es que con las artes íbamos a cambiar el mundo. Mis padres estaban asociados a la lógica de las vanguardias: la vida era el arte y el arte era la vida. Nos formamos de esa forma. Yo estudié música, dibujo y pintura, historia del arte, a hacer títeres. Pero también aprendimos a labrar la tierra y muchas actividades relacionadas con la naturaleza. En este sentido, el libro es una suerte de memoria familiar con la que yo sentía una deuda histórica.

-¿Dónde quedaba esa casa?

-En Puente Roca, cerca del río Reconquista. Entre San Miguel y Moreno. En ese entonces era una zona agreste y muy poco habitada. Tenía algunos caseríos, pero era un lugar muy abierto, muy campestre. La casa pertenecía a un tío mío y era una especie de casquito de lo que había sido una estancia. Allí viví entre los años 50 hasta el 68 o 69 primero con mis padres y luego solo con mi madre. Era como un gran museo, con distintas escenografías de las distintas etapas de las obras de títeres, muchas bibliotecas, tarimas de teatro, retablos, taller de pintura donde trabajaba mi madre que, además de artista plástica, también era actriz titiritera. Mi padre fundamentalmente escribía en su escritorio y hacía títeres.

-Además de tus padres, también había una gran cantidad de amigos de ellos que influyeron en tu formación. ¿No es así?

-Sí, todos ellos significaron experiencias poéticas particulares. Me refiero a Pablo Neruda, María Elena Walsh, Miguel Ángel Asturias, Rafael Alberti, Ariel Bufano, Hamlet Lima Quintana…Con todos ellos mantuve también un vínculo personal. Por eso yo asocié una suerte de poética de la conversación como un modo de establecer una estética posible. Establecí un diálogo con cada una de estas figuras con las que yo viví.

– Tuviste una experiencia muy singular con Pablo Neruda.

-Sí, está asociada al festejo de sus 50 años. Yo era un niño de unos 3 años cuando asistí a ese festejo. Mis padres le regalaron una función de títeres. Pablo Neruda me bautizó con vino para que fuera poeta.

Y parece que ese bautismo fue fundamental en tu vida.

-Sí, lo fue.  En mi primera adolescencia, quizá como una forma de rebeldía, me vinculé más con la naturaleza. Me gustaba andar a caballo, jugaba al fútbol, ir a pescar. Entonces desconfiaban de que aquel bautismo fuera a tener un gran efecto. No se cumplían en ese momento muchos de los requisitos relacionados con ser un escritor. Pero parece que no fue así. Incluso durante mi adolescencia, siempre me vinculé a la poesía y también con otras artes. También hice títeres, pero finalmente me tomó la literatura, el trabajo con la palabra. Creo que en este último libro hay una serie de experiencias poéticas acumuladas. Allí están los pueblos, las grandes ciudades, los viajes permanentes que hacíamos con mis padres. Todo está construido desde una memoria de la infancia. Hay un seguimiento mítico familiar.

La gran “novela familiar”.

-Sí, exactamente.  Hay un seguimiento mítico familiar, incluso de la bohemia argentina, asociada a las primeras vanguardias que se habían arraigado profundamente en la generación de mis padres. A partir de ese imaginario familiar, de esa producción artística constante, fui desarrollando una serie de poemas asociados a ese mundo, atendiendo especialmente a ese gran ritual de la conversación. Se me ocurrió escribir como si estuviera hablando dentro del poema y como si en el mismo texto hablaran dos personas o más. Hay un diálogo del invitado con el poeta. Hay un coloquialismo del habla cotidiana, pero también están la imagen y la metáfora. Como habla el poeta, habla el invitado. Hay un lenguaje que, por momentos, intenta ser pictórico, en el caso del poema que le dedico a Emilio Pettoruti que planteaba que la luz era el objetivo del pintor. En otros, musical, cuando se lo dedico a Leda Valladares; teatral, cuando se lo dedico a Ariel Bufano. También hay una impronta de la naturaleza que me rodeaba. El libro es una gran y constante conversación. Es como los rituales de aquellas reuniones en las que yo sentía, ya desde niño, que había en ellas algo muy interesante. Imaginate lo que era encontrarse con Enrique Molina, Olga Orozco, Antonio Berni. En esas reuniones cada uno contaba su sueño y creía en el sueño del otro. Claro que en se momento yo era un niño y no lo registraba como lo registré después.

-No tenías una idea muy precisa de quiénes eran.

– Claro. Cuando estuvimos en Isla Negra, por ejemplo, para mí Pablo Neruda era un señor mayor que nos llevaba al mar. Lo mismo sucedía con Miguel Ángel Asturias que nos llevaba a mi hermano y a mí al río y que me ponía sobre su pecho en ese río. Eso sucedía en el Tigre, a donde íbamos con mi madre.  A los 8 o 10 años, claro, yo no entendía que eran figuras de gran envergadura. Asturias sería luego Premio Nobel, pero para mí era solo un amigo de mis padres. Yo tengo una gran consideración por la experiencia poética, que es anterior al poema. El poeta lo que hace con su oficio, con el uso de la palabra es remitirse a esa experiencia poética. Esa experiencia se multiplica en la historia, en la memoria, en mucha gente. Yo tenía la necesidad de poder contar estas historias. Contar por ejemplo, cómo en Ecuador Leda Valladares me llevaba a ver cómo grababa la música de los pueblos originarios. Ella pensaba que esa experiencia musical tenía que ser grabada en el lugar mismo donde ellos cantaban, en esos páramos bellísimos de la Cordillera de los Andes, con los indígenas de ponchos celestes. Ella grababa con grabador tipo Geloso y había unos técnicos franceses muy entusiasta que la acompañaban. María Elena Walsh era muy amiga de mi madre que fue quien ilustró sus primeros poemas. María Elena no venía de una casa con una gran tradición artística y mi madre, que le llevaba unos nueve años, fue en este sentido un apoyo muy importante para ella. En sus últimos años fue al Centro Cultural de la Cooperación y recordó con mucho agradecimiento esa etapa. Todo eso te va creando, con el tiempo, una serie de imaginarios, vas redescubriendo con quién hablabas.

