«Bloom y Salas Subirat comparten mucho. En primer lugar, su empuje, su practicidad, su proactividad. Comparten también la ambivalencia de combinar un lado pedestre de la existencia con aspiraciones espirituales», puede leerse en la introducción a El traductor del Ulises (Sudamericana), la biografía del hombre que tradujo por primera vez a Joyce al español escrita por Lucas Petersen.
¿Pero quién fue este hombre, José Salas Subirat, que sin tener en apariencias las herramientas necesarias para acometer una empresa como traducir al español el complejo libro de James Joyce lo hizo por primera vez? Hijo de inmigrantes, se dedicaba a escribir manuales de seguros y textos de superación personal. Engrosaba las filas del grupo literario Boedo que se oponía al grupo Florida y no había terminado la escuela primaria. Tenía, eso sí, una gran facilidad para aprender idiomas.
Tanto Victoria Ocampo como Jorge Luis Borges, aspiraron a poner su erudición y su conocimiento de la lengua inglesa al servicio de la traducción de la que sin duda es la novela más compleja del siglo XX, pero un hombre sencillo y con pocos recursos culturales decidió lanzarse a la aventura y concretó el proyecto. No realizó la traducción en el silencio de un escritorio o una biblioteca, sino en sus viajes al trabajo en el tren Mitre, según lo dice Dolores Pruneda Paz en la agencia Télam en una entrevista realizada a Petersen. Ese vínculo desprejuiciado con la lengua y la literatura trajo yerros al emblemático texto publicado en 1945, atacados por entendidos como Borges, pero permitió captar ´el río turbulento de la prosa joyceana´, según postuló Juan José Saer años después. Un Ulises criollo que incluía acepciones como ‘vinachos’, ‘requetebién’ y ‘copetudos’, celebrado por quienes accedieron tempranamente a su lectura, como Alejandra Pizarnik.
Por su parte, el autor de El traductor del Ulises asegura que accedió a la historia de Salas Subirat gracias a la nota de Juan José Saer. Me llamó la atención dice- lo poco que se conocía sobre su vida, que había sido empleado de comercio muchos años, que había escritor libros de seguros y de superación personal, que había tenido una academia de inglés en la década del 20 y no mucho más.Leí el Ulises de Salas Subirat en 2008, siete años después de esa nota, una experiencia intensa y dolorosa de la que me queda una experiencia extraliteraria muy fuerte, viajando en el 24 por avenida Corrientes, con luz muy tenue y leyendo la visita al prostíbulo.
Sobre las dificultades para encontrar material sobre Salas Subirat, agrega: Comencé la investigación en 2010 y estuve un año buscando a la familia. Había muy poca información, tuve que recurrir a padrones electorales y listados de la Anses, pero nada. Salvo algún aviso fúnebre de la familia, donde leí que tuvo una hija Íside y un hijo Eduardo. Íside se había casado con un González, así que sus hijos llevaban ese apellido y, de los cientos de Eduardo Salas que había en guía telefónica, di con un psicoanalista ya muerto. Resultó ser su hijo. En la biblioteca de la Asociación de Psicoanálisis Argentina (APA), finalmente di con un amigo de Eduardo, que en 2011 me contactó con los nietos de Salas Subirat.
El libro de Petersen recupera extractos de cartas personales, críticas artísticas, novelas, cuentos, poemas e incluso traducciones, muchas de ellas escritos a la par de su trabajo con Ulises, entre 1940 y 1945 lo que implicó un gran trabajo de investigación.
El autor es ecuánime sobre el veredicto de la traducción llevada a cabo por Salas Subirat: Los que fueron muy críticos fueron sus contemporáneos, que además tenían antecedentes en traducción, como Borges o Rodolfo Wilcock; pero autores como Ricardo Piglia y quienes se formaron pudiendo leer el Ulises en español, como Pizarnik y Saer, se lo agradecieron siempre. Hay que tener en cuenta que no era un desconocido cuando publicó el Ulises, era conocido por ser un escritor menor, intrascendente, entonces el establishment literario traductor del momento estaba escandalizado: era un recién venido que se estaba llevando los laureles por traducir a Joyce. El traductor tiene que tomarse libertades equivalentes a las del autor que lee, y en un punto Salas Subirat lo hizo, con un programa de acción bastante intuitivo que desde el mundo literario era una profanación.