La literatura de Javier Cercas demuestra que el pasado es sólo un artilugio de los tiempos verbales, del afán taxonómico de la gramática. Desde que hace 15 años comenzó a escribir sobre la Guerra Civil Española en Soldados de Salamina, puso de relieve que el pasado forma parte indisoluble del presente, que irrumpe en él sin permiso y que se reelabora de manera constante a través del recuerdo y del relato Cercas, sin duda uno de los invitados extranjeros más esperados de la Feria del Libro, vino a presentar su última novela o cualquiera sea el género al que pertenece su último libro, El monarca de las sombras.
En él cuenta la historia de Manuel Mena, un tío paterno de su padre, que murió a los 19 años en la batalla del Ebro, el 21 de septiembre de 1938. Mena era «un franquista entusiasta o por lo menos un entusiasta falangista, o por lo menos lo fue al principio de la guerra». Según el autor, desde hace tiempo venía postergando escribir sobre esa historia familiar aunque un retrato polvoriento y los relatos familiares lo interpelaban. «La razón explica Cercas- es que sentía que Manuel Mena era la cifra exacta de la herencia más onerosa de mi familia y que contar su historia equivalía a hacerme cargo de su pasado político, sino también del pasado político de toda mi familia, que era el pasado que más me abochornaba; no quería hacerme cargo de eso, no veía la necesidad de hacerlo y mucho menos de ventilarlo en un libro: bastante tenía con aprender a vivir con ello.»
Sin embargo, como sucede habitualmente, el pasado logró vencer las barreras del presente y llegó el día en que Cercas se sentó a escribir sobre lo que había eludido tanto tiempo. A su texto añadió cartas, documentos y por supuesto, la foto polvorienta de Manuel Mena que vestido con uniforme militar y con cara de niño lo miraba desde el pasado y le pedía sin palabra que escribiera su historia, que compensara la brevedad de su vida dándole otra oportunidad. La memoria y las palabras son los únicos lugares donde pueden sobrevivir los muertos.
Las novelas sobre cualquier guerra, sobre el Holocausto o sobre los desaparecidos suelen entrañar un peligro que la mayoría de las veces resulta insalvable: el de suponer o manejar de manera inconsciente que la profundidad del tema exime de la profundidad de la escritura, que ponerse del lado de «los buenos» alcanza para construir un relato capaz de constituirse en alegato y lograr la empatía con el lector bienpensante. Los textos que se construyen de este modo entienden la literatura como una suerte de contrabando de ideas mal escondidas bajo una capa de palabras para lograr traspasar la frontera y ser incluido en el grupo de los escritores serios y políticamente correctos. El problema es que la literatura y el contrabando ideológico se llevan muy mal y son muy escasos los intentos que no resultan fallidos. Lo que Javier Cercas ha logrado sortear con éxito tanto en El monarca de las sombras como en Soldados de Salamina es precisamente la concepción lineal del heroísmo, el enfoque simplista, la instauración de un relato absoluto sin matices y el uso de la palabra como herramienta de transmisión de una idea.
El monarca de las sombras no solo cuenta la historia de Manuel Mena, sino también la forma en que fue escrita. De este modo, permitiendo que el lector pueda espiar el detrás de escena, logra mostrar el carácter multifacético de todo personaje y, sobre todo, alejarse de los libros que tienen como propósito declarar las buenas intenciones políticas de su autor. Sin embargo, no le han faltado críticas. Entre ellas figura el hecho de que ha estirado innecesariamente una anécdota familiar si es que Javier Mena realmente existió y no se trata desde el vamos de un personaje de ficción apuntalado con documentos falsos para hacerlo verosímil- que era demasiado pequeña como para escribir una novela. Pero el propio Cercas se encarga de desmentir la hipótesis de la pura ficción. «La ficción pura no existe -dice-. Es un invento de los que no saben lo que es la ficción; más aun: si existiera la ficción pura no tendría el menor interés, porque el interés de la ficción deriva de que es impura, de que siempre se alimenta de la realidad, que es su carburante, y así convierte lo particular en universal, lo que le pasa a una persona o a un personaje es lo que nos pasa a todos.» De todos modos, que el personaje sea ficticio o real no le agrega ni le quita nada a la novela. Y las críticas, ya se sabe, por más que las haga un lector calificado si se supone que eso es precisamente un crítico, no pasan de ser opiniones personales para las que se busca un argumento que las sustente.
Más que hablar de aciertos y desaciertos, parece mejor preguntarse por qué Cercas, que no vivió la Guerra Civil Española, continúa escribiendo empecinadamente sobre ella. Una respuesta literaria podría ser que un escritor no elige qué escribir, sino que es elegido por los relatos mismos. Una respuesta no literaria pero quizá complementaria de la primera es que el pasado histórico, a diferencia de lo que creen muchos políticos, no tiene fecha de caducidad, no prescribe. Decir que el autor de El monarca de las sombras no vivió la Guerra Civil es de alguna manera una falacia porque existen formas diferentes de vivir los hechos. Entre esas formas, los relatos familiares ocupan un lugar privilegiado, porque la Historia que se escribe con mayúsculas atraviesa las pequeñas historias personales y deja marcas indelebles y tanto más profundas cuanto mayor sea el silencio que desde el poder se imponga sobre lo sucedido. Lo que se calla grita siempre y a veces, de vez en cuando, como en el caso de Cercas se convierte en buena literatura. «
Un escritor que busca en el pasado
«No es verdad que el futuro modifique el pasado, pero sí es verdad que modifica el sentido y la percepción del pasado. Por eso, el recuerdo que conservan de la II República muchos ancianos de Ibahernando es un recuerdo emponzoñado de enfrentamiento, división y violencia. Se trata de un falso recuerdo, de un recuerdo distorsionado o contaminado retrospectivamente por la guerra civil que arrasó con la II República. La violencia, la división y el enfrentamiento existieron, pero existieron sobre todo al final de la II República. De entrada todo fue distinto.»
Así comienza el capítulo 4 de El monarca de las sombras, una novela que se disfraza de crónica o, a la inversa, una crónica disfrazada de novela.