-¿Crees que en tu último libro es donde se percibe con mayor claridad todo esto?

-Sí y tiene la forma de una conversación infinita. Más allá de sus técnicas y sus características estéticas, la poesía se convierte en una gran conversación.  La conversación es un hecho poético cotidiano que en relación con estas figuras se potenciaba mucho más, generaba una mística particular a la cual uno remite y recuerda con afecto.

-Hablando de los mitos familiares, tu padre fue un mito en vida, una leyenda.

-Sí, él inaugura el quehacer de los títeres cuando aún no había televisión en Argentina. Tenía una condición andariega, juglaresca. Anduvo con la carreta La andariega, una carreta tirada por caballos, por muchos caminos, pero también hizo títeres por todas partes viajando en tren, en barco, en avión. La andariega, sin embargo, siguió siendo el nombre de su propio retablo. Era alguien muy popular en la zona donde vivíamos, la gente lo quería mucho.

-¿Con esa formación basada en la sensibilidad fue difícil enfrentarse al mundo?

-Como te conté, mis padres pertenecían a las vanguardias que asociaban el arte con la vida y nos formaron para que tuviéramos capacidad para defendernos en la vida cotidiana. Tuvimos también un vínculo con el trabajo popular, cultivar la tierra, pescar. Además nos inculcaron que nos formáramos profesionalmente. De modo que nos dieron todas las alternativas. Desde muy chicos nos formaron en la total independencia, en saber gestionar y resolver nuestras propias vidas. Tuvimos una gama muy amplia de aprendizajes que no solo incursionaron en la lógica artístico-literaria.

No me refería solo a lo laboral, sino a lo sensible, a las dificultades para enfrentarse a un mundo que no está en esa misma sintonía.

-Sí, es cierto que cuando se ha cultivado la sensibilidad es posible ver toda la conflictividad política y social en dimensiones distintas.

-El libro está muy asociado a la intimidad, pero el título El corte argentino alude más amplio, a lo nacional.

-El título tiene una serie de relaciones, desde el corte de las reses al corte de lo que puede ser un baile nacional como el tango, el corte de un género literario, los cortes que ocurren en la vida y lo que aparece reconstituido después de un corte. No creo que haya una condición nacional muy estricta, pero sí creo que hay identidades y que el corte aparece asociado a todas esas relaciones culturales. También hubo muchos cortes relacionados con mi vida familiar, cosas que se cortaron, que no tuvieron continuidad. Corte es una palabra muy abarcativa que puede aparecer vinculada a la ropa, a la moda, que dispara toda una serie de asociaciones, también asociaciones que tienen que ver, como decías, con la intimidad, con la forma en que uno hace su propia vida. En lo argentino está lo paradojal porque en la intimidad uno puede ser de cualquier nacionalidad, uno es un hombre en el mundo ante cualquier circunstancia.

-Imagino que por lo heterogéneo de los materiales no debe haber sido fácil el trabajo de edición.

.Sí, por suerte tuve la suerte de editarlo en Ediciones en danza y de trabajar con un director editorial como Javier Cófreces que sabe mucho cómo organizar un libro. Así pudieron conciliarse tres ejes temáticos: lo que se refiere a mi familia, a mi vida fuera del núcleo familiar y el vínculo personal que establecí con los amigos de mis padres. Durante seis meses, durante el aislamiento obligatorio fui trabajando en este recorrido.

-Vos tenés un libro anterior que se llama Los Villafañe, es decir que siempre te interesó indagar sobre los orígenes.

-Sí. Hay colegas cuyos padres tuvieron otras profesiones muy distintas e igualmente dignas, pero en mi caso hay una continuidad. Siempre me sentí como el producto de un sedimento mítico que me fue conformando. No soy un continuador de los títeres, de las artes plásticas ni de la música o del teatro como oficio, pero sí puedo ser un continuador en la poesía. Creo que hay un destino. Yo estudié carreras técnicas, pero mi destino estuvo en organizar un centro cultural como LiberArte y en los últimos veinte años un centro como el Centro Cultural de la Cooperación. Desde hace cincuenta años que vengo realizando una actividad de organizador de la cultura y una actividad con la poesía. Es decir que me pude ganar la vida con aquellos oficios que aprendí de niño.   


Los poemas de El corte argentino se pueden escuchar en las voces de Leonor Manso, Cristina Banegas, Osmar Núñez, Ana Yovino, Pompeyo Audivert, Luisa Kuliok, Indgrid Pelicori, Julieta Díaz, Alejandra Darín  y Arturo Bonín en el canal de Youtube del Centro Cultural de la Cooperación.