Luego de los cuatro discursos que lo precedieron, el del presidente de la Fundación El Libro Ariel Granica; el de Tatiana Viera Hernandez, representante de La Habana, ciudad invitada en esta edición de la Feria; el del ministro de Cultura porteño Enrique Avogadro y del Ministro de Cultura de la Nación Tristán Bauer, Saccomanno irrumpió con una alocución nada complaciente que puso en evidencia una muy cuidadosa elaboración que le permitió pasar revista a los temas políticos que orbitan alrededor del libro y que pocas veces o nunca se mencionan en los actos protocolares.
Al subir al escenario fue ovacionado por, lo que advirtió refiriéndose a la bienvenida: “No se adelanten, lo que voy a decir no les va a gustar a todos”.
En ocasiones los aplausos que escandieron su discurso hicieron difícil escuchar con claridad el final de una frase, mientras algunos pocos se retiraron del salón donde se realizaba el acto, al finalizar, los asistentes se pusieron de pie para aplaudirlo.
Comenzó hablando de la falta de papel debido a que en el país la industria que lo produce es oligopólica. Está manejada por dos familias: ”la familia Blaquier/Arrieta, una de las más ricas del país, apellidos vinculados con la última dictadura en crímenes de lesa humanidad, además de relacionados con la Sociedad Rural, escenario en el que hoy estamos. La otra empresa es Celulosa Argentina. Su directivo es el terrateniente y miembro de la Unión Industrial José Urtubey, conectado con la causa Panamá Papers.”
Y agregó: “Los oligopolios han producido menos por problemas internos y por la pandemia. Y cabe destacarlo: han destinado su producción a papel para embalar o para cajas, y no tanto al papel de uso editorial. Para hacer un libro de unas 160 páginas, con una tirada de 2.000 mil ejemplares, se necesitan entre papel interior y papel de tapa más de 150.000 pesos de inversión. Un editor independiente proponía como solución la intervención del Estado. Por ejemplo, la creación de una papelera del Estado. Pero, por supuesto, como no ocurrió en el escándalo Vicentin, es improbable que suceda su intervención. Sería un hallazgo, en la crisis que atravesamos, crear una papelera con participación del Estado, que nuclee a los cartoneros y a las cooperativas.”
Luego se refirió a sus sentimientos encontrados respecto de la Feria y contó las condiciones que puso para aceptar el pedido de dar el discurso inagural: “La Feria –dijo- siempre me generó tensión. Y no sólo porque uno se topa con un injuriante pabellón Martínez de Hoz, que homenajea al esclavista y saqueador de tierras indígenas, antepasado del tristemente célebre economista de la última dictadura. Decir Feria implica decir comercio. Esta es una Feria de la industria, y no de la cultura aunque la misma se adjudique este rol. En todo caso, es representativa de una manera de entender la cultura como comercio en la que el autor, que es el actor principal del libro, como creador, cobra apenas el 10% del precio de tapa de un ejemplar. En esta Feria se han escuchado y se siguen escuchando discursos bien intencionados acerca de la función del libro, de su trascendencia, su empleo como objeto tanto de placer como de herramienta educativa. En fin, discursos que pronto habrán de ser olvidados.”
Y agregó: “Cuando fui convocado planteé dos cosas: leer los discursos de quienes me antecedieron y el pago de honorarios. Sólo pude leer, gracias a la inquietud de Ezequiel Martínez, a los últimos cuatro o cinco discursos. La organización de la Feria, presumo, no conserva los anteriores, lo que puede interpretarse como desidia hacia lo que esas voces reclamaron en cada oportunidad. Con respecto a mis honorarios, a Ezequiel, además de honesto periodista cultural, hijo de un gran escritor, no puso reparo. Es más, coincidió en que se trataba, sin vueltas, de trabajo intelectual. Y como tal debía ser remunerado, aunque hasta ahora, como tradición, este trabajo hubiera sido, gratuito. No creo que mencionar el dinero en una celebración comercial sea de mal gusto. ¿Acaso hay un afuera de la cultura de la plusvalía?”
