Llévatela, amigo, por el bien de los tres es la primera novela del periodista y escritor Osvaldo Baigorria. Este libro de culto y casi inhallable desde su publicación en 1989, narra las correrías eróticas y andanzas afectivas de una pareja que comulga abiertamente con las pulsiones libertarias y el amor libre de los años sesenta y setenta.
Luego de una deriva de más de una década por buena parte de la geografía americana, de Buenos Aires hasta Canadá, pasando por Oaxaca, California y aun más allá, Lila y Eduardo regresan a la Argentina en los años en que se encendía la tibia llama de la primavera democrática, después del terror de la dictadura. En pleno pináculo del under porteño. Con El Parakultural, la revista Cerdos & Peces y los conciertos de Sumo elevados como una santísima trinidad maldita.
Ahora reeditada por Caja Negra Editora, Llévatela
permite desandar el itinerario deseante de una pareja abierta de aquellos años. Un experimento conyugal que de convencional tiene muy poco, y que crece fascinado, no sin dificultades, por las mitologías de la contracultura (beatniks, psicodelia, rock and roll y el fogoso Henry Miller), la liberación del deseo y el combate contra la familia monogámica. Una novela erótico, casi espermática. Con momentos libertinos, aun divertidos, pero también melancólicos como el bolero de Manzanero que le presta su título.
En diálogo con Tiempo Argentino, luego de un frugal almuerzo en un viejo caserón de Barracas, en el sur último de Buenos Aires, Baigorria cuenta que Llévatela
es una novela que se sumerge en todos los juegos combinatorios de la multiplicidad sexual de los años setenta y su pasaje a los años duros y cínicos de la década del ochenta. Es una historia de amor que anticipa varios temas que aparecen en mis siguientes libros: la sexualidad, la identidad y el nomadismo.
Luego de esta novela publicada originalmente por el Grupo Editor Latinoamericano en los últimos días del alfonsinismo, vendrían el ensayo En Pampa y la vía (1998), la novela Correrías de un infiel (2005), su correspondencia con Nésor Perlongher Un barroco de trinchera (2006), la antología libertaria El amor libre. Eros y anarquía (2006), la inclasificable transbiografía Sobre Sánchez (2012) y su antología periodística Cerdos & Porteños (2014).
-¿Cómo recordás la cocina de la escritura de Llévatela ?
-Fue tipeada en una máquina Olivetti portátil en un ardiente monoambiente de la calle Cachimayo, a media cuadra de Avenida Rivadavia, en el verano de 1988. Eran tiempos sin aire acondicionado, sin televisión, sin Internet ni otra pantalla móvil o fija para anclar la mirada. Fue escrita de un tirón, casi sin corrección. Luego releí lo que había escrito y taché y tiré muchas páginas, más del doble de lo que quedó al final. Creo que la novela ganó por sustracción.
-En la posdata rememorás la curiosa presentación que tuvo el libro.
-Presenté a la novela en la discoteca Nave Jungla, de Sergio Aisenstein. Mi memoria imprecisa me dice que fue algo muy loco para ese momento. Sabuki, un actor under de esos años, leyó unos fragmentos del libro, mientras unas chicas los actuaban. Proyecté unas diapositivas con imágenes de una ex pareja mía atada con sogas y otras diapos de animales. Sergio ponía la música, gritaba desde su cabina de DJ y todos terminamos bailando después de la presentación, en medio de los números que habitualmente presentaba la disco, con sus enanos haciendo striptease y sus performers con serpientes o escupiendo fuego por la boca. Fue un gesto olvidado, creo que en parte por la marginalidad misma del autor. A veces pienso que soy como una especie de infiltrado al que se lo descubre enseguida, una persona que está siempre al margen, alejado del centro y que nunca hace los movimientos correctos. En el momento de hacer una intervención -publico el libro, lo llevo, lo leo en público- siempre me siento como una especie de extranjero. Presenté el libro y de inmediato me fui a vivir a Europa. No me quedé a hacer prensa, a difundirlo, como si hubiera decidido seguir en esa línea marginal.
-¿Hay elección en eso?
-Ahí me preguntaría mejor si hay destino. Es cierto que siento una fuerte inclinación a moverme por el afuera, por lo no céntrico, lo excéntrico. Una fascinación o una atracción. Pero no es algo que piense racionalmente. Por ahí si lo pienso un poco, me agarra una especie de remordimiento: yo debería estar haciendo otras cosas, estar careteando y tratando a otra gente, pero al fin y al cabo, la veta excéntrica es incorregible, me termina ganando, y eso pasa, creo, porque ante todo me divierte la experiencia del afuera.