Pánico, locura, miedo y asco. El libro de la periodista E. Jean Carroll tiene todo lo que puede esperarse de una biografía sobre el padre del periodismo gonzo. Pero hay más, mucho más en la obra Hunter. La vida salvaje de H. S. Thompson. Biografía coral, crónica salvaje, perfil tragicómico y, sobre todo, tremendo relato gonzo sobre la máquina de escribir más lisérgica del siglo XX.
El libro, que se suma a la colección Rara Avis que dirige Juan Forn para el sello Tusquets, fue publicado originalmente en 1993, doce años antes de que Thompson decidiera matarse de un balazo en la cabeza como su adorado Hemingway: “Veintitrés más que los que necesitaba, veintitrés putos años más de parodia.” Un adiós certero a 67 años de excesos, dandismo, freak power, estafas y periodismo. Los dos últimos conceptos no son sinónimos.
El libro de Carroll trabaja en dos planos. Los capítulos biográficos que construyen un patchwork con mil y un testimonios de compañeros de ruta del “Doctor” Thompson. Desde su primera novia hasta su último editor, sin olvidar a sus amigos de la infancia, su ex esposa, familiares varios, compañeros de redacción y de barra, dealers, groupies, celebridades, políticos de ligas mayores y freaks del bajo fondo. Desde el dibujante Ralph Steadman hasta el fundador de la revista Rolling Stone Jan Wenner, sin olvidar al rencoroso motoquero “Sonny” Barger –la relación de Thompson con los Hell Angels terminó en una tremenda golpiza que se comió poco después de la publicación del volumen- y el ex senador demócrata Roger McGovern, personaje central de la campaña presidencial de 1972 que erigió al gonzo como la pluma más filosa del periodismo político estadounidense.
El otro plano es un relato en primera persona de una tal Laetitia Snap, ornitóloga cautiva en el rancho-fortaleza de Thompson en Woody Creek, Colorado, y obligada a escribir la biografía de su desaforado captor. Sublime pieza gonzo que teje E. Jean Carroll para retratar los años postreros de su querido amigo –compartieron andanzas y desandanzas-, con ritmo hilarante y desquiciado. En el primer capítulo, la cautiva hace una declaración de principios y confiesa que daría cualquier cosa para que su biografiado estuviera muerto. De hecho, tendría que haberlo estado para aquellos primeros años de la década del noventa. Miren, si no, su puntillosa rutina diaria:
3:00 p.m. Despertarse.
3:05 Chivas Regal con el diario de la mañana, cigarrillos Dunhills.
3:45 Cocaína.
3:50 Otro vaso de Chivas, Dunhills.
4:05 Primera taza de café, Dunhills.
4:15 Cocaína.
4:16 Jugo de naranja, Dunhills.
4:30 Cocaína.
4:54 Cocaína.
5:05 Cocaína.
5:11 Café, Dunhills.
5:30 Agregar más hielo al Chivas.
5:45 Cocaína, etc, etc.
6:00 Un fino de marihuana para sacarle la aspereza al día.
7:05 La taverna Woody Creek para almorzar. Heineken, dos margaritas, ensalada de repollo, un taco salad, una porción doble de anillos de cebolla fritos, carrot cake, helado, porotos fritos, Dunhills, otra Heineken, cocaína y para el regreso a casa un cono de hielo triturado con tres o cuatro medidas de Chivas.
9:00 Cocaína para equilibrar el Chivas.
10:00 Primer ácido de la jornada.
11:00 Chartreuse, cocaína, marihuana.
11:30 Cocaína, etc, etc.
12:00 Medianoche, hora de empezar a escribir.
12:05-6:00 a.m. Chartreuse, cocaína, marihuana, Chivas, café, Heineken, «clove cigarettes», pomelo, Dunhills, jugo de naranja, gin, películas XXX en loop.
6:00 Champagne en la bañadera, helado Dove, fettuccine Alfredo.
8:00 Halción, dos comprimidos.
8:20 Sueño profundo.
Querido lector, aproveche ahora que Hunter descansa, para darle un trago al ponche de ácido lisérgico que ofrece esta biografía. Vida y mito del escritor que desnudó al American Dream. Esa pesadilla de la que es imposible despertar.