Ante las los sentimientos encontrados frente a la Feria eligió “ahondar la tensión”. “Es decir -agregó-, elijo la sinceridad. Más tarde, a través de algunos amigos, algunos editores, y no daré nombres, supe de quienes se opusieron al pago. Su argumento consistía en que pronunciar este discurso significaba un prestigio. Me imaginé en el supermercado tratando de convencer al chino de que iba a pagar la compra con prestigio. Entre quienes cuestionaban el pago de honorarios no faltó quien planteara que, de pagar, la cifra dependería de la extensión del discurso. Me pregunté a cuánto podría reducirse la suma si yo decidía resolver el discurso, en modo patafísico, con un aforismo. Además, convinieron esos editores, si se me pagaba, se establecía un antecedente que perjudicaba los intereses de la Feria. ¿Qué los sorprendía? Es que
quienes me precedieron en este lugar, comprometidos con la defensa del libro, nunca habían cobrado. El uso que de estas figuras hizo la Feria en función de su propio prestigio ha sido mala fe ideológica y no sé obviar. Por tanto, soy el primer escritor que cobra por este trabajo.”
Antes de entrar a la sala el tema del pedido de honorarios corrió por las distintas colas que se formaron ante la entrada como un rumor que convertía el hecho en una actitud desubicada. Quizá, quienes trabajan en el campo de la cultura han sido colonizados por la idea de que el trabajo intelectual no se paga. La costumbre, como se sabe, termina por convertirse en sentido común. Y contra ese sentido común tan arraigado, en un mundo en el que ni siquiera el agua es gratis, lo único que sigue siendo gratis son las ideas y el trabajo intelectual. Nadie duda de que hay que pagarle a un médico una consulta que insume menos de 10 minutos, porque en ese breve tiempo lo que hace es recurrir a un conocimiento que le llevó muchos años incorporar. No se piensa generalmente que un escritor está en la misma situación. ¿Cuánto tiempo le llevó a Saccomanno ser Saccomanno? En su discurso se concentraron sus numerosos años de lectura y escritura que a esta altura conforman la mayor parte de su vida.
“A esta Feria, queda claro, le importan más los libros que más se venden que, como es sabido, suelen ser complacientes con la visión quietista del poder” fue otra de sus frase explosivas pronunciada en el seno mismo de la Feria que se estaba inaugurando.
El cambio climático, los campos fumigados con pesticidas que enferman, Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, los pueblos originarios arrasados por el genocidio roquista que siguen siendo segregados y todos los hechos dolorosos e impunes sucedidos en el país en los últimos tiempos fueron magistralmente engarzados en su discurso demostrando que el mundo del libro y la cultura no es ajeno a la política sino que, por el contrario, forma parte de la política misma. “Se escribe en soledad –afirmó-, pero no ajeno a las contradicciones de lo social.” Y agregó al respecto: “La teoría literaria, sostiene el marxista irlandés Terry Eagleton, es, ni más ni menos, que teoría política. Leída desde esta perspectiva, desde sus orígenes, nuestra literatura está signada por la violencia política: el indio, la mujer y el inmigrante son las víctimas y han sido y siguen siendo muchas veces escamoteadas. Toda nuestra literatura, incluso aquella que se define como de evasión, aunque se haga la otaria, también tiene que ver con la violencia política.”
Sin duda, el discurso de Saccomanno no será olvidado. Como el cuento popular infantil en que unos mercaderes le venden al rey un traje supuestamente tejido en oro que el pueblo no puede ver, contra quienes halagaban su vestimenta para no contradecirlo, un chico se atrevió a decir lo que todos veían y callaban: “El rey está desnudo.” Como el escritor que es, Saccomanno sabe bien cuantos poderes están contenidos en la palabra. Entre ellos, el poder de desnudar.